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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



26.2.13

286. Ernest's loft



          Desde esta montaña de chatarra diviso la parte más sucia de Detroit, donde el frío acribilla la oxidada atmósfera cargada de humos fabriles antiguos; desde esta atalaya de hierro retorcido se intuye la presencia de cadáveres ocultos, de los que sólo algunos son conscientes de su estado, la mayoría persistiendo en la idea de seguir vivos, de seguir sufriendo la inclemencia de los días, tan parecida a la inclemencia de las noches de la muerte. 

          Desde la cima de este basural a las afueras de Lima observo atónito las peleas voraces de los hombres con las alimañas carroñeras por conseguir el sustento repulsivo que les otorga la energía necesaria para continuar la eterna y miserable lucha por sobrevivir. Los buitres cada vez se asemejan más a los hombres que asedian su condición y a los hombres ya poco falta para que sus brazos pedregosos se les conviertan en lúgubres alas de rapiña. 

          Desde la última planta de este rascacielos de Shangai sólo veo luces microscópicas rojas y blancas, aturdidas, creyendo que saben a dónde van, pero perdidas en una noche artificial y demente. Cada luz cree representar un mundo, aunque no son más que unidades subatómicas de un insensato átomo perdido en el más allá de la nada.

          Desde este alto minarete de Tel Aviv veo con claridad a los hombres y a las mujeres, casi les distingo las facciones, sus maneras de andar, les oigo hablar, reír y rezar, sobre todo les oigo rezar, cada uno a su manera, y también les oigo disparar y morir rezando y alabando a Dios, oigo también el rugir de las olas cercanas, olas de color rojo, color sangre, el color propio del carácter del hombre.

          Desde el pico más alto de la Tierra, aquí en pleno Himalaya, miro hacia lo alto esperando no hallar nada más, ya no quiero arañar más la mirada con la convulsa visión de la vida, y es cuando ocurre lo inaudito, lo inesperado: allí por encima de todo, por encima del bien y del mal, por encima de la nada y del todo, por encima de dioses y demonios, muy por encima de mí, allí, sí, allí estás tú.

20.2.13

285. La defensa de Mauritania



          Se encuentran en una terminal de aeropuerto un optómetra y un topógrafo (O y T, en adelante), amigos de la infancia y que hacía 12,5 años que no se veían; y entonces va O y le dice a T: "Iremos envejeciendo como la uva tierna en su pámpano dorado, mientras los hipogrifos y las arpías de las metopas del tímpano del templo enverdinecen con la humedad de los alisios". T, sorprendido y demudado, saca de su equipaje de mano una paloma muerta y una foto enmarcada de 15x25cm de Antoñita Colomé besando a una burra, y entonces va y le dice a O: "El breve lamento del guerrero vencido espantará las bandadas de alondras en un momento del crepúsculo en que los poetas más sensitivos sucumben bajo el peso de una metáfora aleve". Y entonces suena a través de los altoparlantes (o sistema interno de megafonía) una voz femenina que avisa de la inminente explosión de un artefacto entre la zona de arribistas y el centro de recogida de majorettes del aeropuerto. Obviamente, O y T corren despavoridos, tropezando O con un jurisperito panameño y su amante ortodoncista, y T con una luchadora de sumo y su marimachorra sobrina. En pleno batiburrillo (o barahúnda) de disculpas, la bomba estalla (deflagra, hace pum) y mueren todos, y todos llegan al cielo. Allí los recibe San Pedro, que les dice a los seis (ya saben O, T, el leguleyo panameño, la dentista, la luchadora de sumo y la joven bollerita): "Sembré el lúpulo conformado, ericé de puntas las ojivas de vuestras pulcras catedrales, arrecié las tormentas en los campos enemigos, doné dones a los clanes de la tierra y perseguí con/sin denuedo al demonio negro come-almas". (Advierto a mis lectores/as que ahora comienza el final de este chiste inédito y supergracioso. Dado su carácter explícitamente sexual y debido a la prodigalidad con que van a aparecer palabras y expresiones de un sesgo soez casi insoportable, sería conveniente que adoptaran un caniche enano color caléndula y que hicieran con él un caldo vivo, como conveniente sería que visitaran a tía Paula, que se muere sola y cagada hasta las cejas en el asqueroso asilo al que la llevasteis a rastras con tan sólo treinta años que contaba la pobre mujer. No obstante, yo lo comprendo todo, que vida sólo hay una y hay que ennegrecerse gozando lo que se pueda, y caiga quien pueda, y lo que se caiga es porque puede caerse, que hostias, estaría bueno si así no fuera. Por último, me gustaría agradecer la ayuda recibida de las siguientes personas, sin cuya contribución personal y espiritual este chiste no habría visto la luz: Srta. María Estela Estudillo Cañas, Doña Remedios Calderé Calderón, Don Isacio Gil Trujillo, Srta. Monserrat Oubada Negrí, Doña Emilia ("Emi") Longares Monzón, Srta. Patricia Cornejo Hormigo, Mr. Alfred Swinborne y el niño gordo del quiosco de periódicos de la esquina, que ahora mismo no me acuerdo cómo diablos se llama).

2.2.13

284. Locuras del extrarradio


          La luz de neón no parpadeaba, pero yo sí. Con el tercer bourbon la vida cambia de valor porque el que la tasa ya no dispone del equilibrio necesario. Las hojas del magnolio no se movían, pero yo sí, yo caía hacia adelante, aunque a decir verdad caía hacia atrás. También el humo de mi cigarrillo, a pesar de que palidecía y se convertía en una gasa gris y translúcida, tendía a estancarse en una inmovilidad precaria a escasos centímetros del techo. El pulido inmaculado de la barra reflejaba mi cara y mi frente salpicada de gotitas de sudor, las mejillas fluctuantes, la boca entreabierta y los ojos escondidos allá lejos en sus cuevas orbitarias, como nichos profanados. El camarero tampoco movía su cuerpo, ajeno en una esquina a todo lo que no fuera su novelilla doblada a la que prestaba toda su atención y a la que nunca, al menos nunca lo percibí, pasaba una sola hoja, como si se hubiera diluido su cerebro en la sima sin fin de un párrafo o una palabra. No era muy tarde, pero era de esas noches en que el tiempo semeja un coágulo oscuro a punto de desprenderse y atorar el curso de las horas de algunas vidas. Afuera debería estar cayendo una lluvia menuda, persistente, al menos yo la olía, la sentía, pero no llovía aquella noche en la ciudad. Una urbe suspendida, congelada en su propia inmovilidad, insonorizada y muda, casi yacente. El magnolio seguía intacto tras la ventana, exento y petrificado, desairado, exacto y perenne. Sentía estar viviendo la experiencia de un paréntesis, estar inmerso en un descanso breve, en un respiro necesario de la eternidad, exhausta en su devenir. Era un lapso de tiempo quizás mínimo pero sólido, único e inquietante, tal vez falso y alucinado, probablemente fruto de un brote espiritual enfermizo, pero real en aquellos momentos. Con esfuerzo me separé de la barra y me levanté del asiento, dejé unos billetes junto al vaso y con movimiento y pensamientos contradictorios me encaminé hacia la puerta y salí a la calle.

          Lo que sucedió después ya pueden ustedes imaginarlo.