Es cierto que se me llena de salamandras el escritorio todas las tardes, pero también es cierto que no permanecen más de lo estrictamente necesario. Se marchan por algún entresijo de la biblioteca, tampoco les presto demasiada atención, la estrictamente necesaria. Más me inquieta la presencia de ese hombre que se apoya en la jamba derecha de la puerta de mi despacho y me mira con pupilas de súplica administrativa, como si yo pudiera hacer algo por sus cuitas burocráticas; sin embargo, y es algo que debo agradecerle, me evita con esa misma mirada la implicación en sus problemas afectivos, al menos no más allá de lo estrictamente necesario. Se va, al igual que las salamandras, a una hora prudencial, dejando un olor a cesantía, a colutorio, a coles hervidas. Estas apariciones que les comento y que puntúan mis horas de trabajo son a veces muy aturdidoras, pero en otras ocasiones me hacen pasar ratos muy divertidos y excitantes. Es así que en algunos días de neblina y frío viene desesperada de amor una loquísima vedette, que me llena de caricias y me abrasa los oídos con frases que sería impropio reproducir aquí. No le permito que avance en sus concupiscentes intenciones, no más de lo estrictamente necesario. Ella sabe quién soy y se abstiene de importunarme, aunque sabe que todas las tardes la echo de menos. Casi siempre son motivo, todas estas alucinaciones, de ideas que me van surgiendo y que al final acaban por verse plasmadas en unos cuentecitos cortos que escribo al socaire de este ocio vetusto oficinesco, que no da para más ni para menos, sólo da lo que tiene que dar, lo estrictamente necesario.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.