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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



27.7.15

355. El queso de Villalón


          ...y es así cómo se entumecen los próceres, o mejor, cómo se entumecen sus recuerdos, sus recuerdos no, mis recuerdos, los míos son los que se entumecen, aunque no son míos, sino de todos. Mi traje de franela gris, con el que recibí en Estocolmo el Premio Nobel, se me ha desgastado tanto por la parte de la entrepierna, que se han abierto dos boquetes que facilitan directamente el roce de la piel de la parte interna y superior de mis muslos. Yo es que, como mi tía Amparo, he sido siempre muy junto de muslos. A mí, los muslos es (son) la parte del cuerpo humano que me parece más desconocida. Una vez escribí un cuento titulado "El muslo ignoto", que incluí en mi primera antología de cuentos de juventud. Es esta estepa ártica (¿o habré querido decir/escribir: "esta etapa artística"?), bueno pues en esta estepa artística o en esta etapa ártica de mi vida (¡joder, que lío!) en que me hallo por propia voluntad (!?), alejado de los coros de aduladores y de los grupos de presión mediática, recuerdo los tiempos de gloria, donde mi traje de franela gris (entonces sin agujeros) era ejemplo de integridad no sólo textil, sino también moral. Luego, poco a poco, comenzó a aparecer la gente mala que acabó por hacerme huir, por hacer que me escondiera hasta casi desaparecer. Hay compatriotas literatos que consideran la desaparición del autor como algo emblemático de un honrado proceder intelectual; los comprendo, acepto la metáfora, sé lo que quieren decir, pero yo sólo quiero que me quieran bien, no que me quieran mucho y mal. Me gusta la otra gente. Me gusta, en el fondo, la gente que no me lee, la que no compra mis libros. A aquellos literatos les digo que se vive desaparecido para casi todo el mundo, sólo huimos cuando los que nos conocen y nos dicen que nos quieren convierten nuestra vida en un infierno. En esta clima extremo en el que sobrevivo, en este mundo ártico (¿artístico?) cambiante (porque nada cambia más que lo inalterado), suscribo los aspectos de mi vida que nacieron de la parte menos azarosa, de la parte más volitiva y trabajada. Sé que me voy a morir de frío dentro de poco, cuando los agujeros de la entrepierna de mi traje gris vayan creciendo y ensanchando sus perímetros como sendos agujeros de ozono y las consecuentes bajas temperaturas cristalicen mis huesos y luego los pulvericen. Pero ha sido la mía una buena vida, conformada a la bonanza con el mismo espíritu que afronté los malos tiempos (bad times). Aquí en el Ártico no hay muchas tiendas donde poder adquirir otro traje de franela gris, pero seguiré buscando.

26.7.15

354. Un país de enanas



        Cumplo mis promesas, siempre las cumplo, siempre, aunque alguien tenga que morir por ello. Poseo la virtud de la lealtad tan acendrada que incluso paso por alto la muerte de quien sea, con tal de que esa lealtad quede inmaculada.
          Tengo la verdad por bandera, jamás una falsedad ha dilatado un ápice el diámetro de mis pupilas; antes quisiera ver muertas a mis nueve hijas que proferir una sola mentira.
          Mi nobleza es mi coraza, antes la miseria y el exilio, que cometer el más simple acto de vileza.
          Mi valor inefable e indubitable adorna mi paso por este mundo, mundo al que preferiría ver cubierto de llamas antes de que fuera testigo de un suceso en el que mi cobardía pudiera dejar la menor huella.
          Mi generosidad no tiene límites, mejor mil vasallos pasados a cuchillo, que una brizna de avaricia en mi blasón.
          Mi sabiduría es un pozo sin fondo del que me enorgullezco tanto, que la muerte de mis parientes sería un bálsamo, si tuviera que elegir entre ella y la pérdida de mis colosales conocimientos.
          ¿Por qué entonces, siendo fiel, leal, sincero, noble, valeroso, generoso y sabio, me veo rodeado de muerte? ¿Por qué siempre la muerte se retuerce a mi alrededor? Su negra presencia bulle y rebulle como un viscoso ectoplasma formando una grumosa y reptante bruma, una sustancia gelatinosa que me circunda y persigue sin tocarme todavía, sin hacer ruido, solo girando y girando en mi entorno más cercano.
          La imposibilidad de ser alguien infiel, de ser un hombre poco fiable, un vil y un embustero, la incapacidad para proceder como un pusilánime, como un individuo avaro y necio me llevan directo a la muerte. Para sobrevivir, pues, para alejar la muerte de mí, para poder respirar al menos una última bocanada de aire limpio, he de transformarme, he de sufrir un cambio radical de mi personalidad, de mi carácter y de mi temperamento, también de mis hábitos, de mis costumbres, de mis principios e ideales, incluso de mi fe.  
          Realmente no sé que hacer, pero algo he de hacer.

          De momento esta noche me voy de putas, y luego ya veremos.

25.7.15

353. Down in Mexico

         

          Me llamo Atanasio porque así lo quiso mi madre.
          El cura que me bautizó se llamaba Mortimer. Murió de un mal de escrófula allá lejos, donde los negritos.
          Mi mujer, que vende guayaberas en los zocos de Matanzas, se llama Gladys, aunque su verdadero nombre es Casiana.
          Mi optómetra de campo se llama como el famoso muniqués inventor de la tirolina, Hans Klimanloeffer.
          Paul Toggle es mi corbatero.
          Tania Suckcock es mi felatriz de cabecera.
          Totó es mi payaso de los lunes.
          Manuel José Gambito Baturone es un vecino de Torrox al que no conozco de nada, pero del que sospecho su tierna afición, compartida conmigo, de mirar desnudo a la luna las noches de agosto de luna nueva, cuando la luna se hace tan morena que apenas se ve.
          Tengo una vecina cuyos ojos dicen a las claras que su dueña se llama Esperanza, aunque lo desmiente una nariz propia del Egeo que proclama ser Amaranta el nombre, mientras unos labios cordobeses se humedecen al decir que ni Esperanza ni Amaranta, sino Carmen es el nombre de la mujer, que sublima los geranios del balcón con los aires de la copla al albor de la mañana.
          No tengo amigos, pero si tuviera tres, se llamarían Brenan, Buffon y Mario.
          Mi sirena, la que me vuelve loco con su canto todos los días, tiene nombre de río y rosa.
          Casandra es el nombre del velero que nunca tendré.
          Candela es el nombre de la hija que algún día tendré cuando resuciten muchas cosas.
          Falta un país de nombre Klatanguia, como falta el planeta Hus.
          Mi asesino preferido (no voy a decir su nombre) se llama Francesco Bussoletti, y es de condición franciscana en su vida privada, aunque en su vida pública adolece de una prosapia y exuberancia factual prodigiosas.
          Mi japones ausente (porque nunca está cuando lo necesito, algo en cuyo origen no es lo menos importante el hecho de que ni lo conozco ni me conoce) se llama Oguri Haruma.
          Tengo dos primas nacidas en Siria, Huda y Hala. A Huda la vi una vez el culo, a Hala, dos veces.
          Estreché el pasado marzo la mano derecha de un político de extrema izquierda, pero mi pensamiento volaba en ese instante por parajes muy ajenos al acto en que me encontraba (en concreto estaba deleitándome en una fantasía en la que estrechaba con suma fruición la mano izquierda de un político de extrema derecha). Es por ello que no recuerdo con exactitud el nombre del político en cuestión, pero casi seguro que se llamaba Ángel Luis Buendía Perelejo, o algo así.
          Tobías es mi suegro, es judío y el padre de mi mujer, su hija, mi esposa y madre de Gestas y Zofrán, sus hijos, y los míos, y nietos de Tobías, el esposo de la madre de Fátima, mi mujer y madre de mis hijos, Zofrán y Gestas, nietos de Riula, mi suega, madre de Fátima y esposa de Tobías, mi suegro.
          Ya dije que no tengo amigos, pero como soy católico la mayoría de las veces, sí tengo enemigos. Mis enemigos son cinco. No sé si son muchos o es una cifra que se queda corta. En cualquier caso sus nombres son: Eusebio, Tomás, Aquilino, Lucas y Cosme. Siento decir que los cinco son sacerdotes.
          
          Buenas tardes.
       
       

16.7.15

352. Embriones


          Parece fácil, pero no lo es. Prepararse para morir con dolor inaudito es de una dificultad que supera los límites de la imaginación. No sé, por tanto, por qué he dicho que parece fácil. Nadie osaría decir que lo es. Entonces ¿por qué he comenzado diciendo que parece fácil prepararse para morir con dolor inaudito, aunque inmediatamente lo he negado? Esa negación ha sido y es ambigua, deja sembrada la duda, parece decir que hay alguna posibilidad, por remota que sea, de que la dificultad para morir con un dolor inaudito pueda ser en alguna muy especial circunstancia, algo relativamente fácil de sobrellevar. Son las pequeñas frases, como ésta que da comienzo a este escrito, las que hacen que la vida se convierta en un maremágnum muchas veces muy difícil de sobrellevar. A veces estas frases no son pequeñas, a veces se concatenan en un farragoso párrafo, en una idea expresada en miles de meandros conceptuales que no conducen a un estuario de sabiduría sino directamente al mar de la confusión plena. Enojado con la enajenación que me producen las palabras, enajenado con el enojo que me provoca su obligada servidumbre, desesperado ante la absoluta falta de esperanza en ser manumitido alguna vez de la tiranía de las lenguas, así vivo acosado, asediado y perseguido por todos los alfabetos del hombre, por todo ese rascacielos de signos y símbolos e ideogramas que vigila como un ente de mil ojos el movimiento de mi vida. El infierno del silencio deviene puro éxtasis celestial cuando las nubes del sopor cubren el cielo de la vigilia infame. Ansias de plomo submarino, de ausencia absoluta de vibración sonora, de longitudes de ondas aplanadas, de debilidades vocálicas e insignificancias consonánticas. La palabra que se muere de no-dicha, el concepto agonizante por no-expresado, la idea que se corrompe en su falta de sustento, el mensaje sin vehículo, el riesgo no asumido de la comunicación. La sombría y delicada y erótica presencia del mondo-insonoro. Tan solo que quede la palabra, el lenguaje, como juego y divertimento de niños y aficionados a los artificios florales de cosas ya dichas infinitas veces, pero otra vez resucitadas con matices diversos, sorprendentes o simplemente pintorescos. 
          
          Algún día, no muy lejano, volveremos la vista hacia la única verdad, algún día abandonaremos el Verbo y nos elevaremos hacia el Número.

5.7.15

351. Ya sólo quedamos once


          Igual que Montaigne detestaba el ajedrez, yo detesto todo lo demás, es decir, todo lo que no es el ajedrez, y además yo también detesto el ajedrez, un juego propio de cerebros falto de cosas esenciales. Necesito el odio como vosotros necesitáis el aire. Porque también me asquea el aire que respiro, lleno de las asquerosas exhalaciones de los que me rodean Mi odio es polimorfo, polivalente, sistemático, omnímodo, ubicuo e intemporal. Este odio me llena y satisface como a vosotros os satisface un orgasmo, un billete, una caricia, un anhelo, todas esas bobadas melifluas con las que os enaltecéis, creyendo que con ellas sois algo más que montoncitos de abono futuro. 
          No es un día feliz, ni para mí ni para nadie, es el día, ya conocido por lo iterativo de su aparición, en que deseo de nuevo con absoluta pasión ser portugués, acoger en mi regazo todo lo que el mundo posee de lusitano. Ya son muchos los días en que siento lo iluso de mi pretensión de haber nacido luso, pero en lo ilusorio de mi deseo subyace algo noble, promisorio, atlántico, un profundo matiz lisboeta aparece en el ribete de mi pensamiento, pensamiento que en lagos de vino verde se ataja, se duerea, se guadianea y se miñea como sierpe que vibra en meandros arbitrarios de odio añejo y saudade de fado antiguo.
          El ajedrez es la actividad humana que más acrecienta el odio. El odio es el sentimiento  más alejado del alma portuguesa. Portugal no odia el ajedrez, porque no sabe odiar, y lo practica en dameros de poniente, y dispone las figuras en el enrejado infinito, frágil, efímero y voraz de sus ocasos voraces, efímeros, frágiles e infinitos. Los peones portugueses reinan, los alfiles cabalgan y las torres portuguesas se enrocan en un tumulto de colores y olores y vislumbres y sabores terreros y visiones ultramarinas, y versos que nadie escribió porque todos los escribió el milenario Pessoa que nunca existió.
          El mundo siamés en que me enseñaron de pequeño que dos naciones hermanas coexistían, sentí de mayor como la gran estafa geográfica de la niñez. De siempre la mirada nacida en la nuca para ver El Alentejo, el cuello en giro forzado para otear Bragança, Coimbra, Santarem, el poniente en la espalda sintiendo las agujas dispersas desde Lisboa hasta Faro. Nombres suntuosos, tan cercanos como imposibles, sitios diversos en donde no habitaban, ni habitan, hermanos siameses, sino dos individuos, uno dispuesto hacia oriente y otro hacia occidente, inmensamente desunidos por una frontera y que jamás se han vistos las caras.
          La elegía de mi odio, al que venero como algo tan obligado como cromosómico, se la dedico en este día de arrobos y lisonjas, a esta confluencia de latituides sentimentales que me llenan de una esperanza posterior, sabiendo que en la vida hay algo bueno que casi nunca ves y que está tan cerca como Ayamonte de Castro Marim.