He de ir a ver a un psiquiatra el próximo lunes.
Será un hombre, o una mujer, que disimulará su hastío, que al sentarme delante
de la mesa de su consulta forzará una sonrisa y me ofrecerá una mano que
retirará con presteza. Pero su trabajo consiste en atenderme y en aplicar una
serie de protocolos que le faciliten un diagnóstico y un tratamiento. Me
estimulará a que le cuente lo que me ocurre, algo que él y yo sabemos que es
imposible. El mero hecho de estar frente a él supone que mi vida ya no puede
ser contada, ha perdido la trama de su propia historia. No obstante incidirá en
un juego de adivinanzas con el fin de obtener un bosquejo de las roturas
principales, de las fugas o de las fallas de mi personalidad, de mi
temperamento, de mi carácter; cartografiará una leve sombra de mi conciencia,
intuirá algo en mi lenguaje corporal, en mis inflexiones orales; captará un
rasgo histriónico por allí, un poso neurótico por allá, incluso supondrá un
juego de transferencias o una tendencia hiperbólica en mi discurso. Mucho antes
de empezar a hablar ya me habrá etiquetado porque la experiencia le ha enseñado
a catalogar una enfermedad del alma con sólo ver la manera como se sienta el
paciente. Es un profesional. Pero yo también lo soy. Mi especialidad soy yo.
Conozco muchas cosas que él no va a saber nunca. Conozco todo aquello que no le
voy a decir, porque no me lo digo ni a mí mismo. Soy experto en terrores de los
que él no es capaz de imaginar. Sólo oirá lo que yo quiero que oiga, porque mis
verdaderos sonidos lo aniquilarían. Nadie puede hablar de sí mismo, y a nadie
que sufra se le puede imponer esa tarea, porque el sufrimiento no se puede
relatar, y además nace eterno, conforma una permanencia a la que no se puede
poner resistencia. La química de los neurotransmisores podrá ser alterada, sus
receptores abolidos y sus consecuencias controladas. La droga ejercerá su
demiúrgica misión y mi psiquiatra colaborará con estas armas, que son las
suyas, a combatir el perjuicio que implementa mi desdicha. El querrá saber más
y más, para definir más y más, para controlar más y más, y yo querré no saber
nada, vivir sin definición y al margen de cualquier control. Él decorará mi
celda con un bonito y elegante póster caleidoscópico, o me cambiará de celda,
quizás a otra más luminosa y acogedora. Pero mi sufrimiento, que él cree
conocer tan bien, es así porque es el mismo sufrimiento que él atisba por la
noche dentro de su cabeza apoyada en la almohada, en ese umbral inquietante
entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte.
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
22.5.13
18.5.13
296. Ánimas Benditas Ltd.
Que Santa Afra, una de las pocas santas chipriotas que yo conozca, fuera en primera instancia, antes de su conversión, adoradora de Venus, no es causa suficiente ni necesaria para que me encuentre en el calamitoso estado, espiritualmente hablando, en el que me hallo. Deduzco que la santidad en Chipre nada tiene que ver con su cartografía, con ese contorno característico de sus costas que le da el aspecto amenazador de un insecto con una trompa muy larga y puntiaguda. Ninguna influencia, pues, estoy seguro de ello, tienen Chipre y su cultura sobre mi carácter, temperamento y personalidad. Nada de ese país en concreto altera mi manera de pensar. Sin Chipre sería el mismo, de la misma manera que sin mí, Chipre seguiría su historia natural. No soy afecto ni adepto de la cursi teoría del efecto mariposa. Todo tiene, obviamente, un origen, una causa. La piel de Santa Agra se achicharra por causa del fuego, fuego que enciende un verdugo cuyo nombre no ha quedado en anal alguno, verdugo que a su vez se hizo verdugo al ser denegada su admisión al cuerpo de escribas de Nicosia, etc., pero llegar hasta la mariposa del norte de China, que con su leve aleteo precipita el cúmulo de acontecimientos que acaban abrasando los tegumentos de la santa o determinan el ya referido calamitoso estado espiritual en el que me encuentro, me sumerge en una especie de agnosticismo determinista determinante. Y el caso es que ser chipriota debe ser algo parecido a ser guaraní, parecido a ser algo así como un ser especial, algo imbécil, pero especial. Y este escrito que empezó ahondando en el martirologio cristiano, ha devenido, sin yo ni siquiera pensarlo ni desearlo, en un ataque frontal a dos pueblos que nada me han hecho. O sí, porque si nos creemos la teoría de la mariposilla china, algo tienen entonces que ver el indio guaraní del Paraguay y el gamberro chipriota de Salamina en mi, por tercera vez adjetivado, calamitoso estado espiritual en el que me encuentro. Igualmente, reconozco, que yo también puedo ser causa remota de la felicidad o desdicha de estos pueblos tan ajenos a mi devenir en el mundo. Hoy, día en el que se celebra el festival de Eurovisión 2013, en el que es clara favorita la canción que presenta la delegación chipriota, y con el recuerdo imborrable en las retinas del fenecido festival de la OTI (ese sí era un verdadero festival de la canción), en cuyo último certamen quedó la última en las votaciones la canción del Paraguay, hoy, decía me hallo en un estado espiritual realmente calamitoso, ...calamitoso, ...du du aaah, ...calamitoso, ...calamitoso, ...du du aaah, ...yeeeh yeeeh.
12.5.13
295. Goodoo Hallo
Dionisio Menthicatto, ése es mi nombre cuando me lo preguntan, pero cuando no lo hacen, mi nombre es Eduardo, así, a secas, el Eduardo. Tengo una tienda de ultramarinos en una barriada cerca del campo del Betis y soy de esas personas que a más de ser feas dan un poco de asco, si señor, y bien que lo siento, ya lo creo, porque además es que no soy muy buena gente que digamos, robo lo que puedo a las clientas y me ensaño con el ayudante que tengo (que tenía), Ceferino, que es medio bobo y marica entero. Así que no tengo por dónde cogerme. Además por más que me lavo huelo a guiso de nabos todo el tiempo. No entiendo cómo me casé con el bombón con el que me casé: Miss Holyday 1975, palabra. El Holyday era una discoteca a la que íbamos todos los catetos en aquellos días. Bueno pues, no sé qué le pasó a la muchacha, que fue llegar yo, con mis pantalones acampanados palo de rosa y mi minipul morado, que me dejaba al aire el ombliguillo con pelusa, y a ella entrarle un miserere en la entrepierna que todavía le dura. Ya está mayor, pero navega todavía, la tía. A Ceferino lo maté, sin querer, pero lo maté. Le dejé caer encima doce barricas de arenques en el almacén y falleció el pobre maricón en el acto. Últimamente he contratado por horas a un moro, que no trabaja mal el tipo, pero mira a la Luisa (Miss Holyday 75) de una manera que no me gusta un pelo, y es probable que cualquier día sufra un accidente, si no con arenques, producto que ya no se consume apenas, con tambores de 5 Kg de Ariel®, ya veremos. Me quedan todavía algunos años para la jubilación y mi intención es volver al pueblo. Nací en un pueblo de Burgos, Brazaleños de Oña, una mierda de pueblo, que contaba cuando me marché con sesenta y cinco habitantes, treinta y cuatro de los cuales eran bizcos y el resto no, pero estos treinta y uno con vista normal eran mal vistos por los bizcos y siempre andaban a la gresca entre ellos. Se preguntarán ustedes a qué grupo pertenecía yo, pero no se lo voy a decir, porque ya he dicho que no soy lo que se dice una buena persona y seguro que no me creerían dijera lo que les dijera, así que dejemos el tema. Por lo visto ya no quedan en el pueblo más que tres viejos y una cabra añosa. Cuando llegue me haré alcalde a las primeras de cambio y a la Luisa la hago concejala de fiestas y festejos, eso es. Si la cabra es la cabra que me imagino, se acordará de mí.
11.5.13
294. Miss Nipples en Binaroz
Me acaban de dar una mala noticia. Se han reunido los diversos facultativos que me atienden, o que atienden mi caso, porque para ellos, por desgracia, o gracias a Dios, no lo sé, sólo soy un caso. Bueno, pues se han reunido y me han asegurado que voy a morir en algunas semanas, siete u ocho como mucho, un par de meses mal contados. Me lo ha dicho uno de ellos, el que más se parece a mi padre, el más viejo y el que tiene más cara de ser lo que es, como si cada una de sus características faciales y gestuales emanara de un estereotipo platónico ideal o de una caricatura muy esencializada de lo que para todos es o debiera ser un médico. Circunspecto e histriónico, con el afecto estudiado y un deje casi luterano en su timbre de voz, me ha dicho que mis días, lamentablemente, están contados, que mi proceso neoplásico se extendía con una rapidez inesperada y que dada la inevitable afectación de los órganos vitales, poco o nada podían hacer para remediar mi situación. Que contara, por su puesto, con todo el apoyo paliativo que requiriese mi estado con objeto de hacer lo más llevadero y confortable el consabido tránsito a lo inexorable.
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9.5.13
293. Ensayando inmanencias
Ayer, toda la noche me la he pasado transportando unos documentos muy importantes manuscritos con tinta dorada. Una vez que llegaba a los aledaños de una oficina toda ella de madera (el edificio completamente de madera) la tinta de oro se desvanecía, se disolvía en el aire y quedaban los documentos en blanco. Una angustia perpleja me invadía y corría de nuevo a mi lugar de partida, pero antes de llegar despertaba de mi sueño con una inquietud grande. De nuevo conseguía dormir y de nuevo me veía transportando, ahora con gran cuidado, los mismos documentos hasta la oficina de madera, y otra vez veía anonadado cómo todas las doradas letras volaban en el aire. Así que otra vez volvía y otra vez me despertaba desesperado y sudoroso. Así he estado toda la noche. Me he levantado, he ido al baño, he bebido agua, he paseado por el pasillo, pero nada ha servido; una vez acostado me vencía el sueño y otra vez el mismo delirio surgía una y otra vez. Me he levantado muy temprano, me he duchado, he tomado café y me he ido al trabajo.
Este es el sueño que denominaremos S1.
El pasado miércoles, es decir, hace ahora tres días, el sueño fue el siguiente: mi tía Adoración, una mujer menuda, soltera, muy religiosa, de unos setenta años llegaba a una casa que no es mi casa, pero que en el sueño sí lo era. Me traía unos pasteles de chocolate enormes muy mal envueltos y encintados, como si alguien hubiera desenvuelto y vuelto a envolver el paquete. Al tomar en mis manos el regalo de mi tía, noté que en su interior algo se movía y mi angustia se hizo palpable al comprobar que de su interior empezaban a salir una ratas negras de ojos y hocicos rojos que comenzaron a escalar mis brazos y a introducirse veloces por el cuello de mi camisa. Me desperté de inmediato haciendo aspavientos y desgarrándome el pijama entre gritos de locura.
Este es el sueño que denominaremos S2.
El pasado lunes, es decir, hace ahora cinco días, soñé lo que sigue: volaba en un antiquísimo aeroplano de la primera guerra mundial, un Fokker, o un Junker, no recuerdo, el caso era que me sentía aterrado pues no sabía cómo manejar los mandos, pero es que además, cuando los agarraba con mis manos sudorosas, los mandos se reblandecían y quedaban como una masa gelatinosa y pegajosa. Miraba a través del cristal y veía que me precipitaba a una velocidad inquietante hacia una iglesia dispuesta en la cima de una loma, iglesia que se hallaba ardiendo por los cuatro costados. Pronto desperté con la exaltación pavorosa del impacto seguro. Luego me sentí humillado al notar una fría humedad en las piernas. Efectivamente, me había orinado.
Este es el sueño que denominaremos S3.
El sueño de la noche de hace siete días fue así: una mujer de rasgos orientales, de piel luminosa, ataviada con un sucinto velo de seda y de una belleza más allá de lo voluptuoso, más allá de lo imaginado, se acercaba a pasos lentos hacia la otomana donde reposaba desnudo y en un estado de duermevela de sublime relajación. La dama comenzó a desplegar con sus manos finas y poderosas, con su boca fresca y ágil y con todo su cuerpo todo el arsenal de sus artes amatorias. Fue un sueño largo, profundo, culminado, enaltecedor, un nirvana de placer como nunca he conocido. Al despertar de manera natural, triste por la pérdida del cielo, no me sentí humillado al notar una humedad (muy diferente a la humedad de S3), sino feliz y dichoso por el plácido y sensual desarrollo de la onírica experiencia.
Este es el sueño que denominaremos S4.
Si tuviera obligatoriamente que elegir entre S1, S2, S3 y S4, como sueño que tendría que experimentar todas las noches del resto de mi vida, sin duda elegiría el S4, pero, vamos, sin duda alguna.
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