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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.7.09

46. Trashumantes


          Sería más de la una cuando Gallagher hizo su aparición. Enarbolaba un su brazo izquierdo alzado la cabeza del arráez. De su mano derecha, y goteando una sangre negruzca, vibraba todavía el espadín. Todos nos quedamos boquificados, petriabiertos. Dio dos pasos y depositó la cabeza en el centro de la mesa donde estábamos estudiando el mapa, que quedó impregnado de residuos sanguinolentos. Buchanan retrocedió dando arcadas, Mortimer se santiguó y O’Flaherty ensayó una especie de carcajada que se quedó sólo en una mueca estrangulada. Luego Gallagher se acercó a la barra y pidió una jarra de ron. El tabernero se la sirvió tembloroso. Después de un largo minuto, que aprovechó para dar cuenta del ron, me levante despacio y me dirigí hasta colocarme tras él. “¿Y el loro?, ¿dónde está el loro, Gallagher?”, le increpé. El Capitán Gallagher no se movió, o si se movió yo no lo aprecié, dado el estado de suma inquietud que me invadía. Elevando la voz le volví a increpar: ¡Dígame, por el amor de Dios, dónde está el loro, Gallagher!, ¡el loro! Y así estuvimos hasta que amaneció.

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