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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



30.3.19

447. Las bañistas de Fragonard


          En la era posibilista de Drummond, bueno cerca de la era, vivía Simmons en una pequeña choza simbolista. Se llevaban a matar, claro está. Mientras éste leía sobrecogido el exabrupto teológico de Bloy, aquél dormitaba entendiendo (poco) entre líneas a Comte. Cerca de los ciruelos frondosísimos de la huerta de la finca de la condesa de Sals-Nëu había un estrafalario constructo paralelo a la abadía de los Frailes Túrbidos de Saint Antoine. Un constructo es una entidad hipotética de difícil definición, pero dentro de una teoría que la engloba y la nutre. Por tanto, allí, en esa precisa localización no pintaba nada. Las meras entelequias que, ésas sí, se veían por aquí y por allá en la comarca, cumplían su función banalizadora y astringente en la mente labriega y en la mente hidalga, más nunca, en subiendo el social escalafón, dirimían cuestiones de más amplio y alto rango conceptual. Los pobladores todos así lo sabían y entendían. Todos menos dos: Drummond y Simmons. El dueño de la era era hábil, pero perezoso; el ocupante de la choza era inhábil, pero muy activo. La zona más filosófica de la Bretaña es sin duda la de Morbihan, allí, según las cifras que nos ofreció el martes pasado monssieur Lecrèrc, del Departamento Bretón de Estadísticas, hay en dicha región un filósofo cada kilómetro cuadrado, es decir hay censados 6.823 filósofos en la zona bretona de Morbihan. Por escuelas, éstos se dividen de la siguiente guisa: Pitagóricos (11), Epicúreos (16), Estoicos (9), Cínicos (18), Platónicos (109), Neoplatónicos (123), Sofistas (3), Escolásticos (711), Nominalistas (87), Humanistas (609), Racionalistas (444), Empirista (199), Positivista (1109), Neopositivistas (71), Existencialistas (280), Marxistas (3.024), Estructuralistas (34), Neokantianos (50), Humanistas Cristianos (399), Deconstructivistas (106), Filósofos de la Liberación (281). No obstante, puédese pensar, y de hecho así muchos lo piensan, que existen filósofos feraces, cimarrones, salvajes, anárquicos en sus quehaceres de pensamiento y doctos en la usurpación de su propia imagen, ya sea ocultándola o disimulándola bajo variopintos ropajes o bizarros disfraces. Este pensamiento filosófico bretón oculto disemina el polen de las ideas en ámbitos siempre oscuros, zonas alejadas de los humanos conglomerados metropolitanos conocidos y consabidos, haciéndolo entonces en excusados tabernarios, vestuarios de gimnasios proletarios de boxing, cuadras de desmontes, patios de conventos escombrados o jaulas extintas de extintos zoológicos. No por ello estos pensamientos distan de la excelencia canónica, incluso alguno albergaría la gloria si desarrollara su tesis en foro adecuado, pero la vida del filósofo boscoso o del tendente a las sombras de las ruinas de palacio es enemiga de la lógica del aire y de la concatenación de hechos de esta vida real a la que tanto aborrecen y que tanto los aborrece a ellos. Así pues, nos quedamos con los filósofos censados y a los otros que les den dos francos antiguos y emigren a los cantones suizos, donde podrán lamer las efigies escultóricas en mármol, bronce, piedra granítica o alabastro de Lavater, Prévost, Rousseau, Piaget o Vanier, todos ellos muy filósofos, muy suizos y muy poco dados a perderse en los bosques de Bretaña. Drummond y Simmons se desvanecían en su era, en su choza, como entes silogísticos entre las pléyades del mar del Norte en espera de una aurora boreal que diera cierta inmanencia a su rancia disputa, deseando la elisión de algunas líneas erróneas del pensamiento del otro, aun sabiendo que ello era pura desazón del espíritu. Ni Drummond ni Simmons habían estado nunca en el Mont Saint-Michel, aunque siempre soñaron con en el suicidio del otro en su adyacente bahía. 

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