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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



29.10.14

332. Tír na nÓg


Siento el dolor en la cabeza de mi hijo, en la herida de su madre,
en el dispendio atroz de alimentos mal digeridos por estómagos ajenos,
siento el robo pequeño y constante de cariños postergados,
me duele la poesía a que me llevan disipados angelitos de mofletes asimétricos,
me duele mi mujer ajena y la mujer ajetreada, aquella que le acompaña, sus ansias compartidas entre las dos,
me duelen las ausencias, algunas muy poco, apenas me rozan, otras, en cambio, algo más, aunque no debieran,
me duele el aceite derramado, la linfa azul de la nostalgia y el oscuro bullir de algunas lagunas,
siento el dolor ajeno como propio, y el propio me deja con la sorpresa, con la boca de pez,
siento el olor sudoroso de lo desconocido en cada almohada que piso,
en cada peldaño que escalo y que subo de espaldas, mirando el sol de poniente, con boca de pez,
me duele el cielo que no existe y el que va a dejar de existir, el cielo amigo, y el otro,
con boca de pez me aturdo de sones nuevos, de impresos eléctricos, de sustancias coloreadas,
duele con intensidad creciente el aroma de las muchas muertes, cada una de ellas,
todas duelen como plomo derretido que resbala por el blanco de los ojos,
¿cómo puede doler el vuelo del halcón?, ¿o la brisa de la aurora?,
me duelen, sí, me acribillan el halcón y la brisa tanto como la lágrima tuya, como la presencia de arrugas en tu alma,
me duele el que no está, el que se ha ido y el que se irá,
también el que está, el que ha vuelto y el que aún permanece,
me duelen tantas cosas que a veces creo que soy Dios, a veces creo que soy su mala conciencia, aquel que no debió crear y que le previene de nuevas aventuras creadoras,
siento el dolor que fluye como le fluye la vida a los que rodean el foso donde yazgo casi de perfil, para no ser visto,
para que nadie vea mi boca de pez atónito,
mi ridícula apostura de ente oscuro, de paria escondido, de embustero estelar en el teatro multicolor de la vida,
siento que queda poco para la siembra final, para esparcir la simiente de nuevos mundos desgraciadamente iguales, desgraciadamente agónicos, desgraciadamente sucumbidos,
me dueles tú, mi único bien, me duele el océano que a veces se interpone,
me duele el tiempo que es también el océano, que es también el mismo dolor,
un dolor tan grande como la boca del gran pez que nos mira desde todos los ángulos de este cosmos tan absurdo como inconmensurable.


28.10.14

331. La venganza canadiense


          Los ángeles, esa serie infundada de mezquinos hombres-pájaro o mujeres nacaradas y aéreas, siempre me sumieron en la gélida faz de la mentira totalizadora. Su invención es la mayor trapacería de todas, la cúspide de la idiocia creadora, la cima de la mixtura mística hecha alitas de cera, el pico máximo del cuento insulso, el acmé de la estulticia onírica propia de un monje de pene tántrico. Un ángel es un algo acumulado, es la suma de cosas malas, muy malas, es la adición de las partes unitarias degradadas, de la maldad de las fieras y de la estupidez de los hombres. Los ángeles son blancos o rojos, eso ya lo sabemos. Su color albo se lo otorga el hecho nimio y perentorio de no haberse caído todavía. El color rojo se lo da el hecho, que ellos consideran ominoso, de la caída, una vez que ésta se produce. No todos acaban cayendo, pero están a punto de hacerlo: éstos son los ángeles amarillos, pero este color sólo lo pueden apreciar los seres míticos del extrarradio, es decir, los zólics, los triphofonés, los bormógs, los croncks y los páxures. Pero para el asunto que nos reúne hoy en esta aula nos quedaremos con el hecho primario (o primordial) de que sólo hay dos tipos de ángeles: los blancos (no caídos) y los rojos (caídos). La inercia de acordar (acordonar, diría yo) los conceptos de manera paritaria, como, por ejemplo, belleza/bondad, inocencia/niñez, parsimonia/celibato, rinitis/Getsemaní, también se observa en la angelología, y es por ello por lo que tendemos a unir los concepto de urbanidad, buenas maneras y educación con la figura del ángel blanco, y los de mala reputación, obscenidad, sadismo y comunismo con la figura del ángel rojo. El alma de los ángeles pesa lo mismo que el alma de los hombres: 21 gramos. Los ángeles en sí, apenas pesan, algunos llegan a los 112 gramos, peso propio, por ejemplo del colibrí zunzuncito (Mellisuga helenae), mientras que la gran mayoría se queda en los 98 gramos, peso estándar, también por ejemplo, del colibrí mariano (Sphiguera marianii), incluyéndose en los pesos antedichos en ambos casos los 21 gramos del alma angélica. En el Tractatus angeli mundi totalitarium, del Vate Nicasio de Ponza, se determinan la forma, el peso, las características organolépticas, los estados de ánimo, las enfermedades, los anhelos, el tipo de secreciones y las afiliaciones de lo todas las órdenes de ángeles. De los nueve tipos de ángeles, los llamados ángeles (propiamente) son la casta inferior, siendo los serafines la superior. Tan sólo uno de los nueve combos angelicales posee diferenciadamente algo entre sus muslos dorados que puede recordar o sugerir un órgano sexual. Son los querubines. Según Nicasio, que en un rapto mistiforme accedió una noche a los corsos angelicus (casas de ángeles), el órgano sexual referido de estos alados seres es pequeño, dorado, resplandeciente, con forma de carraca, con pelillos refulgentes de gran suavidad que lo cubren por su base (lo que sería el palito de la carraca), y este organito sexual posee además unos dientecillos de oro como bolitas de un rodamiento, que suenan y suenan y vuelven a sonar, como un tanguillo sereno, dulce y melifluo. Los querubines se pasan el tiempo sempiterno entre las nubes tocando y tocando la carraca ajena en un pandemónium musical cálidamente horrísono que a ellos les divierte mucho y muy poco les divierte a las demás órdenes de ángeles. El olor que desprenden los ángeles caídos es semejante al que revierte la tumba de Sansofé cuando adquiere el tinte que le otorga el crepúsculo de Tebas. En cambio, el de los ángeles blancos y no caídos es un olor desinfectado, como de hospital de sangre allá en la guerra de trincheras. Los ángeles comen poco, y alimentos de color gris mayormente. Ninguno cree en Dios, a excepción de El Ángel de la Guarda, que sí cree en Dios y mucho. Todos sus compañeros le llaman Gerardo y ninguno sabe por qué.

19.10.14

330. El sindicalismo y la masonería: el bucle de Satán


          Pedro Rico Kunh es pediatra en la localidad de Mejillones, sita en el departamento de Oruro, Bolivia. Su padre era rico y su madre, alemana. Nació en viernes, en un lugar cercano a Mejillones, un lodazal apesebrado de juncias y ruinas de barracones, donde creció aprendiendo las menudencias del idioma tedesco de la leche materna, y el uru, idioma paterno propio del departamento de Oruro. Se hizo pediatra a los tres años al ingerir, por un imperdonable descuido materno, la flor del bustabé, arbusto coliláceo de la familia de las sasafrás, muy rara de ver en el medio oeste boliviano, pero cuando la Sra. de Rico, Adolphina Kuhn de soltera, se quiso dar cuenta, el pequeño Pedro, (klein Peter, como lo llamaba ella) ya tenía abierto un consultorio a la salida de Mejillones, en el barrio de las Ayacuillas, y no le iba mal, pues se quedó con las igualas del patronato del bajo Putumayo y de lo que quedaba de los antiguos ingenios caucheros. El Dr. Rico fue conocido y reconocido, dejando aparte su ingente y sacrificada labor como precoz pediatra, por haber matado a su padre en legítima defensa y en dos ocasiones consecutivas. La primera lo mató con una cerbatana de su propia invención (una adaptación mejorada del modelo Amazon Tropper Cerbatan 2.0), y la segunda lo mató de una pena grande, muy grande. Su madre ingresó en prisión por otros motivos que no vamos a referir aquí, porque una madre es una madre y no vamos a lavar los trapos sucios delante de los mercaderes y aventadores de murmuraciones. Ya el país tiene bastante con lo que tiene. Porque, aunque yo soy boliviano, también soy partícipe y referente y proclive y miembro y cofrade y muchas cosas más. Pero ahora se impone continuar la historia de Pedro y no hablar de mis promesas como integrante del cosmos usurero de esta amazonía que invade las venas de mi cuerpo, aletargado por la ponzoña de la coca añeja y de los lamiosos jugos del yute tierno. Canto como el gorrión del altiplano las proezas de los pediatras de jungla, porque no sé transcribir los delirios de todos los dioses y emperadores que me encuentro en los manglares, todos muertos de verde y musgo, todos con la voz de liquen del más allá, todos enarbolando el sexo enhiesto de sus memorables historias de rito sacrificial, y todos con los ojos pedregosos de visiones antiguas y abrasadoras. Comento la vida de los pediatras profundos de la mísera agonía, porque el moho de los dioses hace que los goznes de los postigos de mi alma chirríen y asolen con su hiriente sonido los dulces oídos de las aves de paraíso, que posan aterradas sus patas de oro sobre los cuernos de las vacas muertas en la frondosidad de esta tierra muerta en vida. Pero Pedro, el pediatra precoz, asume su condición de parricida, de boliviano con conocimientos de alemán, de experto en armamento indígena, y parte a lejanas tierras. Radica (arraiga) durante algún tiempo en la baja Sajonia, donde monta un estudio fotográfico en Hannover, retratando a todas las hermanas de las putas de la ciudad. Con posterioridad, acuartela en Münster a todos los dirigentes de los grupos antisemitas alemanes y los mantiene acuartelados. Ingiere, a continuación, esta vez de manera voluntaria, otra flor de bustabé y deviene en casamentero eficiente y alcahuete eficaz; observa, a la sazón, que el número de hermanas de putas hannoverianas coincide con el de los dirigentes antisemitas acuartelados en Münster. Y los casa. A la vez. En la catedral de Münster. Todos los matrimonios llevan felizmente casados diez años y tienen cientos de hijos. Pedro se suicidó dos veces con la misma cerbatana con la que mató una vez a su padre. Sus restos no aparecen, bueno sí aparecen, pero vuelven a desaparecer con prontitud. Son los efectos colaterales de la ingesta de coliláceas.

4.10.14

329. Breves comentarios sobre el pollo Tandoori


          Ahora me es dado a conocer, por informes internos de mi alto estado mayor, que mis lectores habituales no son cerebrarios tenedores de hojarasca librera, ni decanomos de tristes hábitos misóginos, ni berdones de altos vuelos académicos, ni mucho menos simples acólitos de verbena metafísica; mis lectores son, ¡válgame Dios!, jovencitos ambidiestros, de hormonas bisoñas, con la pubescencia estropajosa y liquenificada por los millones de megabytes ingeridos en las dos últimas décadas. Según los referidos e inquietantes informes, el prototipo, la foto robot del lector medio de mis obras, representa y define a un hombrecillo a medio hacer, con nombre o apodo bisílabo, lengua de trapo, porte de impúber dakotiano o de infante anabaptista virginiano, exitoso en sus oscuras labores de aprendizaje, aliñado desde sus años de lactancia con sitcoms del Imperio y lecturas de huecograbado lujuriante; viste como si lo vistieran, come poco y mal, o mucho y bien, gusta a las chicas que poseen esa especie de pensamiento delgado que tanto le pone (I suposse), abruma a sus amigos con locuras de lisergia ácrata, bordeando unos límites que sólo él no conoce. Mi lector tipo pasa por ser un prensipto cuando en realidad es poco más que un afresto; es su juventud lo que le allana el camino y le adorna el sendero con camelias y adelfas venenosas a las que tanto afecto tiene. El paso del tiempo parece no hacerle mella, me lee por la noche, ocupando en mi lectura el tiempo que tendría que estar drogándose o llorando por las cosas que le gustaría no haber tenido que dejar de evitar tener que hacer. Es un prototipo de ser humano delicuescente, atorrante, sumidero del plancton dulce que le rodea y nutre como el maná bíblico nutrió a aquellos hebreos a los que tanto seduce mi joven amigo con su verbo inquieto y de los que recibe tanta seducción en una contrapartida que acabará con él, con mi tierno y joven lector, en los campos de Marte. Se ve a la legua que sabe sumar tanto como restar, aunque en su mirada se esconde un temor a la multiplicación que lo divide, lo integra y lo deriva en matrices de muy difícil solución sin unas lentes progresivas. Pero las gafas y las rastas no van en absoluto, así que tendrá que someterse a una queratoafactilia bilateral con Argón-Láser dos o tres veces en los próximos cinco años. No obstante, a este prototipo de chavalote he de quererlo como a un hijo, dado que parte de su vida, como mi hijo, la comparte conmigo, como su padre que soy, he sido y seré. A partir de ahora lo tendré presente en mis rezos nocturnos como tengo en mis rezos nocturnos presente a mi hijo, porque para eso soy su padre, el padre de mi hijo, no el padre del chavalote, que en realidad no existe, es sólo un ser enteléquico, alumbrado de unos informes administrativos de mi alto estado mayor, es decir que rezaré por las noches por el bien presente y futuro de un ser inanimado, de un ente etéreo que me lee, que lee y que cuenta y panaliza mis palabras una a una y las celdifica aquilatando mi discurso, analizándolo hasta el fin, algo propio de una mente exhibidora de una filosofía analítica-positivista propia de un Wittgenstein o un Russell. No lloro de emoción porque no sé llorar y me emociono muy mal, de manera algo cateta. Cuando alcance la fama (yo, tú no, tú eres un fantasma robot) te dedicaré una copla, o una perfopoesía, o una misa cantada, o un mamotreto entero. Te esperaré en el Parnaso.