Vivo con dos mujeres indias. Una de ellas, la más abrupta, es de la tribu de los Guinejoloas, sita en la Amazonía peruana; la otra, la más cetrina, pertenece a una etnia mestiza del norte de Canadá, de padre Kizmoh y madre Akanasii. No quiero a ninguna de las dos, tampoco las detesto, pero no las entiendo, hablan raro y como si estuvieran en un continuo enfado conmigo y entre ellas. Vivimos en un apartamento muy lujoso de Central Park, tenemos dos empleadas de hogar, una de ellas es de Tulsa, Oklahoma, tiene 19 años y llegó a ser semifinalista en el concurso interestatal de Camisetas Mojadas en 2011; la otra es de Topeka, Kansas, tiene 21 años y fue la ganadora del concurso referido anteriormente. Las indias ni las miran. Yo sí, a veces con verdadero deleite e incluso, debo confesarlo, con manifiesta concupiscencia. Una de las indias, la abrupta, ha intentado matarme en dos ocasiones, la cetrina sólo una. Mis amigos y compañeros de trabajo me inquieren, me instan a que las abandone (refiriéndose a las indias, no a las empleadas de hogar), pero yo soy reacio, siempre he sido reacio a todo, sobre todo al abandono de mujeres indias. Menos mal que no he tenido hijos con ellas (con las indias), hubiera sido un milagro, pues nunca cohabité con ninguna de las dos, más que nada por asco, un asco que recuerdo desde el primer día que las vi, porque son de difícil catalogación ambas como seres humanos, su falta de belleza es absoluta, su fealdad, plena, incluso en su ámbito eran repudiadas por desagradables y ejemplos de anomalía étnica. El olor que desprende la más abrupta es casi sólido, el expelido por la más cetrina es tan agrio como demoledor. La peruana, disculpen mi olvido, se llama Onongadú, que significa "Hija de la Quebrada", la canadiense, perdonen de igual modo mi olvido, se llama Údagnono, que significa "Osa Trastornada". Pero yo las llamo desde el primer momento con otros nombres más acordes con mi fonética: a una la llamo Abigail y a la otra, Amaranta, da igual que confunda sus nombres, jamás acuden a mi llamada, son así de ariscas y renuentes las dos. A veces me complazco en idear sus asesinatos, pero sólo como juego intelectual, soy incapaz de matar una mosca. Creo que tampoco les he dicho el nombre de mis empleadas de hogar: Britta y Sonja. Britta es la de Tulsa y Sonja la de Topeka. Definitivamente me gustan más que Onongadú (Abigail) y que Údagnono (Amaranta).
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
24.5.12
18.5.12
258. La reina ventrílocua
He sobrevivido a duras penas al año de mi deceso, así que hablo desde la otra fase, desde el lado oscuro, desde el lugar en que la suerte es un enorme árbol de hoja perenne que crece hacia abajo, hacia el hondo magma ardiente del centro de la tierra (Tierra). Veo desde esta privilegiada posición la espalda metálica de todas las huestes guerreras que defienden incansables esta frontera ilimitada de cuyas anfractuosidades salen famélicas figuras en ambas direcciones, unas aladas hacia la muerte y otras andariegas hacia la vida. No estar vivo, pero muerto, o estar muerto, pero vivo, ha sido mi ignoto destino. Las vísceras (mis vísceras) me rodean y acompañan palpitantes y temblorosas, la piel (mi piel) la siento dentro de mí, pensante y creadora, añorante y orgullosa. Y en este juego de ambivalencias ya resueltas me desploma el tedio infinito de la duplicidad de paisajes en que me veo inmerso, en que me veo envuelto como un embalsamado de otro tiempo y otro mundo. Ya lo sé todo para impedirme el regreso y desconozco lo suficiente para anhelar lo ya conocido. Porque en esta tierra de nadie y de todos en la que extiendo mi aliento sulfúreo ya no hay amor por el más allá, por el abismo desconocido. Los dioses huyeron uno detrás de otro, en perfecto orden. Cuando observaron aterrados que su obra quedaba asimilada, que aquellos seres primordiales ya sabían hacer milagros y hacer sucumbir razas y naciones, formaron escuadrones y marcharon por sesgos dimensionales poco trillados y nunca se supo más de ellos. Por estos antecedentes y dada la soledad que me alimenta y la desidia astronómica que me abate voy a convertirme en Dios Supremo del Universo, voy a ocupar el lugar de los cobardes que huyeron de su propia obra y voy a ser, de nuevo, la Cifra, el Verbo y la Espada, que ellos no supieron ser ni encarnar. No sé muy bien para qué, ni porqué ni hasta cuándo, pero es que me aburro tanto...
12.5.12
257. California
La Primera Comunión del Comandante O'Banion se celebró en la barriada madrileña de Orcasitas u Horcasitas u Orkasithas o Moratalaz, no recuerdo, y no recuerdo el dato por dos primordiales y primorosas razones, ¿o eran tres?, no sé, no consigo acordarme, no consigo atar mis pensamientos ni mucho menos los pensamientos de los demás, de aquéllos que me rodean, que además y ahora que me percato, ¿por qué me rodean?, sé que no les he hecho nada malo, quizás no acojan con bondad y amplitud de miras mi manera de ser, quizás no entiendan el origen y la naturaleza de mis constantes cobardías, porque no son una, son varias las cobardías que poseo, a saber: soy cobarde con mi pasado, soy cobarde con mi presente y soy cobarde con mi futuro imperfecto o condicional o condicionado, pero sea como fuere, de subjuntivo, en eso sí que estoy casi seguro, válgaseme el oxímoron (¿oxímoron?, ¿válgaseme?), sí, oxímoron, ¿qué ocurre?; oxímoron es una palabra que significa lo contrario y lo paradójico que ustedes piensas de continuo, a diario, y es por ello que no se dan ni cuenta, porque oximoronean pausada y largamente como al albur, como al socaire (otras dos bonitas palabras que adornan mi prosapia, mi lengua ahíta de pedantería huera); pero dense cuenta, piensen que si mi pensamiento fuera rico y ubérrimo dejarían ipso facto de odiarme y venerarían mis palabras por aquello que por desgracia ahora no son, y ya a mi provecta edad ya no lo serán nunca, aunque en sentido lato no soy tan viejo como mi tendencia manifiesta, tengo nueve años, soy Comandante de la Royal Army al servicio de Su Serenísima Majestad la Reina Isabel II, poseo carnet de socio numerario de cuatro de los tres mejores clubes privados de Londres, mis defectos son muy anglosajones todos, ninguno me produce dividendos, pero tampoco problemas fiduciarios o legales, el sexo me trae a mal traer, pero solo la mañana de los martes, leo mucho, demasiado quizás, pero sólo autores de raza negra, porque yo soy negro como toda la rama dublinesa de los O'Banion. Una vez que reciba el Santísimo Sacramento embarcaré con mi tripulación rumbo a la China para protegerla de las invasiones que presumo inminentes de los Atlantes Maoríes. Dios salve a la Reina (God save the Queen).
5.5.12
256. Hablemos de Obama
La oclocracia en que me desenvuelvo día a día llega a cifras de toxicidad que bien pudiera acabar con todas las ferias del libro de la campiña o al menos desleír la tinta tipográfica de todos los volúmenes de filosofía de mis pueblos limítrofes. Porque yo vivo inmerso en esto, en esta tierra de componendas diabólicas donde se desayuna el azufre de los cantos glorificados a la tundra azerbaiyana con un chorreoncito de licor de guindas. La huida de este burdel agrio y ponzoñoso no es fácil pues siempre hay una rémora de inconclusas premoniciones de bondad en el futuro garrapiñado que alguien elabora con buena fe y cateta predisposición. La arcada mañanera se nutre como un niño goloso y glotón de un puñado de exquisitas y malsanas patrañas envainadas en dulces baladas de salmodia pagana y corrompida, siempre hay donde echar mano para llevarse a los ojos y a la boca estas ricas viandas que con tan generosa maña y diligencia nos proporciona la fábrica de próceres malditos. No sé si hay que matar a alguien, o matarse delante de ellos, pero están pidiendo muerte a gritos, a veces sin saberlo, a veces con la idiocia fermentada en sus ojos de súcubos, como si en vez de muerte ofrecieran vida a precio de saldo: "Comprad la dicha eterna que os ofrecemos por los diezmos asquerosos que nos dais". En esta tierra que habito ya no se sabe odiar, pasamos directamente al asco, y no es bueno para un cristiano afanarse en ser algo en un entorno de asco, no hemos sido bautizados en el asco, no sabemos convivir con él, pero aquí lo impregna casi todo, es la pátina de nuestro tiempo que nos hace resbalar y caer una y otra vez, y lo peor de todo es que a mis coetáneos les seduce este juego infernal y abogan para que perdure y se entronice como lo más sólido de sus tristes vidas. Yo sólo siento el asco, pero me temo que ellos sienten asco y miedo a partes iguales. Sé que algún día abandonaré su inútil compañía, abandonaré esta tierra desmoronada y quizás se desprenda, se aleje de mí este asco que ahora me domina.
2.5.12
255. Demasiada claridad en Saint Michel
Desde el dolor fluye más sabia y libre la palabra. Desde el lamento parece que las ideas peregrinas se desvanecen en el humo tóxico de lo perdido y olvidado. Es una triste paradoja que a medida que el cuerpo físico se encadena a un sufrimiento lento y paulatino, el cuerpo psíquico desentumece y a la vez tensa su musculatura y se convierte en un ente ágil y diáfano. Este llanto celular que me conmueve hoy no necesita de la totalidad de mi ser para su progreso de manantial continuo; me deja la paz exigua de mi pensamiento para que juegue a ser un pequeño dios creador de vaguedades literarias, de bagatelas gramaticales tan terapéuticas como insustanciales, pero que devienen en un ápice de vanidad modesta, de soberbia humilde que me relaja por dentro y me deja expedito el camino de la templanza necesaria. No reivindico el dolor porque es superfluo en esta vida de constancia dolorosa; la lágrima por sí misma no trasciende más allá de su momento. Sólo expreso que el lamento de estar vivo emociona ciertas terminaciones nerviosas ejecutoras de símbolos nuevos cada día. Sin esa atroz angustia cotidiana la mente divaga obtusa, inerme en un magma de naturaleza amniótica, horizontal, equidistante y roma. Nacemos del dolor y hacia el dolor caminan nuestros pasos. Entre ambos puntos existimos. Entre el alfa y el omega de nuestra vida luchamos con denuedo frente a la adversidad, sabiendo de antemano nuestra derrota y delirando victorias espurias con la mentira de nuestras pobres defensas imaginarias. Ni propongo abogar por la inoperancia en la lucha, ni dejar de lado la vanagloria de los ocasionales y ciertos triunfos, tan sólo quiero dejar al descubierto la posibilidad de una amnistía feroz, de una simbiosis catártica con todo aquello que día a día nos subvierte el cuerpo y el alma. Porque si el dolor fustiga cruelmente nuestros miembros, también acrisola nuestra breve inteligencia y nos fortalece la vena creadora, ese resquicio que Dios dejó en algún lugar de nuestro cerebro, no sé si de manera intencionada, y que constituye el reservorio natural donde anida y se desarrolla aquello que nos diferencia de todo lo demás, y que no es otra cosa que el poder evocar aquella Creación o lo que es lo mismo, el poder mecer la cuna del arte.
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