Han transcurrido los años. Julia ha desarrollado su cuerpo y su espíritu. Se ha convertido en una mujer esbelta, no demasiado atractiva, pero tampoco lo contrario. Sin embargo su inteligencia sí ha descollado muy por encima de lo normal. Escribe cuentos para niños, que ella misma ilustra; son cuentos con ese matiz de terror que han convertido las narraciones clásicas en mitos imperecederos. En sus ilustraciones, asimismo turbadoras, se intuye una oscuridad velada, pero muy presente, amenazadora, pero que a los niños les entusiasma a la vez que les sobrecoge. Ella sigue contando las cosas extraordinarias que le suceden, posee una mendacidad que no por acostumbrados que estemos a oírla deja de alterarnos. Es por ello que su última patraña, la que ha hecho que los demás miembros de la familia convoquemos esta reunión, nos ha de poner de acuerdo en cuanto a las medidas a tomar para poner término a tanta mentira.
Yo, su hermano mayor, he intentado que sus mentiras las recluya en su ámbito personal, que no implique a los demás miembros de la familia en ellas, pero como de costumbre rechaza la mayor de mi exposición, al no dudar ni un ápice de la veracidad de sus asertos. Ayer nos aseguró con todo lujo de detalles el peligro que corríamos, peligro de muerte lenta y atroz, si no huíamos de inmediato todos los miembros de la familia a un lugar desconocido y seguro, porque un diablo cruento y muy expeditivo en sus métodos, iba a acabar con nosotros.
Julia, Julita para todos nosotros, lleva varios días enterrada en la hojarasca amontonada que el hijo de Sebastián, que también se llama Sebastián como su padre, suele apilar a la entrada del cobertizo. Toda la familia, de momento, ha aplazado la reunión para mejor ocasión, y con cierta celeridad hemos reunido nuestros más preciados enseres, hemos hecho las maletas y nos hemos ido cagando leches a lugares muy desconocidos.
Yo, su hermano mayor, he intentado que sus mentiras las recluya en su ámbito personal, que no implique a los demás miembros de la familia en ellas, pero como de costumbre rechaza la mayor de mi exposición, al no dudar ni un ápice de la veracidad de sus asertos. Ayer nos aseguró con todo lujo de detalles el peligro que corríamos, peligro de muerte lenta y atroz, si no huíamos de inmediato todos los miembros de la familia a un lugar desconocido y seguro, porque un diablo cruento y muy expeditivo en sus métodos, iba a acabar con nosotros.
Julia, Julita para todos nosotros, lleva varios días enterrada en la hojarasca amontonada que el hijo de Sebastián, que también se llama Sebastián como su padre, suele apilar a la entrada del cobertizo. Toda la familia, de momento, ha aplazado la reunión para mejor ocasión, y con cierta celeridad hemos reunido nuestros más preciados enseres, hemos hecho las maletas y nos hemos ido cagando leches a lugares muy desconocidos.
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