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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



27.8.10

171. Tierna muerte, acude a mí


          El torso acorazado de turbio mármol. La pétrea faz de emperador de vacuas pupilas mirando los confines de su imperio. Y la mosca verde en la punta de la nariz. Una mosca verde de museo, sabia en el estático arte estatuario, docta en gestas de terracota, en estampas de gestas heroicas. Ella pone, intermitente, los puntos orgánicos y efímeros sobre las íes de las piedras labradas, inorgánicas e imaginativas de los hombres. También pulsa y recorre los trazos y veladuras de pinceles remotos en telas multicolores de profunda bidimensionalidad. La mosca verde de museo es de mansa condición, y silenciosa, y respetuosa con los climas, con las luces y con las sombras, con las zonas atonales y secretas de las salas. Duerme siempre en los recovecos del yelmo de la armadura que nunca falta. Anida en las esquinas de los cálidos tapices. Y su corta vida la aprovecha en infinitos vuelos, en gozosas estaciones donde, poco a poco, va adquiriendo los conocimientos propios de su especie. La mosca verde de museo es muy difícil de ver. Yo tan sólo la he visto una vez. Fue en el museo del Hermitage de San Petersburgo una mañana muy fría de noviembre, en la sala dedicada a los prerrafaelitas. Observaba una pequeña tela de Tertius Minguenet titulada "Ondina embalsamada", cuando percibí que la parte central de la diadema de la bella ninfa fluvial vibraba y salía volando: esmeralda disipada, verdoso fulgor volatilizado en un instante mágico, irrepetible, inolvidable, eterno.