El hotel olía a moho. Todo el hotel. Tanto olía a moho, que desde entonces (hace treinta años de los hechos) el moho, a contrario sensu, me huele siempre a hotel. Pido, por ejemplo, un mojicón en la confitería de Régula y observo que en su parte inferior refulge una zona entre verde y azul impropia de cualquier mojicón fresco que se precie; huelo entonces la zona coloreada con cierta inquietud y, efectivamente huele a moho que tira de espaldas; bueno, pues a mí a lo que me huele es a hotel, lo que favorece que ingiera el pastelillo con sumo agrado y fruición (me encantan los hoteles) y que incluso pida me envuelvan media docenita para llevársela a Lourditas, que, aunque diabética la pobre, gusta de fruslerías y confites.
El ascensor del hotel era de palo santo y filigrana de latón bruñido. El ascensorista era un letón fornido, barbado y de nombre Jouzapas. Él fue el que pulsó el botón luminoso del sexto piso. Al llegar nos despidió con un efusivo "¡ardievas!", que en letón significa "adiós". Nosotros le sonreímos. Nosotros éramos mis cuatro hermanos y yo. Los nombres de mis hermanos son irrelevantes, sobre todo el del benjamín, que se llama Zigor.
A los cuatro les puse el esquijama y les administré una cucharada de Calcio 20. Yo, a mí mismo, me administré un supositorio C-3 y me dirigí a mi suite júnior.
La tragedia estaba a punto de estallar.
Mientras disponía en el secreter los útiles de escritura para comenzar la misiva diaria a Lourditas la tierra comenzó a temblar. Un ruido ensordecedor me ensordeció con una lógica aplastante, tan aplastante como la acción del techo al desplomarse sobre mí. Ensordecido y aplastado y oliendo a moho de manera desaforada me fui convenciendo de que ya no culminaría la carta a Lourditas, ya nunca más pondría a mis hermanos el esquijama ni les daría más Calcio 20, ya nunca más le compraría mojicones a Doña Régula, se acabaron para siempre mis supositorios C-3 y a Jouzapas ya nunca más le oiría decir ¡ardievas!
Mis hermanos murieron todos. Jouzapas, lo mismo. A mí me salvaron in extremis las hermanas del Crédito Rural que tenían su asamblea anual en la Sala Excelsior del hotel.
Quedé incapacitado de medio cuerpo hacia abajo, hacia los pies. Me lo hago todo encima, no ando y de las prácticas coitales ni hablamos.
Lourditas me abandonó de momento, la comprendo a la muy puta.
Sigo gustando de los establecimientos de hostelería, aunque ya voy poco a los hoteles, las hermanas Crediticias me tiene confortablemente vigilado en este asilo rural, donde me guardan los medrugos de pan viejo que saben tanto me gustan, cuanto más verdes mejor. Los huelo con placer porque siento cómo me transportan con sus mohosos aromas a hoteles de ensueño con ascensores infinitos y ascensoristas letones, con alfombrados pasillos donde bailan mis hermanos luciendo sus esquijamas de fiesta y brindando alegres con relucientes copas de Calcio 20.
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