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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.6.13

300. Wilco


Una mirada de inocencia infinita.
El calor tibio de una vida superior e inerme a la vez.
Ves, sientes y notas cómo te atrapa un sentimiento que nunca acierta a componer una entrega necesaria.
Lo acaricias, rascas su pecho tierno con deleite, su lomo crespo, su frente ondulada, sus lacias  orejas.
Lo miras y te mira, sus pupilas expectantes, las tuyas absortas en la duda continua.
Su silencio marca las horas, las horas marcan sus pasos, que ya no señalan la cercana aurora.
Su alma pequeña.
El enorme peso de su alma, que nos ha hecho más tristes y más amados.
Sigue su lengua inquieta besando mi mejilla, la humedad de su hocico en la palma de mi mano.
Y sus ojillos negros han quedado embalsamados en alguna parte buena de mi cerebro.
Para siempre.
Ha atravesado dos vidas hiriéndolas de ternuras inolvidables y de un acre dolor imperecedero.
Tan juntas su vida y su muerte, tan cosidas la una a la otra...
Nuestras vidas se impregnaron de su corto y cálido aliento, del amor futuro que no tuvo tiempo de ofrecernos.
En un ínfimo punto se centró toda la crueldad del cosmos para llevarse esa pequeña vida de canela remansada.
Dios sabrá el por qué.
Yo, ya no le haré más preguntas.

5.6.13

299. La honda esperanza (borrador)


          La gastronomía no es la ciencia adecuada, ni la frenología lo es, y si me apuran, tampoco la topografía lo sería. Con la electrobotánica y la calistenia holística ya nos vamos acercando algo más a lo esencial de lo que hoy nos reúne. Las feligresías de la ciencia son, como ya saben, muy proclives a la diáspora y a la, ¿cómo lo diría?, a la disipación momentánea de lo absoluto en pos de estelas de cometas que las desintegren todavía más, si es que ello fuera posible. Tenemos, pues, un supuesto, ¿qué supuesto? No lo sé. Hace demasiado frío para pensar y demasiado calor para escribir. Los días vuelan, Marcelo, el tiempo fluye en caída libre o cae precipitadamente en un libre fluir; el tiempo más que pasar parece que huye a la desesperada o desespera en su constante huir. Será por ello por lo que las personas que conozco y las que intuyo y las que ni siquiera sospecho de su existencia renuevan su osadía, su ira irreverente hacía mí y hacia ellos mismos. Que sí, Marcelo, que todos no sentimos odiados, porque odiamos todos los días, y para el odio imperecedero, la práctica diaria es fundamental. Seremos un montoncito de polvo cuando muramos, pero polvo enajenado. Amaremos, acabaremos amando nuestros odios como amamos los tesoros inmaculados que guardamos en el alma. Porque para odiar hay que tener alma, igual que para amar hay que tener conciencia. El enemigo nunca nos podrá faltar porque lo detentamos en primera persona. Somos el capitán de la banda de malhechores que nos acechan en las estribaciones de cada pensamiento, de cada vuelta de tuerca en que hemos convertido estos días soleados de primavera eterna o de terebrante invierno. Te noto asombrado con mis palabras, Marcelo. No pienses demasiado en ellas, como tampoco lo deberías hacer con el mucílago de letra impresa que la canalla progresista y la fatua reacción vuelcan en tu portafolios. Hazme caso y abandona a los electromensajeros del averno herziano o catódico, a las infusas brujas cibernéticas e incluso a tu profeta de cabecera, abandónalos a todos menos a mí, Marcelo. Ya sé que no soy tu padre y que mi hijo acabó con mi vida hace tres años en un rapto de hombría, que tu hermana no te estima lo suficiente, que tu madre ya no te da golosinas y que tus primas han vuelto a ejercer la venérea labor en los barracones del puerto. Ya muerto, diabético y sordo, me refugio en este reducto adimensional del fácil consejo y te instruyo modestamente en las artes de la conciencia social, del humor ágrafo, de las audiciones asíncopas, de la lectura inversa, de la alimentación anodina, del contoneo metafísico y de la abulia constructiva. No me defraudes, Marcelo.

4.6.13

298. Semana de cine místico


          Soy la demostración palpable de que se puede vivir en un pozo. Un pozo seco, profundo, bien construido, con el grado de humedad justo y con el mínimo volumen para el intercambio necesario de oxígeno y carbónico. Algo más de metro y medio de diámetro, el suelo de arena compactada, cemento en bruto recubriendo las paredes y allá arriba un brocal abierto a la luz del día y a la oscuridad de la noche. Llevo un tiempo que ya no puedo medir en el interior de este pozo. Nadie me empujó, ni sufrí un accidente, simplemente estoy aquí, algo inquieto, esperando que las cosas empeoren, que comience a arañarme el hambre o la sed, que la angustia vaya poco a poco apoderándose de mi conciencia, que la soledad se haga tan presente que me aplaste contra las húmedas paredes, que aparezca el grito y la desesperación. Pero todavía eso no ha llegado, todavía me protege un miedo discreto, un terror manejable, una apatía confortadora y una abulia algo enigmática. Miro muchas veces hacia arriba cuando algo de luz dibuja una circunferencia, como un lívido sol o como una extraña luna azul sobre mi cabeza. A veces distingo una estrella y a veces una nube. Tengo todo el tiempo para pensar, pero no pienso. Todo el tiempo para analizar las posibilidades de salir de aquí, pero no investigo ninguna. A veces tengo el convencimiento de que no tengo ganas de salir, creo que no me interesan ni la estrella ni la nube, ni saber por qué estoy aquí, ni cómo llegué. Sí sé que más tarde o más temprano comenzaré a sentirme mal, a notar el calambre del desasosiego, el ardor de la esperanza, la insidia de rebelarme ante esta situación tan extraña, pero tan real. Sería muy fácil pensar que alrededor del pozo en el que estoy existen millones de pozos iguales, en cada uno de los cuales sobrevive un hombre, una mujer, un niño..., cada uno en su mundo artesiano, cada uno en su burbuja de cemento. Me libraría este pensamiento de la responsabilidad de salir, de diseñar mi vida en función de la libertad que me daría asomar mis ojos por encima del brocal, y comprender la sorpresa o la decepción (la aventura) que me espera fuera. De momento me mantengo en la espera, y sí que empiezo a animarme, recolectando aquellos elementos energéticos necesarios, de los pocos de que dispongo aquí abajo, para en algún momento, que espero no muy lejano, poder afrontar la subida, que imagino bastante trabajosa.