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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



15.10.19

449. La anomalía


          Los soldados vivaquean a las orillas del Volga. Una nube, un cirro en forma de langosta, se aproxima por el Este. El sol, de un amarillo terroso, gobierna el mediodía, y el viento de levante hace latir la copa de los tilos y los dispersos alerces. El río es un espejo curvo que se retuerce entre campos devastados y bosques casi extintos.Todo es olor a pólvora, todo es humo. El aroma pestilente de la guerra enajena todo aquello que de vida natural ha reinado entre los hombres. Los pájaros huyen y las orugas, atónitas, se aquietan entre los terrones diseminados de la tierra reventada.
          El cabo H., que morirá dentro de cuatro horas, descansa en este intervalo que ofrece la batalla. Piensa, medita y llora lágrimas espesas, turbias, lágrimas de miedo y desesperanza. Todos sus compañeros de pelotón han muerto, sólo queda él. Dentro de unos minutos, el mando ordenará el avance, cruzarán un puente de hierro e intentarán hacerse con la colina. Dentro de cuatro horas yacerá en la hierba con la cara destrozada. El cabo H. tiene diecinueve años, no sabe rezar, apenas sabe leer, su padre murió en otra guerra y su madre sabe que su hijo no volverá. El cabo H. no comprende la vida, y no comprende la muerte, con su edad es difícil comprender algo. Sabe, en su parca experiencia, las cosas que le han provocado alegría, esperanza, gozo, emoción, y las otras que le provocaron inquietud, miedo, angustia y dolor. Quizá sea éste el único conocimiento verdadero que necesitamos para vivir. El cabo H. siente una punzada en el esternón, es una opresión lóbrega, como si un gran insecto alado despertara en su pecho y se desperezara antes de echar a volar. Un amargor supurante anega la garganta del joven soldado, que baraja negaciones a todo cuanto ve a su alrededor en un anhelo de desaparecer de aquel inhóspito y mortecino paisaje. Su mirada se oscurece o es el cielo el que se apaga en un florilegio de ocaso y humo.
          Ya la orden de avanzada moviliza los cuerpos derrotados. Un orden somero de hombres armados enfrenta el puente con la justa marcialidad de reptiles ciegos abocados a la hoguera.

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