No tengo necesidad alguna de repeler la hostil presencia de este gerente de negociado con cara de mondadientes. Su inoperancia le hará caer de su pedestal tarde o temprano, pero mientras tanto, debo mantener firme el baluarte de mi idiosincrasia bancaria. Sé más, mucho más que él sobre empréstitos fiduciarios y él lo sabe, y yo sé que él sabe que yo lo sé. Me hace y me hará la vida imposible, eso es evidente, pero lo que ni sospecha es que me estoy vengando cruelmente: no sabe que me estoy beneficiando desde hace algunos meses a todas las hembras de su familia y a todas y cada una de sus amantes, que son cuatro. El muy cabronzuelo además, nunca podrá vengarse de mi venganza, si es que alguna vez llega a enterarse de mis frecuentes escarceos de cama con su madre, hijas, hermanas, tías, primas, abuelas, nietas y nueras, porque en mi familia nunca ha habido hembras de ningún tipo y no tengo amantes, sólo tengo cuatro cornucopias en un estado lamentable, tan lamentable que cuando paso por mi salón de cornucopias y las miro, aunque sea de soslayo, me entra como una especie de pena gorda por los ijares, que me hace palidecer y cantar uno o dos lieder de Schubert. Así que por esa parte estoy satisfecho. La venganza es bonita como lo son las hijas de mi vulcanólogo. Son cuatro las niñas, se llevan dos meses cada una y como seguro ustedes han sospechado, son las amantes del gerente de negociado con cara de mondadientes, a la cuales yo me beneficio por venganza los martes de 21 a 23.30h. No lo paso bien, me aburren, sólo lo hago para vengarme, porque las cuatro damiselas son pesadísimas, todo el día hablando de los volcanes de su padre, de las fumarolas del Popocatépetl o de las ígneas y móviles cenizas del maloliente Krakatoa. Me he extraído todas las piezas dentarias de mis arcadas maxilar y mandibular con un fin concreto que expongo a ustedes a continuación: entre los dientes, premolares y molares solían quedárseme al comer con harta frecuencia, enganchaditos, briznas de lechuga, hebras de carne del puchero, filamentos de tocinillo blanco de jamón, algún bigotillo de gamba y un extenso muestrario de alimentos ricos y variados. Para su extracción mecánica me veía obligado a la utilización de mondadientes que, como queda recogido al comienzo y a la mitad de esta corta y deliciosas epopeya, hacían que me recordaran constantemente la cara del odiado jefe del negociado donde trabajo; así que no tuve más remedio que proceder a tan expeditiva solución para soslayar esta desagradable circunstancia vital. Mi odontóloga extrajo a dolor (así se lo requerí) mis 32 piezas. Aún así, sedújela y toméla carnalmente, dado que era prima segunda del cabrón carapalillo. De cualquier forma, hoy estoy ciertamente demudado, inquieto, irritado: una de mis cornucopias ha desaparecido sin dejar rastro. No quiero ni pensar en que haya sufrido rapto, vejación o destrucción parcial o total de su integridad objetual. No quiero pensar que la venganza de mi venganza haya comenzado a florecer. Les mantendré informados a medida que vayan llegando los teletipos.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
24.3.12
17.3.12
250. Caramelitos de Mistol®
Ahora que sé que mis admiradoras siguen pensando que mi tacañería es antonomásica, ahora que mis enamoradas y fanáticas seguidoras saben de lleno y pleno que soy un avaro sin remisión, ahora que mis a veces consentidas amiguitas y mis ufanas protectoras intuyen mi avarienta mezquindad y mi proclividad a la usura, ahora, decía, ya no tengo que esconder mi deleznable condición con misivas de eléctrica conmiseración, con edictos de pulcritud espiritual ni con requisitorias inflamadas de buenos y perentorios deseos. En efecto, sí señor, soy un rácano del copón. Me levanto todas las mañanas y engullo un napoleón de oro, me causa un placer faraónico sentirlo en mi estómago. Dedico el resto del día a pensar en mis posesiones inmuebles que bordean la costa de punta a punta, mis palacios de verano, mis colecciones de joyas, mis dijes y relojes de oro, mis cuadros de valor incalculable, mis cristales de Bohemia... Devoro estas presencias materiales con delectación casi lasciva. El generoso grifo mensual de mis emolumentos acrecienta de manera incalculable mi fortuna. Aun así y todo, gasto muy poco, para que la miseria genética que me sustenta se glorifique en un futuro de dicha millonaria. Ha sido una enorme liberación dar a conocer mi proverbial y sórdida codicia y que el mundo todo conozca mi roñosa rapacidad. Respiro mejor con los envidiosos efluvios que emanan de los demás miembros de esta pusilánime sociedad. No reparo en la fatalidad que a mi paso voy dejando en mis seres allegados, no siento mías su infelicidad, su pobreza cotidiana ni la miseria que les adorna. Todo lo quiero para mí, porque todo lo que hay me pertenece por derecho y porque nada se merecen los demás que no sea mi desprecio. Las hembras de mi serrallo, mis hijos, todos ellos van descalzos por la senda de la vida, todos marchan a pie y con hambre por el camino que les marca mi ávido apego material. Ser como soy ha colmado el orgullo de mi estirpe, una estirpe consagrada a la posesión universal de bienes y males, tener, tener y tener, ése es el santo y seña de mi vida, sólo tener, poseer, bucear en un océano infinito de materia suntuaria, de riquezas sin fin. Una vida consagrada a la negación del óbolo, al rechazo de la bondad, al alejamiento de la ofrenda, distante de la entrega, ajena al regalo y ausente del sacrificio desinteresado. Pues bien, todo esto ya no se esconde entre las cortinas del disimulo, ahora mi avaricia surge exenta y libre, para que todos la vean, y quizás, para que alguno la valore en su justa medida y comprenda la magnitud casi inhumana de mi empresa.
13.3.12
249. Hoy no estoy de humor para ironías
Hoy he recibido el más conmovedor de los abrazos, un abrazo por demás inmerecido, un gesto de afecto que me sobrevino como un alud de vida que desarboló en un instante el mástil de mi indiferencia y la mucha soberbia que me sobra. Ha sido un abrazo de despedida de un hombre viejo y bueno. Lo acompañó de un lento gemido que penetró en mis oídos como una especie de salmodia triste y benéfica, una especie de lamento que transmitía todas las cosas buenas que nunca nos supimos decir. Me dolió en el alma que no fuera mi padre. El abrazo duró unos segundos, yo sé que él, con sus brazos, también expresaba el deseo de demorar el abandono, de diferir la ausencia, de postergar la soledad. Su vida pende de un tiempo que ya no es mucho, ese tiempo que él intenta doblegar con sus manos nudosas, acariciando proyectos, no dejando que los días se le vayan en lamentos, sino llenando cada minuto de una actividad pausada y constante, luchando y viviendo por perdurar como persona y con el firme orgullo de poder y saber mirarse en el espejo. El premio de su abrazo me hizo sentirme pequeño, pequeño y consciente de que nunca llegaré a desarrollar una excelencia humana semejante a la suya. Aunque no fue una despedida definitiva, tuvo ese regusto a vino añejo, a último sorbo donde los posos se adivinan en el fondo del vaso. Sé que pronto lo veré de nuevo, Dios quiera que muchas veces, pero hoy, cuando ya me iba, giré la cabeza y vi sus lágrimas imperceptibles que me hicieron de nuevo dudar de la bondad de esta tristísima vida.
4.3.12
248. La ciencia del atragantamiento
Medusas y más medusas.
De número excesivo,
de consistencia inasible,
de tersura y tacto ambiguo,
de elasticidad latente,
de hiriente causticidad,
de molicie amortiguada,
de equilibrio inoperante,
de gregaria pesadilla,
de belleza incontestable,
de apariencia fantasmal,
de prosapia transparente,
de translúcido vivir,
de pulcritud lacerante,
de terror acumulado,
de sapiencia marinera,
de relumbre coralino,
de acosos ultramarinos,
de beneplácitos rencores,
de vapores salineros,
de nocturna fluorescencia,
de dinamismo precoz,
de aturdida iconoclastia,
de magma voraginoso,
de lascivas veladuras,
de inconclusa parsimonia,
de grisura angelical,
de espectral ambivalencia,
de balsámicos vaivenes,
de truculentos latidos,
de atónita somnolencia,
de sesgado arrobamiento,
de caricias desoladas.
Medusas.
2.3.12
247. Tengo una prima cofrade
"Ilusión" es un término que proviene de "iluso", aquel y singular ser humano con una innata propensión a sentirse seducido por cualquier circunstancia que le pueda ser propicia; aquel soñador impenitente que va con sus manos heridas asiendo clavos ardiendo que le equilibran en su ascenso hacia otras esferas más emocionantes y placenteras. Hasta aquí estamos todos de acuerdo porque estamos todos de acuerdo en que todos somos ilusos. Me siento tan iluso como usted, amable e iluso lector. La única diferencia posible entre usted y yo será el grado de "ilusidad" que nos defina, y aquí sí me comprometo a decirle que soy uno de los ilusos más ilusos de todos los ilusos que he conocido. Mi nombre es W.O.K. Trackmann, nací en Freistadt, cerca de la ciudad austriaca de Linz en 1957. Desde los siete u ocho años soy iluso. Mis padres de recogida eran carniceros kosher y expertos jugadores de petanca. No tuve hermanos, aunque sí dos culebras autóctonas (Coronella lurentis) que hicieron las veces de elementos fraternales. Las primeras decepciones que enfrentaron mi carácter de iluso primordial ya se manifestaron en aquellos años, pues mi padre se cortó una mano en la carnicería con una hachuela de filetear terneros, mi madre mató por accidente con la bola petanquera a un conocido jurisconsulto vienés, y una de las culebras autóctonas, la más corta en longitud, me atacó una noche de San Esteban en la córnea izquierda, dejándome tuerto para el resto de mis días. Yo hube de frustrarme mucho en aquella época de mi vida, porque vivía con la ilusión de no tener un padre manco, una madre homicida y una cuenca ocular vacía. Pero continué siendo un iluso siempre y a todas horas. En el instituto conocí al Maestro Trïmms, de Salzburgo y a Cinthya Ghangrum, una niña de ojos verdes y sonrisa seráfica. Dos ilusiones se me rompieron al unísono aquel infausto año, cuando detuvieron a mi querido maestro de música por el descuartizamiento y posterior violación de la pequeña Cinthya, de la que yo estaba profundamente enamorado. Hasta aquel día había vivido ilusionado en que a mi enamorada no la violara ni descuartizara nadie, y con la ilusión de tener un maestro de solfeo sin deseos truculentos. Pero yo, triste adolescente, continué por la senda ilusa de mi vida con paso vivo y esperanzas vanas. Un día, cuando finalicé mi carrera de perito agrimensor me salió un grano azul en el tercio medio del abdomen. Me ilusioné con rapidez pensando que iba a surgir de mí por gemación, u otro proceso biológico inaudito, un nuevo ser de características diferentes y soberbias aptitudes para la ciencia o para la danza, pero no, aquello era un tumor cancerígeno, llamado Nevus gigante azul que acabó con mi vida a los veinticinco años tras unos meses de dolores terebrantes. Es evidente que la ilusión de disfrutar de una vida saludable y vigorosa también se fue al garete. Ahora, ya muerto, pienso en mi vida pasada sin nostalgia, sé que no fue muy feliz, que quizás no fuera una vida llena y rica en experiencias placenteras, pero al menos me sirvió para ser un muerto relativamente joven para los tiempos que corren, y me queda toda una eternidad por delante para dilucidar con mucha tranquilidad los múltiples enigmas que ofrece la vida de ultratumba, la tenebrosa existencia post-mortem. ¡Qué ilusión!
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