Ya saben ustedes que resido desde hace muchos años en un centro de reposo mental, en un manicomio, vamos, pero en un manicomio de barrio, no en uno de esos frenopáticos importantes del extrarradio. Rodeado de locos suburbiales paso mis días entre vapores urinosos y fragancias de neurosis desesperada. Todos nos hallamos atrapados en unos malolientes sayones de sarga medio apolillada con bandas verticales en tiempo azules y ahora desvaídas hacia un gris metafísico. En el pabellón de hombres somos treinta y uno, en el de mujeres son treinta y una. Yo soy paralítico cerebral y estoy incluido en el grupo de los sumamente peligrosos (PC-SP). Me alimentan de manera diferente a los demás, ensayando en mi caso especial unos shocks terapéuticos a base de harina de almortas y jengibre fermentado, pero para nada: sigo paralizado cerebralmente y con un índice muy elevado de peligrosidad suma. A veces me siento tan enamorado que rezumo esperanza y dicha por los poros de otro interno. Otras veces me ensombrezco de desidia y llego a la catatonia (tan apreciada y respetada en este establecimiento), un estado aquietado y férreo que en dos ocasiones me hizo levitar sobre los confusos balances dopaminérgicos de mis compañeros. Pero en lo general y cotidiano paso los días entre añoranzas del ejército, al que nunca pude acceder por mi PC-SP, y las risas babeantes que me producen las singulares conductas de mis locos cercanos. El Tortas es esquizofrénico hebefrénico grado IV (comedor de insectos) y H. H. es esquizoide con trastorno agudo de personalidad, creyéndose, desde el año de la riada, ser una cucaracha, proceso que se agudiza con un componente paranoide cada vez que ve entrar en la sala de la televisión al Tortas en fase depredadora. A todos nos gustaría que nos dejaran al menos una vez a la semana sobar a las locas del otro pabellón, sobre todo a la Marifuria, que, según dice Afrosio el tripolar, tiene tres pechos. Mi negro futuro no me impide pensar en que puedo alcanzar un hermoso pasado si me lo propongo. Sé que es una locura, pero es que yo estoy loco. Hay papeles que lo atestiguan. Hay testigos que lo empapelan. Haber, hay de todo en la cabeza de un loco. Por haber hay hasta posibilidades insospechadas. Yo me he descubierto dos posibilidades insospechadas, a pesar de mi PC-SP, pero en ambas toma carta de naturaleza (carta de naturaleza, ¿qué diablos es eso?) la Marifuria, a la que creo desear tanto, tanto, que si pudiera, la casaría con el Tortas.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
21.9.12
16.9.12
270. El pene de la Emperatriz
He salido de la cárcel esta mañana, a la 9.05. Allí he pasado los últimos diecisiete años por matar a alguien, no recuerdo a quién. Sí recuerdo el reguero de sangre, la motosierra, el liguero de encaje alrededor de mi cuello y el bote de mayonesa Hellmann's®. Durante los años de presidio he perdido muchos datos de mi vida, probablemente a causa de los golpes recibidos en la cabeza que me propinaba con reiteración el carcelero con un castor disecado que llevaba al cinto a guisa de porra.
A la salida me esperaba Vera Rivers, una matrona negra, gorda, enjaezada con mil abalorios, que me ha dejado sin respiración durante los treinta segundos que ha durado su abrazo. Me he visto reflejado en sus dientes de oro y he salido huyendo. Sabía su nombre, pero no sabía qué relación guardaba conmigo.
Me he enfrentado confiado y a la vez espantado a la metálica mañana de esta ciudad innominada; me he enfrentado a la llovizna sucia, interminable y gris que me ha acompañado varias horas, hasta que he entrado en un barucho del puerto, donde pido un bourbon con agua que no sé si puedo pagar, porque no debo tener dinero. Miro la bolsa que llevo en la mano, exploro mis bolsillos. En la bolsa hay una cartera con un carnet de conducir y un billete de diez dólares. En el carnet dice que mi nombre es Nicholas Dowd.
Cuando entró la mujer tambaleándose pensé que estaba borracha, y efectivamente lo estaba, circunstancia venturosa para mí, porque fue la causa de que errara el disparo con el que esperaba acabar con mi vida. La bala, quiso Dios, que fuera a alojarse en la garganta de un pobre músico que, sentado a una de las mesas del fondo, afinaba su vihuela.
No esperé a que hiciera acto de presencia la policía. Dejé los diez dólares en el mostrador y corrí a través de oscuros callejones hasta que mis pulmones pudieron resistir. La mujer que había querido matarme dejó en mis ojos los suyos. Esa mirada airada y cruel me recordaba a alguien, pero ¿a quién?
(Continuará, o no)
9.9.12
269. Judíos y flamencos (Anales)
La forma, el contorno o perímetro de los ojos de mi hijo no sigue una norma, un presupuesto geométrico preciso. El iris pardo de los ojos de mi hijo se halla ciertamente incómodo, como el reo cuya celda presentara una franca dismetría y una falta de paralelismo en sus paredes. La mirada de mi hijo es, por tanto, disarmónica, algo inestable y sujeta a mínimas voluntades. Pero todo esto es la mirada que yo miro, la mirada que me dirige, la mirada que me mira. Esa mirada suya no es la misma cuando yo no soy su objeto. Mirando a otras personas, a su mundo en derredor, a veces espío sus ojos y entonces, ya no los reconozco; y me atraen; y envidio no ser su diana; esos ojos han mutado, se vierten diferentes en la vida, más ufanos y seguros, más libres y dominadores. Yo quiero esos ojos para mí, quiero tenerlos cerca, alrededor, quiero que me miren igual que miran a su mundo.
¿Pero es que yo no soy su mundo?
¿No estoy en él?
¿Cuándo me fui?
¿Me fui yo o se fue él?
¿Dónde estoy, entonces?
¿Cuántos mundos hay?
En el fondo, los ojos de tu hijo son la gran incógnita de la vida. En esa pupila amada, donde florecen todos y cada uno de los enigmas del alma humana, alumbra una llama apenas vislumbrada, velada de preguntas y ternuras, y que toma la forma del destino. Es a él al que involucramos y preguntamos, y ante el que desespera nuestra incertidumbre. Alguien dijo que un hijo es una pregunta que le hacemos al destino. Mi pequeña aportación a esa teoría consiste en definir la localización específica en la que se encuentra el destino del hombre: puedo asegurar que, al menos en mi caso, el destino del hombre, al menos del hombre que esto escribe, se halla muy al fondo de la mirada de un adolescente errático, inconstante, lleno de dudas que no reconoce y de certezas que le protegen, en la mirada de ese planeta remoto y maravilloso que es mi hijo.
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