Los coleccionistas somos personas con serios problemas de desarrollo
emocional, profundas alteraciones perceptivas y muchas heridas sangrantes en la
autoestima. Detrás de un coleccionista siempre hay un alma arrugada, una
infancia belicosa o una adolescencia trufada de virutas sado-masoquistas. Para
no ser un coleccionista pobre hay que ser un coleccionista rico. Los
coleccionistas pobres constituyen el 99,7% de todos los coleccionistas, y son
aquéllos a los que me he referido en las dos primeras líneas de este
memorándum. El 0,3% restante no tiene ningún problema emocional, ninguna
alteración en su proceso perceptivo ni merma alguna en su autoestima. Estós
últimos son los que coleccionan carros de combate de la 1ª Guerra Mundial,
estelas mesopotámicas, prepucios de reyes judíos de la antigüedad, cornucopias
estilo Regencia, cuadros de pintores prerrafaelitas y cosas así. El otro 99,7%
colecciona monedas de dos reales, cromos de futbolistas, botones de nácar,
imperdibles, pines, chapas de cerveza, miniatura de botellas de licor,
conchitas de la playa y toda esa mierda. Éstos, que forman mayoría, suelen
envejecer pronto y visten con tonos grises o tostados, se lavan lo preciso y
suelen tener la uña de un dedo muy larga y cierta afección cutánea en los
pliegues del cuello. Tienden al miserabilismo, aunque huyen de la pobreza; su miseria es más bien moral y se ríen mucho con los chistes malos, sobre todo con los chistes escatológicos. Los del 0,3% son, por el contario, señores o damas distinguidos, con pasta para
regalar, huelen de manera exquisita, ellos suelen engordar prematuramente y ellas ganan en belleza y sex appeal con la edad.
Coleccionan con clase, sin envidias desmedidas ni premuras de cateto en las
subastas; no necesitan inmutarse ante la pérdida de un Breguet Maríe Antoinette o un apunte a carboncillo de Vermeer; sin embargo, el coleccionista de pitorros de
búcaro se mata a hostias con el que le antecede torticeramente en la captura de la pieza codiciada en el mercadillo de los gitanos
del domingo. Yo hace años que dejé de coleccionar, más que nada porque me ponía
muy nervioso. Tres eran mis colecciones: 1ª) Colección de relaciones sexuales plenas con actrices francesas. 2ª) Colección de premios literarios internacionales. 3ª) Colección de crímenes de lesa humanidad. La primera y segunda de mis colecciones están
a cero porque mis esforzados esfuerzos no tuvieron la fuerza suficiente para
obtener ni el coito francés con mademoiselles de la
farándula ni el preciado galardón internacional de las letras. En cuanto a la tercera debo decir
que también está a cero, porque no entiendo realmente qué significa el concepto
de "lesa humanidad". Así que yo ya no soy comunista, perdón,
colectivista, perdón coleccionista. De cualquier forma, sigo buscando a una
bella actriz francesa que, tras la realización de varios coitos plenos con el
que esto suscribe, me enseñe a leer y a escribir lo suficientemente bien como
para ganar el Goncourt, por ejemplo, y de paso indicarme cómo se lesa a la humanidad (no sé si exterminando a la etnia guaraní verbi gratia, sería esta acción
constitutiva de ser clasificada penalmente como de lesa humanidad). Si algún
día todo esto ocurre, pues volvería a ser coleccionista, claro. Y de los del
0,3%, por supuesto.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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