- Debería alejársela, Conde. Me preocupa su peso.
- A mí me preocupa su simpleza de carácter y sus pelos, querida Baronesa.
- Su grosería marcha a la par que sus kilos, Conde.
- Y la pobreza de sus ralos cabellos es directamente proporcional al aumento de los pelos de su ya frondoso bigote.
- Es usted insoportable, no comprendo cómo lo puede aguantar la condesa.
- Probablemente por mi fortuna y porque de mí depende toda su familia.
- Ni por todo el oro del mundo viviría yo a su lado.
- Yo, ya ve usted, sí que viviría por dinero con usted; por mucho dinero, claro está; sería la única manera.
- De joven era usted mucho más contenido y elegante.
- Usted, querida Baronesa, en cambio, de joven era tan vieja como lo es ahora. Siempre fue usted una anciana.
- ¿Qué le hace a usted, Conde, ser tan cruel con todos los que le rodean?
- Quizás el hecho de que los veo a todos como moscas zumbando alrededor de un pastel que ni les pertenece ni jamás alcanzarán a probar. Forman un insoportable enjambre de mediocridad y monotonía exasperante.
- ¿Se considera usted mejor que todos ellos?
- Sin duda, Baronesa, sin duda. Y usted, ha de reconocer, prefiere mi compañía a la suya, aunque me cisque una por una en todas sus convenciones, en las suyas y en las de ellos, y desprecie la repugnante sociedad que han montado en esta agreste y bella región; bella hasta que aparecieron todos ustedes con su séquito de inanes saltimbanquis.
(¿Continuará?)