Precisemos con concreción prusiana el lugar exacto de la colina en el que ubicaremos el estandarte. No vale cualquier punto. Ha de ser un punto que equidiste de otros puntos. La estrategia y la logística de armamentos establecen las reglas canónicas que nunca se deben vulnerar. En la batalla de Aquatteri, el dogo Ulpiano Casavetti consintió en el desabastecimiento de grano en la ciudad de Venecia durante seis meses a cambio de poder disponer del flujo necesario de estraperlo de pólvora polaca en los puntos claves de almacenamiento en el Adriático. Esto salvó, a pesar de la hambruna, el errático predominio político y militar de las pocas ciudades-estado todavía sobrevivientes a finales del siglo XVII. Gismondo Trotti, en un ejercicio de prepotencia equivocada, no se atuvo a regla alguna en el asedio de Capua y enarboló la enseña de la opción equivocada. El Papa lo castigó con justeza y con justicia y acabó sus días en las mazmorras del castillo Maroni, apartado como si fuera un apestado de los círculos de poder. Por tanto, pensemos con serenidad el lugar exacto donde colocaremos nuestro estandarte; en ello nos va no sólo la vida, también nos va el honor y la gloria.
Un beso muy gordo, te quiero:
Mari Puri.