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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



29.1.11

187. Vuelta ciclista a Jaén


          Es que me miro hacia abajo y sólo veo un vientre abultado, semi-depilado y con cicatrices recientes. Luego me miro al oblongo espejo de mi cuarto de aseo y veo un rostro inhóspito con los trazos exactos que tendría alguien llamado Alfredo. Salgo al campo a recoger fruta, a recoger bidones de fertilizante, a otear horizontes cúpricos y mortecinos. No me aburro, incluso pienso en personajes de Disney. Yo soy uno de ellos, soy el enanito número ocho, "el sátiro", y entro en la mina de diamantes con ojillos de lascivia mineral, de salacidad acuosa. Muevo el mortero a la hora del almuerzo, lo remuevo hasta que las gachas toman una consistencia pastoril, le añado torreznos y lengüitas de burro, vinagre negro y sal tostada. Vuelvo al hogar de los perros desvaídos y de las abuelas redondas. Vuelco el belfo sobre dentífricos almizclados. Reverbero mi memoria, me pongo soberbio y adusto entre las risas de los demás. La quiero, no la quiero. Sí la quiero, claro está. Pero no es ella la que hunde el reflujo de los mares inexistentes, soy yo el que la lleva a la fuerza a ese otro lado de los espejos recientes. Me muestra tantas cosas que ya casi no me dan miedo los sueños especulares. Miro hacia arriba en mi cuarto de cornucopias y sólo veo a Alfredo bruñendo el florete con el que me va a ensartar.