En Valencia todos saben que la princesa Carmesina era tan blanca que se veía pasar el vino por su garganta. Todo lo que sigue no sólo no lo saben los valencianos, no lo sabía ni yo al comienzo de este obsceno panegírico. A través de los ojos de Carmesina se veían los ojos de Amor, hijo de la Noche y de la Oscuridad, según los griegos. Al final de su cabello se alcanzaba a ver el continente maldito, aquel en que los pueblos combaten sin cesar por la posesión del Hongo Dorado. A través de sus uñas rosadas se veían los ejércitos de Nabucodonosor arrasando el Templo de los judíos. Carmesina es un ser translúcido y cristalino, casi etéreo en su deambular, insonora como una cueva profunda, como una sima sin fin. Entre sus delineados omóplatos de marfil se podían contemplar mil naturalezas muertas, desvaídas acuarelas de tornasoles naturales y líquidos, óleos de profundo tenebrismo, terracotas y mármoles diseminados en salas luminosas o lúgubres. Bajo la piel de sus muslos etéreos bandadas de pájaros tropicales pugnaban por salir y liberarse de las atroces olas del mar embravecido. En su vientre de plumón era el sonido de timbales y trompetas de jolgorio carnavalesco. Todo en Carmesina se exteriorizaba como en un escaparate multicolor de un bazar mágico y fascinante. Su artificio interior fusionaba cadencias y alaridos, junglas y jardines, algaradas y amoríos, toda la literatura de sus vísceras doradas y toda la música de sus impulsos secretos.
El texto anterior consta de 246 palabras o, si lo prefieren, de 1.216 caracteres. Las palabras están colocadas en un solo párrafo y en un orden que le ha parecido al autor ser el más adecuado para su propósito. Propósito que no ha de coincidir con el del lector, esto sólo ocurre en muy contadas ocasiones. Por otro lado, la coincidencia de propósitos entre lector y autor, a este autor en concreto, que soy yo, se la suda. No obstante, en un rapto de bondad del que luego con total seguridad me arrepentiré, les ofrezco las anteriores 246 palabras o, si lo prefieren, los 1.216 caracteres en un orden diferente, para su cotejo, análisis y disfrute.
En Valencia todos saben que la princesa Carmesina era tan blanca que se veía pasar el vino por este obsceno panegírico. A través de los ojos de Carmesina se veían los ojos de Amor, hijo de la maldito, aquel en que los pueblos combaten sin cesar por la posesión del Hongo Dorado. A través de Carmesina es un ser translúcido y cristalino, casi etéreo en su deambular, insonora como una cueva naturalezas muertas, desvaídas acuarelas de tornasoles naturales y líquidos, óleos de profundo muslos etéreos bandadas de pájaros tropicales pugnaban por salir y liberarse de las atroces olas del carnavalesco. Todo en Carmesina se exteriorizaba como en un escaparate multicolor de un bazar y amoríos, toda la literatura de sus vísceras doradas y toda la música de sus impulsos secretos. su garganta. Todo lo que sigue no sólo no lo saben los valencianos, no lo sabía ni yo al comienzo de Noche y de la Oscuridad, según los griegos. Al final de su cabello se alcanzaba a ver el continente sus uñas rosadas se veían los ejércitos de Nabucodonosor arrasando el Templo de los judíos. profunda, como una sima sin fin. Entre sus delineados omóplatos de marfil se podían contemplar mil tenebrismo, terracotas y mármoles diseminados en salas luminosas o lúgubres. Bajo la piel de sus mar embravecido. En su vientre de plumón era el sonido de timbales y trompetas de jolgorio mágico y fascinante. Su artificio interior fusionaba cadencias y alaridos, junglas y jardines, algaradas