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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



16.4.14

315. A orillas del Potomac


          Me informaron, cuando era joven, que la flecha disparada (¿se dispara una flecha?) disparada, decía, por Temístocles, que acabó con la vida de Darío, no iba dirigida a él, sino a su hijo Jerjes. O al revés, la flecha que iba dirigida a Jerjes, iba dirigida en realidad a su padre Darío. De cualquier forma, Temístocles ensartó con su flecha el corazón de uno de los persas más importantes de la Historia. Temístocles era ateniense, un rudo campesino y proveedor de perdices de los próceres de Atenas. Su padre, Istomenes, fue marino y murió en la batalla de Nadea, que tuvo lugar en la bahía de dicho nombre y que supuso el triunfo de la coalición de partos y medos contra la flota ateniense, con la consecuente pérdida de su hegemonía naval. De todo ello me informaron cuando era joven, pero ahora soy viejo y confundo los términos, las fechas, los lugares y las personas. Hay días que me creo Temístocles y hablo en griego con mi ama de llaves. A veces, me levanto asediado por la presencia de numerosas perdices embaladas en cestos de mimbre que urgen ser llevados (los cestos) al consistorio para que sean debidamente distribuidas (las perdices) de manera alícuota entre los concejales. Almuerzo creyendo ser Jerjes, acudo al Excmo. Ateneo convencido de ser el rey Darío, ceno oyendo el rumor de las jarcias de mi nave sabiendo que soy el viejo marino Istomenes. Me paso el día buscando mi arco y el tahalí con mis flechas, para defenderme de aquellos partos y medos que quieren acabar con mi vida en cada esquina (En cada esquina, amor, en cada esquina...). En los momentos de calma y sosiego, cuando mi mente se distiende y alberga la realidad en la que vivo, sucumbo a la angustia de la multipolaridad de mi existencia, de saberme multiplicado en seres dispares, ajenos y tan lejanos en el tiempo y en el espacio. Mi esposa, Terpsícore, es una de las nueve musas, en concreto es la musa de la danza, aunque toda la vecindad la llama por otro nombre. Me conmueve su ternura y me enternecen sus pas de deux. Su tutú, ajado ya, me hace cosquillas en la nariz, y la música de Rameau, que tanto ama, flirtea una y otra vez con el aire antiguo de nuestro salón acompañando a sus elegantes volatines, ya cada vez menos veloces y cadenciosos. La Grecia de mis años de juventud, la Grecia de mis fantasías y a veces de mis realidades aflora (o florece) a cada instante y es por ello que ando en toga por mi palacio lleno de moscas, moscas sabias, moscas, a su vez, con togas que ellas mismas elaboran; las más mañosas para tales menesteres son las moscas pitagóricas, tan precisas ellas a la hora de confeccionar y cortar los patrones; las socráticas visten togas que las hacen parecer desmañadas y de aspecto poco aseado; las platónicas, moscas amaneradas pero de seso brillante, muestran exquisitas togas sumamente lucidas; los moscones cínicos, en cambio, van por ahí enseñando sus innobles atributos sin toga alguna que los cubra. Ya hablé de mi suegra, Mnemosine, madre de Terpsícore y personificación de la memoria, ¿o no lo hice? Me casé con mi suegra sin darme cuenta una oscura noche de invierno, aunque ella no lo recuerda, ni yo tampoco. Todo se me ovilla en el cerebro, tengo la edad en la que Tucídides leyó por vez primera los epigramas de Zenón y la tres cuartas partes de la que tenía Eratóstenes cuando visitó por segunda vez el templo de Artemisa, pero en realidad no sé la edad que tengo, conozco los nombres de casi todos los eremitas de la Capadocia, pero no reconozco sus caras terrudas y barbosas. Si supieran ustedes a qué me dedico, me harían muy feliz comunicándomelo porque desconozco cómo gano mi sustento, llego a casa tan cansado que no recuerdo con exactitud en qué he dilapidado o aprovechado mi tiempo. Sé que hago algo relacionado con la talabartería o la guarnicionería, huelo a cuero y tengo las manos sucias, ásperas, agrietadas, y las uñas negras, pero, a su vez, llevo bajo el abrigo unos leotardos amarillos con motivos espartanos y una camisa floreada en tonos pastel. ¿Y las flautas de pan? ¿Qué hacen las docenas de flautas de pan arrumbadas de mala manera por alacenas y pasillos? ¿Cuántas tengo? ¿Quién me las regala? ¿Las fabrico yo? ¿Para qué las quiero? ¿Las vendo? ¿Las robo? En mi domicilio hay personas a las que observo con suma atención y fijeza por si algo me suscitan o sugieren, pero no, no hacen más que obligarme a comer uvas, manteca, moras y peces raros. Yo como mirando un gran póster enmarcado del equipo de fútbol del Panathinaikos. Conozco el nombre de todos los jugadores, aunque sus caras me recuerdan en conjunto al coro de Antígona. ¡Qué soledad y qué locura no saber de verdad y a ciencias cierta si soy el patriarca Atenágoras o Melína Merkoúri!