Yo tengo un gran sentido del humor. Soy muy gracioso. Todos lo dicen y todos me envidian por ello. Yo, a veces, incluso me río de mis ocurrencias y de mi chispa inteligente y genial. Ayer, sin ir más lejos, me encontré con Bruno Bru, el catedrático de Misoginia Avanzada de la Pontificia. Llevaba un terno gris mapache y unos zapatos de piel de rata. Bueno, pues al verlo, no se me ocurrió otra cosa que decirle: "¡Hombre, Bruno! ¿Qué te hizo el turronero de Burdeos que tan luengos tirabeques te dejó al relente?" Los que me oyeron, incluido el propio Bruno, se desternillaron de la risa. Son cosas que me surgen así, de improviso, en un repente de inteligencia fugaz pero constante que hace las delicias de los que me rodean. Sí señor, soy muy gracioso. Les voy a contar a ustedes un chiste:
"Las alondras, esos quiebros de futuras hecatombes, diseminan sus vuelos insensatos sobre un prisma de luz incandescente. Es un domingo de aurora olvidada en la plenitud de la mañana. La brisa se acumula en el pináculo de esa iglesia pequeña y cenital como el seno de una malva, y tú, ardiendo en el deseo de este día, me miras desde una distancia que adormece y enardece a la vez mi pasión esperanzada".
¿A que es para partirse?