En algún momento haré amigos. Hasta ahora no he podido conseguir nada más que algún que otro conocido, pero amigos de verdad, aquéllos que te prestan a su mujer o a sus hijas aún mocitas, aquéllos que matarían por ti o se inmolarían en pira pública si tú se lo pidieras, no, de esos no tengo ninguno. Sé que tengo un concepto muy elevado de la amistad, condición o virtud que considero muy por encima del amor. Éste florece y marchita en ámbitos enzimáticos, endorfínicos y glandulares, en donde no podemos manejarnos con soltura y donde la voluntad o la libertad personal fallece por consunción temprana. Sin embargo la amistad se deja sedimentar, surge ausente y limpia, sin impurezas venéreas ni turbulentos sesgos. Deseo, es mi deseo, sentir la emoción de la amistad, sentir la pureza de intereses comunes y proyectos compartidos, sentir la unión o comunión de soledades y sentir, por último, la irrupción en mi vida de una preocupación enraizada fuera de mí. El amor, que siempre anhela la posesión, lo rechazo y marcho en pos de la amistad, que nada posee y sólo busca un pequeño vínculo, quizás efímero, pero soberano en la menudencia de lo que realmente somos. El amor es para los dioses, que rigen con soltura la tormenta cruel de sus pasiones, el tumulto inconfesable de su ardor primigenio. No creer en el amor me ha traído consecuencias, alguna de ellas muy difícil de sobrellevar en esta sociedad tan taxativa para ciertos órdenes de cosas. No he tenido jamás contacto sexual alguno con ningún humano, animal o cosa. Ni conmigo mismo. Ni siquiera de pensamiento. Soy virgen doncel a mis sesenta años. Soy muy velludo y barrigón, también estrábico y el vitíligo arrasa el dorso de mis manos y mi frente. Soy socio fundador del Club de Amigos de la Boina de mi ciudad y soy también muy aficionado a la pesca en su modalidad de anzuelo con mosca. En algún momento, estoy seguro, haré amigos. Porque sí, porque mi cordialidad es muy notable. Poseo gracejo innato y sé contar chistes muy buenos y graciosos. Les contaré uno: Va uno de Logroño con su caña de pescar por la calle del Palito y se encuentra con otro de Logroño con una cesta llena de pasaportes viejos de Marruecos. Entonces el de la caña le dice al de la cesta: "Pero, hombre, Arsenio, ¿qué haces para que las canas que platean las ancianas sienes de la golfa de tu madre tiemblen en las lúgubres noches de plenilunio?". Y va el otro, el de la cesta con visados marroquíes, y le contesta: "No, paisano, no, si fuéramos ahora en busca del chatarrero, lo encontraríamos a cuatro patas dispuesto, bajo palio, en el lupanar que regenta la madre golfa que tú tienes". Bueno, pues como éste, me sé cien, si no mil. Ardo en deseos de compartir las risas y gozos que estos chascarrillos provocarían en mis futuros amigos. Pero a lo mejor resulta que no soy gracioso, que no sólo mi aspecto me hace repulsivo, sino que mi forma de ser es indecente, grosera y antipática hasta límites insoportables para los demás. Sin embargo, siempre que me escupen, nunca respondo y cuando me lanzan botes de mermelada, no se me ocurre ni tan siquiera protegerme ni acudir al encargado del súper, porque es él, generalmente, el que me escupe y me lanza el bote de confitura. Creo, pues, en la amistad, aunque nunca la haya experimentado. Agredo poco o nada, nunca hiero, nunca recito versos de Bukowski a doncellas o a sus ayas, nunca aborrezco a los sarasas en su presencia, nunca disparo, porque no creo en las armas de fuego ni en las otras, nunca camino sobre lonchas de salami ajeno, nunca meo bajo aleros de casa obrera, nunca abono con mi caca la jardinería laica de Capitanía, nunca digo la palabra "jamás" dos veces en el mismo día. Soy, por tanto y en consecuencia, un hombre bueno, digno de amistad y camaradería, de confianza e intimismos de barra, de abrazos y mojicones de jolgorio compañeril. Pero vivo tan solo como sólo puede vivir un etíope en el sur de Nagasaki. Todo esto no es tragedia para nadie, ni siquiera lo es para mí, solo que algo tengo que contarles. Me consta que nadie se ha reído con el chiste que conté con anterioridad. Yo, tampoco. La verdad es que me lo inventé sobre la marcha, para sorprender más que nada, a ustedes y a mí. Pero no lo he conseguido. Tengo cicatrices numerosas en el cuero cabelludo, son muchos los frascos y botes de mermelada, de latas de berberechos, de envases familiares de ColaCao® los que me ha tirado a la cabeza el encargado del súper, lleva años haciéndolo. Él también está solo, no tiene amigos. Lo he seguido muchas veces y sé que vive solo, no saluda nunca a nadie, pasa los fines de semana en el zoo observando al rojizo orangután malayo, que le arroja al rostro muchas veces bolas de excremento y le muestra groseramente el culo con lascivia inopinada. Come en un barucho cerca de su casa mirando el televisor y luego se va, con paso dudoso, a la baranda del puente, a veces pienso que con intenciones autolíticas, al menos es lo que parece, si damos crédito a la oscura sombra que enturbia en esos momentos sus pupilas casi amarillas. He notado últimamente que los envases que me tira a la cabeza son cada vez más pequeños y lanzados con una fuerza cada vez menor. Ayer, algo muy extraño, me lanzó un paquete de Kleenex®, y atisbé en su cara, antes del golpe, una especie de amigable sonrisa o algo muy parecido.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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