En un primer momento todos fuimos previsibles. Más tarde, todos fuimos inherentes. Por último todos hemos sido refractarios. En los tercios, donde anduve persiguiendo el heroísmo y la gloria, me abstuve de encumbrar nada que no fuera digno de mi prosapia y anhelo; pero el estruendo de la derrota y la caída en desgracia del "el más Insigne Español en Flandes", me conturbó más de lo que imaginara y me condujo al estado servil en que actualmente me hallo. Y no lo digo por decir, que por decir diría alguna otra cosa: diría, qué volcanes subyacen en las covachuelas de los altos tribunales; diría lo que siente el alma de los mequetrefes ante la presencia del alto clero; y por último diría que me encuentro en el estado de bonanza espiritual inherente a mi previsible afán de refractariedad.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
11.2.11
189. La soberbia como arte plebeya
En un primer momento todos fuimos previsibles. Más tarde, todos fuimos inherentes. Por último todos hemos sido refractarios. En los tercios, donde anduve persiguiendo el heroísmo y la gloria, me abstuve de encumbrar nada que no fuera digno de mi prosapia y anhelo; pero el estruendo de la derrota y la caída en desgracia del "el más Insigne Español en Flandes", me conturbó más de lo que imaginara y me condujo al estado servil en que actualmente me hallo. Y no lo digo por decir, que por decir diría alguna otra cosa: diría, qué volcanes subyacen en las covachuelas de los altos tribunales; diría lo que siente el alma de los mequetrefes ante la presencia del alto clero; y por último diría que me encuentro en el estado de bonanza espiritual inherente a mi previsible afán de refractariedad.