El vals es un baile de biombo. Las parejas se embellecen y se hacen sabedoras de los puentes de melaza que ocasionan sus miradas. La música de vals aleja los sables y las balas, añade folclore a las sedas, crepita entre cera derretida, atiesa los bigotes de mariscales de campo y entumece la entrepierna de los pequeños maricas de cuartel. El vals es como un estallido del páncreas—quizá la glándula más vienesa que tengamos—, un estallido leve, pero constante. Las damas, que propenden a la danza de manera genética son, a la sazón, menos pancreáticas que los caballeros, pero aquellas (también a la sazón), asimilan mucho mejor a Proust. Este escritor, con aspecto de predicador portugués, bailaba tan mal el vals que su presencia fue negada y casi proscrita en las veladas musicales de la muy coja princesa de Guermantes. La Viena que yo conocí, la Viena de Sisí y Francisco José, la Viena de los emblemas y el pudor casi carolingio, se esfumó en un golpe de bombo. El vals, uno de los sones menos quebradizos, se colapsó a golpe de mazo. El vals, por tanto, pasó del biombo al bombo en una fracción de tiempo muy pequeña, a penas el tiempo suficiente para terminar con una ración de tarta Sacher. Los intelectuales del café Griensteidl no eran valseros, y si valseaban, lo hacían como si fueran incontinentes de facto. Todo en Viena, antes y después de Strauss, era una vivencia plena de la guerra. Austria es la guerra, como Rusia es la muerte y Francia la victoria. Klimt, ese orfebre terminal, entendió su tiempo y propuso un arco iris de metal cuyo brillo alcanzaría el pasado y el futuro, dejando el presente a ese pueblo cultivado del Imperio que continuaría bailando las olas y agasajando la estructura de una sociedad excesivamente azucarada. En mi regimiento sólo los caballos bailan como es debido, con buen compás y armonía. El coronel von Strupper es un desastre, el capitán Timmitz baila el vals como si le fuera la muerte en ello, y yo, por mucho que me esfuerzo en lo contrario, acabo siempre con las manos en los pechos de mi pareja de baile y musitándole al oído vergonzosas obscenidades. Las muchachas de Viena, aunque hermosas y esbeltas, piensan como si fueran gordas, todas ellas son mórbidas en esencia, gordas en cuerpos de sílfides rubias y casi etéreas. La cursilería de una gorda, ya es sabido, alcanza cotas sublimes, y las gordas austrohúngaras añaden a su cursilería primigenia la ñoñería centroeuropea. Y para colmo no son gordas en puridad, sino gordas enteléquicas, obesas adimensionales, finas y elegantes estructuras femeninas que expresan pensamientos grasos y adiposas opiniones sobre todos los aspectos de la vida. Quiero decir que una vienesa te pueden aplastar con un pensamiento gordo enjalbegado de besos de mariposa, te puede afrentar con sus kilos de más allá en una vorágine de oscuras diatribas sobre su estatus de crasa damisela pensante. Pero no es la gorda a la que puedes romper su carnet de baile en mil pedacitos multicolores y devolvérsela a su madre, porque no es gorda, sino que vive como una gorda in péctore a la que nunca se la va a condecorar por serlo, porque el pensamiento gordo ni se otorga ni se premia. No obstante, como buen austriaco, me casé con una francesa del Languedoc, ésta sí, gorda y sonrosada se la mire por donde se la mire, que me dio cinco hijos, todos buenos agricultores, menos uno que me salió anarquista y anda por ahí poniendo bombas en cajeros automáticos de oficinas bancarias por toda la Baja Normandía.
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.