en el dispendio atroz de alimentos mal digeridos por estómagos ajenos,
siento el robo pequeño y constante de cariños postergados,
me duele la poesía a que me llevan disipados angelitos de mofletes asimétricos,
me duele mi mujer ajena y la mujer ajetreada, aquella que le acompaña, sus ansias compartidas entre las dos,
me duelen las ausencias, algunas muy poco, apenas me rozan, otras, en cambio, algo más, aunque no debieran,
me duele el aceite derramado, la linfa azul de la nostalgia y el oscuro bullir de algunas lagunas,
siento el dolor ajeno como propio, y el propio me deja con la sorpresa, con la boca de pez,
siento el olor sudoroso de lo desconocido en cada almohada que piso,
en cada peldaño que escalo y que subo de espaldas, mirando el sol de poniente, con boca de pez,
me duele el cielo que no existe y el que va a dejar de existir, el cielo amigo, y el otro,
con boca de pez me aturdo de sones nuevos, de impresos eléctricos, de sustancias coloreadas,
duele con intensidad creciente el aroma de las muchas muertes, cada una de ellas,
todas duelen como plomo derretido que resbala por el blanco de los ojos,
¿cómo puede doler el vuelo del halcón?, ¿o la brisa de la aurora?,
me duelen, sí, me acribillan el halcón y la brisa tanto como la lágrima tuya, como la presencia de arrugas en tu alma,
me duele el que no está, el que se ha ido y el que se irá,
también el que está, el que ha vuelto y el que aún permanece,
me duelen tantas cosas que a veces creo que soy Dios, a veces creo que soy su mala conciencia, aquel que no debió crear y que le previene de nuevas aventuras creadoras,
siento el dolor que fluye como le fluye la vida a los que rodean el foso donde yazgo casi de perfil, para no ser visto,
para que nadie vea mi boca de pez atónito,
mi ridícula apostura de ente oscuro, de paria escondido, de embustero estelar en el teatro multicolor de la vida,
siento que queda poco para la siembra final, para esparcir la simiente de nuevos mundos desgraciadamente iguales, desgraciadamente agónicos, desgraciadamente sucumbidos,
me dueles tú, mi único bien, me duele el océano que a veces se interpone,
me duele el tiempo que es también el océano, que es también el mismo dolor,
un dolor tan grande como la boca del gran pez que nos mira desde todos los ángulos de este cosmos tan absurdo como inconmensurable.