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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.7.09

50. Alusiones ópticas


          La historia de Michel fue de un azul fuelle; su fuerza, el romanticismo feroz que manaba a raudales de la concatenación de los sucesos que conformaron su vida se podría decir que era de un azul fuelle. Los días que pasamos aquel verano de 1945 en Vichy, aclamados como héroes homéricos, henchidos como americanos mal trajeados, aquellas semanas de un calor túrbido y evanescente conforman en mi recuerdo una época algo clandestina y de una tonalidad azul fuelle. Michel, con su motocicleta lancheada y desastrosa como una hurí despavorida, domina unos pensamientos, los míos, fraternales, melancólicos y nostálgicos que, algunas tardes, me invaden de un azul fuelle. ¡Oh, verdor de prados de la juventud remota! ¡Qué lejanos aquellos aromas de vino punzante y alfileres de melaza en el candor de chicharras asoladas! ¡Qué estridores en las bodegas augustas de frescores entusiastas y versallescos dulzores! ¡Qué benefactora historia la de Michel que tanto reconforta mi alma frente a este atónito crepúsculo azul fuelle!

16.7.09

49. Juventudes enfrentadas


          Se necesitan seminaristas turbulentos (es un decir) pero repele la idea contraria. Este pensamiento es mío y binario. Su lateralidad consiste en temer a nuestros mayores mucho más que antes de nacernos. La meticulosidad con que absorbemos las humedades del alma ajena, exactamente esa meticulosidad, es la que no ejercitamos cuando tronamos por las galerías. Las jarcias del canto anamórfico seducen las atmósferas conventuales. Labriegos son suficientes con los que tenemos, ahorcados tenemos los justos para pasar el domingo y qué decir de la muda comba con que fuma sus vegueros el Gordo Perico. Ahora saben más las nécoras en el pecho de la mora desvencijada, su sabor es el más salvaje que se pierde por los rascacielos de Túnez. Ahora necesito de la complacencia de T*** para poder otorgar la frontera a quien la supure con más ahínco. Es tenaz el bellaco, ya lo creo. Su oriente nevado es de Angulema y su relicario es tan precoz que ya no canoniza la larva en vapor lacustre. ¡Qué dicha ésta!

15.7.09

48. Muerte en la nieve


          Adolfo Nin nació una noche de nalgas. Su madre se hallaba pariendo al mismo tiempo en la misma clínica maternal. Fue allí donde se conocieron y entablaron una relación que duró varios años. Su padre era maquinista de tren y de barco y no tenía tiempo apenas para dedicarlo a su familia, y mucho menos para dedicarlo a otras familias. Creció sin hermanos (al menos no encontró nunca ningún niño o niña por los cuartos de su casa). Su madre leía mucho, sobre todo libros. A veces se olvidaba de hacer la comida y Adolfo llegó en dos ocasiones a morirse de hambre. Se casó muy joven con una señora que se llamaba Engracia Bru. Se fueron a vivir a su palacete. Esta señora era rica pues tenía más de mil fábricas de baúles. Adolfo y Engracia tuvieron que tener hijos, por lo menos tres. Un día vino el padre de Adolfo a visitarlos y al día siguiente vino la madre. Proyectaron ir un día toda la familia a hacer un picnic a la sierra. Lo hicieron de uno en uno y se divirtieron bastante. Las criadillas de bisonte no son tan tiernas como las de cebú, pero son más nutritivas, qué duda cabe.

14.7.09

47. Ropa de entretiempo


          El arúspice de Quebec es un hombre tierno, de carácter amable y sumiso, culto a su manera, buen padre y amigo de sus amigos. Su esposa es de ascendencia galesa y se llama Flora, de soltera Tillson. Él, oriundo de la región de los lagos, se llama Thomas Samuelsson. A los cuarenta y cinco años dejó su puesto de dirección en el departamento de recursos humanos de la Canada United Oil y se consagró a su pasión por la adivinación del futuro, convirtiéndose al poco tiempo en el arúspice de Quebec. A Flora le dolió que su marido abandonara el envidiable y muy bien remunerado cargo que ostentaba en la compañía, pero con el paso de los meses se acostumbró al cambio. Ya han pasado desde entonces diez años. Flora está preocupada porque vuelve a notar a su marido inquieto y caviloso. Hace unos días le habló de que le gustaría ocupar el puesto vacante de farero en Peggy's Cove, pequeña aldea situada en Nueva Escocia, cerca de la ciudad de Halifax.

6.7.09

46. Trashumantes


          Sería más de la una cuando Gallagher hizo su aparición. Enarbolaba un su brazo izquierdo alzado la cabeza del arráez. De su mano derecha, y goteando una sangre negruzca, vibraba todavía el espadín. Todos nos quedamos boquificados, petriabiertos. Dio dos pasos y depositó la cabeza en el centro de la mesa donde estábamos estudiando el mapa, que quedó impregnado de residuos sanguinolentos. Buchanan retrocedió dando arcadas, Mortimer se santiguó y O’Flaherty ensayó una especie de carcajada que se quedó sólo en una mueca estrangulada. Luego Gallagher se acercó a la barra y pidió una jarra de ron. El tabernero se la sirvió tembloroso. Después de un largo minuto, que aprovechó para dar cuenta del ron, me levante despacio y me dirigí hasta colocarme tras él. “¿Y el loro?, ¿dónde está el loro, Gallagher?”, le increpé. El Capitán Gallagher no se movió, o si se movió yo no lo aprecié, dado el estado de suma inquietud que me invadía. Elevando la voz le volví a increpar: ¡Dígame, por el amor de Dios, dónde está el loro, Gallagher!, ¡el loro! Y así estuvimos hasta que amaneció.

3.7.09

45. Vita brevis


          Tim O’Shea es nombre que denota virilidad como Arnold Lamartine denota cierta pusilanimidad y cobardía. Es evidente, a poco que investiguemos, que los nombres de las cosas se hallan equivocados en muy numerosas ocasiones. Al nenúfar le correspondería el sustantivo acacia, y viceversa. Pablo Neruda respondería con más vigor al nombre de Douglas Trumbull. Pubis es dalia mucho más que pubis, y pecho es drama con mucha más certidumbre. Los enanos son violines, los violines, olas, las olas, almas y las almas, lunas. Mariposa sí es mariposa, y aroma, nube, selva, noche y ave también lo son. La mayoría de las palabras tienen una correcta denominación, ya lo he dicho. Hablamos de las otras, de lluvia, que es indudablemente hierba, de árbol, al que deberíamos conocer como bruma, o de mujer, a la que deberíamos llamar ámbar o acaso tierra. Mi nombre denota sentimientos ambiguos, contradictorios. Me llamo Tim Lamartine, pero debería llamarme Arnold O’Shea.