Bruselas, antesala del cisma y de la luterana molicie, fue la ciudad que vio nacer el cuneísmo más plebeyo y jactancioso, en aquella época en que los curas de teja se ciscaban en los de media y birrete. El otro cuneísmo, el de Brendan Guguel, nació en los aledaños del Molinón en los años sesenta del pasado siglo, cuando los mercados eran sólo abstracciones de los judíos de Venecia y la elocuencia se prodigaba a manos llenas en las ágoras de los países fluviales. Ahora vemos los henchidos pechos de los ulanos rodeando a la solitaria damisela, que entre suspiros y aromas de lavanda, derrama el frufrú de su vestido entre botas acharoladas y vibrantes y bruñidas espuelas. Los sables, no, los sables quedan estabulados en cajas de roble nuevo al abrigo de fangos y vapores de oraciones en sordina. En otras latitudes menos septentrionales el sudor de los braceros, el honor de los corsarios y la fe de las novicias se dejan comprar y vender en una franca almoneda de vasallaje y pecado. De esos pecados de los que Lutero hablaba en Aquisgrán en espera de mejores máquinas tipográficas, que le hicieran granjearse mediante sus escritos los humores y la confianza de los hombres de otras tierras más afines y fáciles de ser conquistadas. La abertura de la moral indiana no se vio reflejada en esos libelos antipapistas que cercenaron la otra vía, la vía diocesana, que tanto fruto le dio a De las Casas en la baja California. La barahúnda, que sigue en la noche sin fin de la Cristiandad, ya se acerca a la Media Luna, y David deja el arpa en busca de quien le teja una sábana blanca con una especie de estrella de siete, quizá de ocho puntas.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.