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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



7.2.16

368. La turbamulta (I y II)


       Guardo papeles con notas, ideas, frases o párrafos de diversa procedencia: pósits, trozos de impresos, servilletas de papel… los dejo sobre la mesa de trabajo cuando llego a casa; al tiempo las sujeto con una pinza de metal, y al tiempo los leo para que sirvan de base para algún suelto, para algún artículo o para algún divertimento literario de los que me nutro en mis ratos de onanismo artístico. En una copia de receta médica, muy doblada, leo la siguiente fórmula:

“FRUSTRACIÓN + INDIGNACIÓN + CULPA + MIEDO + VERGÜENZA + ASCO = MI VIDA”

          No recuerdo el momento en el que vino a mí este rapto de metafísica aritmética, pero es indudable que no describe exactamente lo que entendemos por un buen día. No pienso justificar la verdad de la fórmula, no pienso hacer la refutación necesaria (¿necesaria?), sólo acepto su presencia en el tiempo. Así fue: el producto de un tiempo de mi vida se resumió en esa ecuación. Comprendo que mi vida está compuesta de más sumandos, pero cuando formulé aquellos, los hipotéticos sumandos restantes serían algo ínfimo, inapreciable, algo que no influiría en el resultado final. Y es que las seis abstracciones que forman la primera parte de la fórmula tienen, es verdad, un peso específico muy importante en mi vida. Un hombre frustrado, indignado, culpable, cobarde, avergonzado y asqueado no sería un estereotipo muy alejado de la realidad si quisiera esbozar en lienzo lo que aprecio frente al espejo. Ese día el retrato presentaría signos de un nítido hiperrealismo; quizás otro día los rasgos estuvieran más difuminados, en una especie de puntillismo brumoso, desradicalizados; en otra época, el trazo sería más empastado, con definiciones imprecisas, en un estilo de un expresionismo primitivo; y, por supuesto, en muchas otras situaciones vitales, las líneas maestras del retrato serían una madeja inasumible de geometrías, manchas y colores: un Pollock siempre inacabado. Es así que acepto la fórmula con esos seis colores primarios, seis rasgos muy importantes en mi paleta existencial, pero también acepto su dinamismo, sus cambios de posición o disposición, para dejar paso a otros elementos no tan dramáticos, e incluso, a veces, con un cierto contenido esperanzador y positivo. Nada nuevo, nada que no le pase a cualquier mortal, todos somos la suma de cosas, miles de cosas, y en algún lugar de nuestra mente dejamos translucir un indicador de intensidad emocional, que nos define a cada uno en nuestro temperamento, en nuestro carácter y en nuestra personalidad. Descubrir la fórmula vital, la ecuación que nos define es el camino a seguir, el conocimiento de uno mismo, la inveterada opción cultural y ética que han preconizado todas las civilizaciones. Definirnos como primer paso para el conocimiento del mundo, formularnos para formular el universo. Para ello se pueden utilizar los instrumentos que las ciencias positivas han puesto a nuestro alcance, e incluso se pueden utilizar los oscuros procedimientos de las ciencias ocultas o los blancos rituales que ponen a nuestro alcance la Religión y por supuesto el Arte. El descubrimiento de nuestra ecuación existencial no nos va a acercar a Dios, esa entelequia tan publicitada es el mayor de los absurdos. Pero hay algo que podemos hacer: investigar y cambiar los términos de la igualdad, mediante los procedimientos que estén a nuestro alcance y mediante los que no siendo los habituales, nos sirvan a nosotros para tal fin. La ironía (a veces el humor más desordenado) es la que a veces utilizo para distanciarme de la infame matemática que reina largos períodos en mi lado oscuro. La idea, y sirva como ejemplo, sería encontrar algún día en el bolsillo interior de mi macferlán el tique de una tintorería en cuyo anverso encontrara escrito lo siguiente:

       “ÉXTASIS + SOSIEGO + AMOR + CORAJE + TALENTO + BELLEZA = MI VIDA”

6.2.16

367. Cartografía del hambre


          Estaba cercana la muerte de todo y de todos. Un atisbo de nardos y lirios relampagueaba chiquito en las lágrimas de vidrio de la vieja araña del comedor. Los átomos de polvo en suspensión sedimentaban su vuelo sobre la alfombra otrora refulgente de vívidos colores y hoy convertida en un grueso sudario gris y ajado sobre el crujiente entarimado, donde las termitas orquestan una ínfima y constante sinfonía de percusiones mínimas y destructivas. Ya murieron los abuelos, mis padres, mis tíos; mis primos se fueron desperdigando para no volver; hasta siento la ausencia de los hermanos que nunca tuve. Regreso al caserón familiar, ajeno a su decadencia, a la decrepitud de sus espacios, al llanto oxidado de sus espejos, ajeno a la mezcla de olores ya vividos, impregnadas sus paredes de gritos, voces, risas, confidencias, secretos y recuerdos. Los pasos perdidos se abisman en habitaciones oscuras, fenecidas en una verde y acuosa tiniebla, ahogadas en su tedio irredento, plegadas a un tiempo que se hace eterno en las tardes infinitas del domingo; ámbitos domésticos que se aclimatan con tristeza a una vida de silencio, de fantasmas imposibles, de murmullos disonantes. A través de un ventanal, el jardín que rodea la casa deviene en manglar lujurioso de espinos, cardos y malas hierbas, que trepa por los ríspidos manzanos envejecidos y asolan la tierra desvencijada y vencida. Me asomo a los dormitorios, al salón, a la cocina, a las dependencias del servicio, me asomo a los balcones para divisar un crepúsculo ceniciento de noviembre, con un mar que se intuye tras la formación estricta de un grupo de álamos y los pocos y pobres sauces que se precipitan al borde del acantilado. El frío es húmedo, ventoso, con presagios de chubasco; la carretera que acerca al pueblo es una culebra muerta en su gris inmovilidad. Hay graznidos de gaviotas que no se ven. Algo más allá de la verja herrumbrosa de la entrada, al lado de mi coche veo a un hombre que parece un árbol en su extraño estatismo, en su verticalidad y hasta en su naturaleza. Me mira sin verme, me sabe en el balcón y me ignora como si mi presencia fuera sólo un accidente pasajero y sin consecuencias. En un momento, tras un tiempo sin medida, se agacha y coge con su mano nudosa un puñado de tierra seca, se levanta y la deja fluir entre sus dedos, provocando este gesto una estela volátil de polvo que se pierde entre la bruma de matorrales. Una sonrisa triste se dibuja en el mapa arrugado de su cara. Comienza a llover de manera brusca, inopinada, el hombre se da la vuelta y con extrema lentitud se aleja sendero arriba.
          Estaba cercana la muerte de todo y de todos.

366. Hoy no hay paella


          Debo saber todo lo que pueda del asunto, de ese y de cualquier otro, debo saberlo todo sobre todo, debo conocer todo lo oscuro y todo lo que no lo es. Debo escarbar en todo aquello que me otorgue conocimiento, información, sabiduría, todo aquello que me coloque en una posición de supremacía sobre los demás. Desde lo infinitamente pequeño a lo inconmensurablemente grande. Debo saberlo todo y saberlos a todos. El conocimiento de mí mismo será secundario, es más, quiero conocer todo a partir de la frontera que supone mi piel. Será una absorción epistemológica de carácter centrípeto, mi piel no sólo como frontera, sino también desempeñando una función de membrana osmótica, que sólo permitirá el paso de lo exterior a lo interior, de fuera a dentro, del macrocosmos evidente y real, al microcosmos misterioso e irreal de mi mente. Desdeñando mi interior, acaparar la totalidad del universo menos esa molécula efímera e inoperante que soy yo. Comprender la vida sin comprenderme a mí mismo. Comprender todos los procesos, todos los sistemas, saber el funcionamiento de la vida, a cambio del desconocimiento de mí mismo. Este conocimiento de lo absoluto, de lo absolutamente externo, me proporcionará el poder, el máximo poder, que es el que se obtiene de la conformación y obtención (de la absoluta posesión) de un sistema ordenado de datos exhaustivos de todos y cada uno de los elementos que me rodean. Para que esto se realice, he de ser el único que ejecute la acción, el único que planee, diseñe, protocolice e implemente el proyecto, paso a paso. Por tanto son tres los elementos a abolir para la feliz conclusión del programa: matar a todo aquel que haya pensado algo similar (el poseer todo no concede asiento de copiloto ni tripulación); matar todo aquello que pueda interferir con el desarrollo del plan (es por ello fundamental mi muerte, ya que entorpecería con miserables servidumbres la consecución del proyecto); y, por supuesto, matar a Dios (es fundamento nuclear que los hijos maten al padre para que la vida se desarrolle con la crueldad propia del progreso natural). Una vez cumplidas estas tres premisas esenciales todo se desarrollará a través del algoritmo previsto.


          La discusión sobre cómo se hacen las torrijas. Por dónde nacen los niños. (H)ostia va con hache o sin hache. La masturbación es pecado venial o mortal. Cuántas moscas ha habido o cuántas moscas han habido. Linneo no tuvo tiempo para tanto. Si se hacen muchos crucigramas es que se realizan muy pocos coitos. Los calvos han sido el grupo poblacional que más fusilamientos ha recibido a lo largo de la Historia. No se distingue fácilmente un ciruelo de un majuelo salvaje. Josephine Baker era un hombre, y además caucásico. El arcipreste de Hita no era de Hita, sino de Palamós. No se sabe quién fue el antecesor de Eddy Mumford, el negro que cuidaba las cuadras de Mr. Ellison durante la primavera de 1928 en su finca de Connecticut. El caldillo de caracoles estaba mucho más rico hace unos años. El plástico se introdujo en la comarca de Carmona alrededor de 1962. La leche de vaca produce pensamientos lésbicos en quien no la prueba. Las niñas se hacen más voraces a medida que suplen los sándwiches de mortadela por el bocadillo de filetes de caballa. Néstor era o no era hijo de Nereo y Cloris. Kiko Ledgard tuvo algo con Emilio José. Las modistas, cuando se hacen mayores, se lavan poco y mal, y sus carnes se vuelven crepitosas y acidulantes. “Burman”, en alemán, significa lo que en holandés significa “alemán”. La copla, en sí, es metafísica aplicada a la peina. Las ligas de color azul son propias de meretrices, las de color café con leche son propias de meretrices a las que no les gusta el color azul y les gusta más el tono café con leche, en cualquier caso a la meretrices no les gusta el café con leche, y sólo soportan el mar azul cuando van acompañadas de sus chulos ciegos.