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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



20.9.10

178. El hombre del sombreo oblongo


          Hooper pinta un cuadro esquinado y luminoso, y profundo y oscuro a la vez. Con líneas verticales y horizontales crea un damero asimétrico de luces vivas e hirientes. Hay cuatro personajes de esencia pisciforme inmersos en la urna de cristal que forma la cristalera de una cafetería, un acuario que los incomunica, sin puertas ni ventanas, de un exterior inhóspito, desierto, sin vida. El día está paralizado en un instante de la madrugada, de la noche, del atardecer, imposible de discernir. Es el tiempo de la profundidad marina, el tiempo del hombre-pez, de la mujer-pez. Tres hombres y una mujer ejercen de humanos en el interior de la ampolla cristalina y luminosa. Dos hombres y la mujer toman café sentados a la barra y miran al interior. No hablan. No se miran entre ellos. El camarero observa con asombro hacia fuera, la calle embrujada de soledad. Son ellos los supervivientes de la noche sin luna o los supervivientes del último día sin sol. Son víctimas de la luz o custodios de esa luz última de clamor urbano. Creo que saben que por el ángulo inferior izquierdo, por esa acera iluminada alguien ha de venir a salvarlos, o a matarlos. Alguien que no vive en la ciudad. Quizás algún gran pez extraviado.

13.9.10

177. No más hip-hop


          La abacería de Manolita, La Parva, está precintada por orden judicial. Manolita era de Almonaster la Real sin ella saberlo, porque de suyo, Manolita no sabía nada, ni tan siquiera sabía que era una mona de Gibraltar casada en segundas nupcias con el tercer corneta de la banda municipal de Ramala, un palestino malo de verdad que le hacía comer mondas de naranja mientras la tundía con la parte de la corneta que más hiere. Cuando tuvieron al Vicentico se trasladaron, él a Mieres y ella a La Línea, ciudad por la que sentía una lógica querencia. Vicentico enfermó de peste bubónica a los tres años y se hizo sacerdote mefítico de la orden de los mercuriales al año siguiente, entablando pugna debaticia con parte de la Conferencia Episcopal por su corta estatura, poca edad y cara de mono. El mal moro, padre deñ Vicentico, ("Moromalo" le llamaban en Asturias) resbaló en un chigre y quedó cuadrapléjico y melancólico hasta el turbante. Unos tunos de empresariales acabaron a bandurriazos con él. El tuno pandereta, de ascendencia almohade, denunció a sus compañeros de rondalla y acabaron todos en presidio. Fue cuando Manolita montó la abacería con dos monos de los alrededores de Algeciras, provincia de Cádiz. De Vicentico se supo que murió en Manila de las secuelas propias de la peste bubónica. ¿Por qué cerró el señor juez la abacería de Manolita, la Parva? Eso nadie lo sabe.

8.9.10

176. Bestiario 03


          BORMOG: Es homúnculo de la orden de los bombios. Es el más redondo de ellos, el más innecesario también. Es ser urbano, de metrópoli industrial, de ámbito factoril. Vive en polígonos industriales, grandes naves chatarreras, desmontes de deshechos fabriles. Su aspecto entroniza y se mimetiza a la perfección con su entorno natural. De lejos semeja un neumático de camioneta de reparto de los años cincuenta. Su movimiento giratorio, sin embargo, no lo realiza con la zona de aspecto recauchutado, sino con la zona central de aspecto metálico-herrumbroso. Vive del hurto de alambre y de bobinas de cobre. Suelen ir en parejas o tríos y emiten, al desplazarse, sonidos hirientes y recalcitrantes, muy desagradables para los obreros y operarios que se encuentran cerca de ellos. El bormog ejecuta ciertas danzas de apareamiento nocturno muy ricas en matices, casi se diría que tales sutilezas devienen paradójicas en un ser de tan baja prestancia estética. Su vida es longeva pero muy pobre en consecuencias beneficiosas para la Naturaleza. Sólo depreda material siderúrgico, nada más hace con su vida. No mantiene relación con ninguna otra bestia y su carácter, hosco y huraño, no lo tipifica como un ser redondo, pero sí como ente despreciable.

6.9.10

175. La falda blanca de Nelson Mönic


          Los hilos de petróleo brotan por los poros. Es el oro negro del sufrimiento. La hez de la amargura inconcreta resbalando en guarismos de emoción tergiversada. La cara como continente maldito, apenas vibrante y pobre. Todo surge en esa faz. La catatonia inmensa de la voz se multiplica en cada hilo oscuro y aberrante que sale a pequeños borbotones sincopados. Es el sudor del infierno, el grumoso albañal que rebosa espontáneo, bituminoso y final. Se divisan las avenidas de tilos envenenadas que hacen recordar los dardos con los que la muerte no quiso vencer, los vapores exterminadores que no inspiraron los vencidos pulmones, esas vísceras difíciles de entender. Todo queda suspendido, todo queda desgarrado en la alambrada espinosa de la duda. Los futuros se dividen y sólo quedan partículas de tiempo en un mundo de espacios deshilachados. La melancolía lo invade todo desde atrás, desde abajo. Es una espuma negra y algodonosa que va tapizando el horizonte cercano, que nos va ensamblando a todos en las celdas del panal gelatinoso y aciago. Ya no se oye nada, sólo el estertor constante de los que van a desaparecer, ese estertor que nace con vocación de ser el último expirado por los pulmones, esas vísceras tan difíciles de entender.

1.9.10

174. El botón de nácar


          El ají de gallina, famosa receta peruana, es barato de hacer siempre y cuando el número de comensales sea inferior a dos y superior a cero. Es decir, es barata la receta si se hace para un comensal, si se hace para dos es el doble de caro y si se hace para yo no sé cuántos es yo no sé cuántas veces más caro. Primero diré los ingredientes: un celemín de aceite de onagra, 100 gramos de sémola tostada, un manojo de cañamí, dos decilitros de pisco añejo, un diente de ajo santeño, una pizca de mejunje bravo, 50 gramos de hierba berrea, y dos melones para decorar. La princesa Nessia, mi princesa, era una gran cocinera. Nunca cocinó nada; fue y será siempre una teórica de los fogones, una musa culinaria de la nouvelle cuisine, una gastrónoma abstracta y abstraída, enemiga de las vitrocerámicas y de los hornos microondas, una experta en cocina peruana, a la que odiaba con veneración y veneraba con un odio andino y garduño. Nessia, mi princesita inca, sólo comía los despojos de los sacrificios humanos, tan frecuentes en los alrededores de su bloque. Nessia es bajita como sus ancestros del norte y extremadamente obesa como sus descendientes del sur. Ella fue la creadora de la receta del ají de gallina en una época en la que en los Andes nada se sabía de la existencia de un Dios todopoderoso que hacía desaparecer a los calafates de ribera y los hacía aparecer de nuevo vestidos de croupiers en los barcos que surcaban el Mississippi o el Duero.