Dentro de mi computadora IBM POP-3355 existe un enjambre de osos terminales que ejecutan procesos de manera melosa y lenta. Es una computadora antigua, de tecnología poco más que de base binaria, de cibernética ya obsoleta y cuya integración de circuitos es básica, muy básica, de apenas 0,5 ÑAM. Mi computadora es una KK vintage muy codiciada por coleccionistas de todo el mundo. Los osos están todavía funcionantes, operativos, pero ivernan más de lo debido y huelen a goma vieja y gruñen de manera asaz horrísona. En vez de pantalla, ésta mi computadora venía de serie con un pizarrín estroboscópico y una tiza de grafito noble. El cableado, un avance muy novedoso en la época, es de cartón rudo laminado y reforzado con nudos de bambú. La impresora, que se vendía aparte, es a pedal y de impregnación a gota, eficiente como las modernas, pero más sucia y sumamente ruidosa. Ya he descrito el estado terminal en que se encuentran los osos, aunque los osos en general, ya es sabido, siempre se hallan en ese estado de languidez muy semejante al que presentan ciertos enfermos moribundos. De este modelo sólo se fabricaron cien unidades debido a la escasez de osos en el sur de California. Se importaron varias docenas desde Alaska, pero al final los costos hicieron inviable la masiva producción que en un principio se pensó desarrollar. Los experimentos informáticos con mofetas, hurones y nutrias, especies abundantes en los alrededores de Silicon Valley, no dieron los resultados esperados. El modelo posterior, el IBM PostPOP-3336, llevaba adaptado en la placa base el primer lirón manipulado genéticamente, del que los bioinformáticos obtuvieron y extrajeron las células madre necesarias para el futuro desarrollo de la producción industrial en cadena. Desde estos laboriosos comienzos la zooinformática ha evolucionado velozmente hasta nuestros días, en que la mosca común (Musca domestica) es la base biológica de las actuales supercomputadoras.
Pero yo sigo echando mucho de menos a los osos, esos grandullones de gruesa bondad, esos quiméricos peluches de acción retardada, de atónita presteza pescando salmones al vuelo, tan amenazantes como asustadizos, tan tiernos como feroces, tan literarios ellos como el tigre de Bengala o la ballena blanca.
Dejé de utilizar hace años los ordenadores personales y me dedico desde entonces al fomento del recuerdo efímero que no consta en archivo alguno, al invento de imposibles alegorías que olvido al instante pero que me hacen feliz en ese instante, al desarrollo de iconoclastas aporías que no hacen mal a nadie porque nada queda en el aire que me acoge. Alzo vuelos con las pompas de jabón que se quiebran entre las tuyas del jardín y me regodeo de risa contemplando las estúpidas arañas del establo. Entre el olor a paja seca y bosta antigua, entre el cacareo de gallinas y el piafar de los caballos, aquí en este solaz alejado de la urbe, no necesito más que el aliento vital que me conmueva lo suficiente para intuir los códigos que sustentan los misteriosos archivos de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario