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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



16.5.20

459. La estupefacción


          He comenzado mi novela número 311. Se titula o se titulará "La mujer sin atributos" y versará sobre los cambios que se desarrollaron en la Europa de entreguerras, analizados desde la óptica de una singular dama de la alta sociedad vienesa. La primera línea de esta novela será como sigue: "La leve sonoridad de la tarde en Gönstingenstrasse sólo se veía perturbada por los agudos trinos de colibríes azulados que levitaban sobre la copa de los tilos en flor..." Considero que el comienzo de una novela tiene que enganchar al lector a la cuarta o quinta palabra; en caso contrario debería arrojarla con premura al hogar de la chimenea o al alma de un pozo. Uno de los peores comienzos que recuerdo en una novela pertenece al autor chileno Ernesto Barboso, cuya obra "Ditirambos a Medusa" comenzaba de esta guisa: "La merienda en casa del Gordo Elías fue asaz copiosa y nutritiva..." Imposible seguir leyendo. Yo, que jamás he acabado una novela en toda mi vida, me vanaglorio y enorgullezco de poseer, sin embargo y sin duda alguna, los mejores comienzos para una novela que leerse pueda. Sirva este otro ejemplo para demostración de lo expresado: “Mr. Turnbull estornudó violentamente al introducírsele por su fosa nasal izquierda, la menos castigada por el tránsito de cocaína, la voluta de humo blanco que salía de la boca de su Smith & Wesson, tras disparar a la nuca de Lorna Reed…” Este rotundo comienzo pertenece a “Breve encuentro en el infierno”, fugaz incursión en la novela negra en los ya lejanos días de mi más tierna juventud. Y es que los comienzos, las primicias, los albores, los primeros balbuceos, las primeras manifestaciones de todo lo que nos sucede en la vida es la única belleza inmaculada, plena y pura que la Naturaleza nos ofrece. Todo lo demás, todo aquello que conlleve reiteración, aburre, traiciona y desespera. La nostalgia llega del recuerdo de lo que nace, del amanecer de una pasión, de la geografía primigenia, de los primeros embates de la vida. Pero cuando la vida se allana en la monotonía y en el bucle infinito de sus ciclos continuos, cuando esa vida pierde el ímpetu y el entusiasmo con los que el hombre la había al principio adornado, todo entonces se desmorona y se quiebra en una decepción que degrada la energía del cuerpo y del alma. Por eso otorgo tanta importancia al comienzo de una novela, algo que no otorgo a su final, porque pienso que la conclusión de la misma se encuentra en esas primeras líneas y no en las que concluyen la obra. Jamás he finalizado la escritura de una novela, no sólo por una falta absoluta de talento literario evidente, sino por una razón de orden moral en la que juega un papel importante una especie de consenso con mis limitaciones y mis ideas artísticas en términos absolutos. Porque la cualidad de artista la otorga la propia conciencia estética de cada individuo. El pintor flamenco Hugo van der Goes nunca se consideró a si mismo como un artista, sino como un simple y oscuro orfebre; sin embargo, el más ruin poetastro de Madrid, Lucio Guindó, analfabeto funcional y ripioso rimaletras, va por la vida sabiéndose un consumado artista a la altura de Virgilio o W. H. Auden. Y en consonancia con lo expuesto, ambos lo son, porque ambos, uno por defecto y el otro por exceso, uno porque lo creen los demás y el otro porque lo cree él mismo, a ambos los protege de la lluvia del fracaso el consolador paraguas del arte. Para terminar, trascribo unos versos de ambos poetas para ejemplificar lo antepuesto. Buenas noches.

El Mal enmudecido
tomó prestado el lenguaje del Bien
y a ruido lo redujo...
(W.H. Auden)


La gaita estruendosa
ensoberbece al lucense
que no gusta de la gaita
(L. Guindó)

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