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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



26.4.17

402. Determinator


          Las estrellas y los envases amarillos de lejía se mezclan en mis sueños. De la misma manera se unen los antiguos grifos de cobre donde calmábamos la sed espantosa de los recreos escolares con la falda de vuelo azul de mi tercera mujer; el olor de la peluquería a la que iba mi madre con el almíbar de latas de frutas imposibles; rostros de goma oscura con sonetos grabados en piedra caliza; pájaros de caramelo con alfanjes oxidados y ensangrentados; habitaciones sin puertas ni ventanas con situaciones dolorosas en una mesa quirúrgica. Estos ensamblajes oníricos sobrevuelan las noches de todos, nos conmueven, nos asustan, nos sorprenden y nos movilizan en busca del origen de su nacimiento, tarea ésta, esencialmente imposible, porque el origen de los sueños, su naturaleza es el anverso del mundo positivo y consecutivo en el que nos desenvolvemos: no hay sueños consecuentes.

          Os relato mi último sueño: Siento enormes deseos de pagar la cuenta en un bar donde se encuentran casi todos los miembros de mi familia, pero advierto con gran nerviosismo y consternación que no llevo encima nada de dinero. Por tanto, salgo raudo en busca de dinero, atravesando calles y más calles de una ciudad que reconozco como mi ciudad, pero aquélla que conocí siendo niño, no la actual. Por fin encuentro a un amigo de toda la vida que, antes de poder pedirle prestado algo de dinero, me propone trabajar en su nueva obra teatral, una obra de un grupo de aficionados de la que se siente muy orgulloso, de hecho me enseña el cartel de la obra que lleva bajo el brazo. Al cabo de un rato consigo sacarle un billete y salgo corriendo en dirección al bar para pagar la cuenta. Consigo, al fin, abonar la totalidad de la consumición, pero me desconcierta no ver a nadie de mi familia, se han ido todos y me duele enormemente que nadie haya observado ni valorado mi gesto altruista al pagar la cuenta. Vuelvo a las calles para buscar al grupo familiar y acabo en la comisaría para recabar información de su paradero. Allí hay varias mesas atestadas de legajos y bandejas de dulces; el local es muy pequeño y hay muchas personas esperando, todas sentadas y calladas. También hay muchos gatos; uno de ellos se me sube trepando con sus pequeñas garras y me lastima las piernas, aunque ésa no sería su intención. Una actriz de cine española de los años sesenta (en concreto, Gracita Morales) me informa de la situación de mi familia, me tranquiliza diciéndome que no debo preocuparme, que todas esas personas sentadas están en la misma situación que yo. El gato me sigue arañando.

          Interpretar los sueños, actividad inherente al desarrollo intelectual del ser humano, no creo que haya aportado ningún beneficio a nadie nunca, a no ser como juego erudito para la plasmación de teorías psicologistas que olían a rancias prácticamente ya desde su aparición. Si tuviera que interpretar mi sueño, probablemente quedaría sublimado en un relato parecido a éste:

          Un gato gris y añoso ronronea en el regazo de Gracita Morales. A través de unos cristales sucios, verdosos se aprecia una calle empedrada, gris. En casa no hay nadie, todos han salido para celebrar cualquier efemérides aburrida y absurda. Apago el televisor. Gracita Morales se convierte en un punto catódico en el centro de la pantalla. A través de la ventana la calle está húmeda, siempre está húmeda. Solo, sin dinero, angustiado por dolores imprecisos y por un hambre voraz, salgo con el fin también impreciso y voraz de combatir la soledad. Cerca de la comisaría que da al lateral de la Plaza, en el escaparate de la confitería La Gloria encuentro a Rafi absorto, mirando con deleite de diabético y codicia de joven mórbido las bandejas de piononos del escaparate. Hablamos de conocidos, de enfermedades y de teatro. Me da dos entradas para su última producción y le pido cincuenta euros prestados. Entro después de despedirme de Rafi en la confitería y allí encuentro a todos y cada uno de los miembros de mi familia más allegada. En un acto de caballerosa estupidez y de absoluta irreflexión se me van los cincuenta euros al pagar la cuenta de todos. Ninguno, como es de esperar, agradece mi generoso dispendio, y vuelvo a estar solo en esta ciudad húmeda y gris, humedad y grisura que permanecen aún en plena canícula y en períodos de sequía.

          No estoy bien.

          Comienzo a tener ensoñaciones lascivas con Gracita Morales.

       

16.4.17

401. La tundra y la taiga


          ¿Que te vas a comer otra torrija? ¿Pero tú sabes, Niño Manué, lo que estás diciendo? Quetás comío ya once torrijas en lo que va de tarde. Tú estás loco dertó. Yo no veo mal que te comas dos o tres torrijas un día, pero es que llevas once, Niño Manué, once en una tarde. En la batea hay —o había— dos docenas de torrijas y yatascomío once. Es que da hasta asco verte lo gordísimo questás. Tú debes comprender que haces cosas que no son normales. Tienes que poner pies en pared. La vida es otra cosa distinta de lo que tú piensas. La vida no es una torrija, a veces es un pestiño y la mayoría de las veces es una putamierda. ¡Límpiate!, asqueroso, que se te cae el caldillo por las comisuras y me empercochas de miel la blusa blanca que te compré pal domingoderramos. ¡Qué asco! Ya me lo decía tu padre quengloriesté, que de ti no íbamos a sacar partido. Tus hermanos, aunque ahora estén todos en presidio, son hombre, como los hombres deben ser, pero tú, tú sólo sabes tocarte todo el día la pirindola y comer torrijas como un poseso. No me mires así, con esos ojos de proboscidio nictálope, que masustas, y deja de hacer esos visos de loco, y lávate esas manos, sopuerco. Mañana hablaré con la asistenta social paque empiece el papeleo pa ingresarte. Porque esque yoya no puedomás, asinés. Yo es que como te vea comiéndote una torrija más te voy a meté semejante ostia que ya no vas a tené más ganas de torrija en tu puta vida. Que estoy ya del Niño Manué hastalcoño. ¡Sácate la mano del bolsillo y erdeo de la nariz! Y el médico dice que el niño notienená, que ni es tonto, ni autista, ni pollas, que el niño es que es mu tímido y que, aunque le sobran unos kilitos, está sanito y que ya irá madurando. Unos kilitos, dice. El niño es una lorza planetaria a punto de un big bang de manteca colorá. Necesito unas vacaciones y alejarme del Niño Manué, depositar mi todavía voluptuoso cuerpo sobre una tumbona en Matalascañas, enfundada en el pareo malva que mangué en el Factory del aeropuerto y disponerme a terminar la biografía de Kafka que tengo entremanos. Pero eso no será posible, ya está el cabrón de niño mirando con lascivia la batea de torrijas. Pero no, esosiquenó. Como acerque la mano al borde de la fuente se la corto de un tajo. Las había hecho por si venían las primas del pueblo a ver la Semanasanta, anoche las hice, antes de acostarme. La verdad es que a mí las torrijas me salen de putamadre. Pero cuando he llegao del Ministerio, el hijoputa del Niño Manué ya se había abrochao diez torrijas. Esto es pacagarse. En fin, mi vida es asín y asín va a seguir siendo, muy difícil será que cambie. De cualquier forma estoy mucho mejón desde que escribo el diario. La psicóloga Marisa me ha ayudado mucho y el párroco José, también, y mi vecina Patrocinio. El viernes le haré una fuentesita de torrijas a cada uno, pero que no las vea el Niño Manué, que el mamonaso es capaz de acabar con toas.

10.4.17

400. Propiedades sorprendentes de ciertos pesticidas


          Suena una música de wéstern proveniente de un teléfono móvil. Quizás no sea de wéstern, pero lo parece. Los sonidos que me llegan proceden de personas que no veo desde mi situación en este despacho funcional de colores poco naturales de tan tenues. Tintes claros de objetos a mi alrededor. Me solivianta la claridad y ese esplendor artificial que quiere ennoblecer con su asepsia la negra tela que acoge mi corazón de pez. Esta instancia, esta sustancia, esta estancia, esta inmanencia que encamina hacia una blancura sin mácula de vida, aparte de falsa, es abrumadoramente aburrida. Estos colores se me escapan entre los dedos en el ámbito aséptico de esta oficina de siniestra blancura. La mesa en que apoyo mi brazo escupe todas las longitudes de onda y establece una muda beligerancia con los haces catódicos de los puntos de luz del techo. No sé lo que hago aquí, e ignoro si tengo alguna función determinada, no puedo saberlo, porque no me sé en ningún sitio. Me hallo, pero no me encuentro; me busco, pero no me hallo.  Tan solitario estoy que me siento pleno y alejado de este mundo nevado, tan lejano que siento la música polvorienta, la música de desierto, sones de cincel y cantera, una música como de western, aunque no lo sea. Me retiro, pues —huyo—, me acojo a lo oscuro como ladrón a sagrado. Mi confort se abastece con y en lugares reducidos, de un acogimiento de terciopelo antiguo, de alfombras consagradas a un tiempo remoto, de cortinajes de plúmbeo acanalado, de libros constantes y música solitaria. Sol rojo de crepúsculo, luna velada de nubes, sempiterna lluvia, vapores de bruma móvil.

          Ya todo me parece bien en esta tarde de amor inverso en la que las nubes se absorben a sí mismas, hacia su interior, en la que la lluvia se une en gota única para caer en bloque sobre el césped de esta casa que desconoce mis cimientos como yo ignoro sus pilares. Aquí nací—me dicen las lombrices que jamás capturé para la carnada de Tío Marcelo—y aquí moriré les digo a ellas, aunque es algo superfluo, porque las lombrices lo saben todo, al menos lo más importante e imperecedero. Al jardín le falta un exceso de sentimiento en los setos, un denuedo de pasión en sus matas de jacinto, una lascivia más sutil en el borboteo de la gardenia. Conozco sus vericuetos, pero me pierdo entre rosales imaginarios de una infancia que coloreo y ensamblo como en un puzle atónito y nostálgico. Entre un albo pasado y un presente colorido de caleidoscopio, intuyo un negro futuro tintado de un nutrido grupo de volubles fantasmas, ni ominosos ni fraternos, sólo ofreciendo consistencia de veladura al insondable runrún de la nada.