Ahora me es dado a conocer, por informes internos de mi alto estado mayor, que mis lectores habituales no son cerebrarios tenedores de hojarasca librera, ni decanomos de tristes hábitos misóginos, ni berdones de altos vuelos académicos, ni mucho menos simples acólitos de verbena metafísica; mis lectores son, ¡válgame Dios!, jovencitos ambidiestros, de hormonas bisoñas, con la pubescencia estropajosa y liquenificada por los millones de megabytes ingeridos en las dos últimas décadas. Según los referidos e inquietantes informes, el prototipo, la foto robot del lector medio de mis obras, representa y define a un hombrecillo a medio hacer, con nombre o apodo bisílabo, lengua de trapo, porte de impúber dakotiano o de infante anabaptista virginiano, exitoso en sus oscuras labores de aprendizaje, aliñado desde sus años de lactancia con sitcoms del Imperio y lecturas de huecograbado lujuriante; viste como si lo vistieran, come poco y mal, o mucho y bien, gusta a las chicas que poseen esa especie de pensamiento delgado que tanto le pone (I suposse), abruma a sus amigos con locuras de lisergia ácrata, bordeando unos límites que sólo él no conoce. Mi lector tipo pasa por ser un prensipto cuando en realidad es poco más que un afresto; es su juventud lo que le allana el camino y le adorna el sendero con camelias y adelfas venenosas a las que tanto afecto tiene. El paso del tiempo parece no hacerle mella, me lee por la noche, ocupando en mi lectura el tiempo que tendría que estar drogándose o llorando por las cosas que le gustaría no haber tenido que dejar de evitar tener que hacer. Es un prototipo de ser humano delicuescente, atorrante, sumidero del plancton dulce que le rodea y nutre como el maná bíblico nutrió a aquellos hebreos a los que tanto seduce mi joven amigo con su verbo inquieto y de los que recibe tanta seducción en una contrapartida que acabará con él, con mi tierno y joven lector, en los campos de Marte. Se ve a la legua que sabe sumar tanto como restar, aunque en su mirada se esconde un temor a la multiplicación que lo divide, lo integra y lo deriva en matrices de muy difícil solución sin unas lentes progresivas. Pero las gafas y las rastas no van en absoluto, así que tendrá que someterse a una queratoafactilia bilateral con Argón-Láser dos o tres veces en los próximos cinco años. No obstante, a este prototipo de chavalote he de quererlo como a un hijo, dado que parte de su vida, como mi hijo, la comparte conmigo, como su padre que soy, he sido y seré. A partir de ahora lo tendré presente en mis rezos nocturnos como tengo en mis rezos nocturnos presente a mi hijo, porque para eso soy su padre, el padre de mi hijo, no el padre del chavalote, que en realidad no existe, es sólo un ser enteléquico, alumbrado de unos informes administrativos de mi alto estado mayor, es decir que rezaré por las noches por el bien presente y futuro de un ser inanimado, de un ente etéreo que me lee, que lee y que cuenta y panaliza mis palabras una a una y las celdifica aquilatando mi discurso, analizándolo hasta el fin, algo propio de una mente exhibidora de una filosofía analítica-positivista propia de un Wittgenstein o un Russell. No lloro de emoción porque no sé llorar y me emociono muy mal, de manera algo cateta. Cuando alcance la fama (yo, tú no, tú eres un fantasma robot) te dedicaré una copla, o una perfopoesía, o una misa cantada, o un mamotreto entero. Te esperaré en el Parnaso.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.