Cada latido, un copo de nieve, un invierno pequeño y silencioso; cada pena, un intervalo mudo y blanco, un atisbo de fulgor lejano que se escapa para siempre. Y la noche, la noche que no cesa en su amor por lo inasible, por lo que de verdad duele. Me duermen los aromas de las velas perfumadas, las ceras hirientes de esquirlas lechosas que se derraman tristes y lentas, los rumores de olas de esta capilla húmeda de dioses oscuros y vengativos. Yazgo al unísono con los demonios dulces que me rodean, que me fustigan con sus rojas lenguas arrojadizas, que me laceran inconstantes con sus agudas risas y broncos alaridos. Mi corazón de santo antiguo y olvidado se enmohece en un sin fin de escayola acurrucada, en un piélago de carcoma verdinosa y acre. Veo desde mi altura coleópteras beatas, agridulces acólitos amoratados de golosinas dudosas, presbíteros tersos como el marfil, feligreses amancebados con su sombra puntiaguda persiguiéndoles, veo al párroco arrodillado como si Dios le doliera. Y veo mi aura apolillada y temblorosa, moribunda, a punto de desfallecer de olvido, debilitada por unos átomos de beatitud que la empujan a estos rincones barrocos y asolados, olorosos a esencias de otros tiempos, y donde Bach ya no consuela tanto como alarma.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
14.3.11
191. El síndrome de Andropoulos
Cada latido, un copo de nieve, un invierno pequeño y silencioso; cada pena, un intervalo mudo y blanco, un atisbo de fulgor lejano que se escapa para siempre. Y la noche, la noche que no cesa en su amor por lo inasible, por lo que de verdad duele. Me duermen los aromas de las velas perfumadas, las ceras hirientes de esquirlas lechosas que se derraman tristes y lentas, los rumores de olas de esta capilla húmeda de dioses oscuros y vengativos. Yazgo al unísono con los demonios dulces que me rodean, que me fustigan con sus rojas lenguas arrojadizas, que me laceran inconstantes con sus agudas risas y broncos alaridos. Mi corazón de santo antiguo y olvidado se enmohece en un sin fin de escayola acurrucada, en un piélago de carcoma verdinosa y acre. Veo desde mi altura coleópteras beatas, agridulces acólitos amoratados de golosinas dudosas, presbíteros tersos como el marfil, feligreses amancebados con su sombra puntiaguda persiguiéndoles, veo al párroco arrodillado como si Dios le doliera. Y veo mi aura apolillada y temblorosa, moribunda, a punto de desfallecer de olvido, debilitada por unos átomos de beatitud que la empujan a estos rincones barrocos y asolados, olorosos a esencias de otros tiempos, y donde Bach ya no consuela tanto como alarma.