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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



1.9.11

222. Una gran reserva ovárica


          Manolito Puigcerdá... ¡Cagoenel! Tremendo, tú. A manos llenas extendía el drama por la provincia. Lo veías un día en el Tinell pisando la uva agraz y al otro en el Priorato adobando el trucho recio del Ter. Siempre dejando el rastro del Rosellón, que para ello se esforzó de joven y para ello se exilió en la Provenza. Allí aprendió la cartografía moral del Papa Luna, estudió los manifiestos secretos de los jázaros, experimentó la alquimia de Simón Beleno y se extasió con la ponzoña satánica del Libro Negro de O'Calladhe. Luego volvió a Vic con los ojos nuevos, rojos y febriles, pero nuevos. De diablo rosellonés se convirtió Manolito en demonio del Ampurdán. Creció en brazos del cierzo que arrasa y de los nubarrones que del Moncayo se avienen sobre los humedales del Vallés. Los demonios de Catalonia, que se reunían en San Feliú desde los tiempos de Raimundo Lulio, no cejaron en invitarlo a cada cónclave que celebraban, pero Manolito renegaba de servidumbres y pamemas de conciliábulos, y marchaba libre y ansioso por los senderos del Pirineo en busca de semillas de cardamomo, jengibre negro, hojas de melisa o piedritas de San Ginés para sus cocimientos y pócimas. Era mucho su saber y muchos años le costó el adquirirlo para ahora derramarlo en reuniones de diablotes y demoniones malolientes y rijosos. A él lo que le gustaba era medrar el moho de las campanas de las iglesitas de Sabiñánigo, estufar los ajuares de las mocitas del Penedés, virar las volutas de las orlas de los catedráticos en el paraninfo pontificio de Cadaqués, robar el palitroque del tambor del Bruch y sustituirlo por un fuet de Sort, despistar asturianos de regreso y enlodarlos en el delta del Llobregat, alarmar a los niños cantores de Olot enseñándoles a cantar como las niñas cantoras de Villasec. En fin, diabluras de un súcubo mediterráneo muy asimilado a la tierra que lo vio nacer y muy enraizado en sus costumbres milenarias. Hoy le dedican el castellet de Villanueva y la Geltrú y le imponen la barretina de bronce en la sala oscura del consistorio.