Persigo mi sombra enaltecido por esta noche de luna plena, leve el camino y leve los pasos que me guían a no sé dónde y a no sé cuándo. Camino la distancia midiendo los hitos temporales de recuerdos que jalonan la vereda, como la jalonan los uniformes castaños que me rinden armas con sus ramas rumorosas a mi paso tenue. La soledad sin viento, doble soledad, inflama el sosiego del bosque cercano y el silencio del viento, doble silencio, crea nostalgias de trinos antiguos y aullidos lejanos.
Cuando topo con el Odradek, al que confundo al principio con una pieza de reloj de campanario, sospecho que el rayo de luna que lo ha hecho visible, ese dardo luminiscente que ha atravesado el entramado de ramas de castaño, no ha sido dirigido de manera casual. La luna quería iluminar el Odradek y el Odradek quería que la luna lo iluminase. La escena está aquietada. La escena es inquietante. Observo la línea blanca que va desde la luna al Odradek desde una distancia posible. La luna y el Odradek no sabrán de mi presencia (¿o sí?). ¿Soy testigo evidenciado? ¿Soy testigo ajeno? ¿Existo para la luna? ¿Existo para el Odradek? Creo percibir que el Odradek gira varios grados a la derecha una de sus dos circunferencias estrelladas, emite a la vez un sonido oxidado e hiriente, el rayo de luna se desplaza también. Mis pupilas se contraen ligeramente (no sé por qué) y unas enormes e incontenibles ganas de reír suben desde mi vientre a la garganta. El Odradek parece cambiar de nuevo su posición de forma casi inaparente y deja uno de sus hilos adheridos a la tierra como filiforme baba de caracol. No puedo resistir más, río hasta la contorsión, río hasta las lágrimas, rompo con mi risa el esqueleto del silencio nocturno del bosque. Poco a poco me sereno, pero tardo en recomponer la figura, tardo una eternidad en recuperar el sosiego. La escena, no obstante, no ha cambiado. Sé que debo seguir mi camino, seguir avanzando, pero el sendero pierde el rumbo y la meta; en un piélago de abstracciones se sume este tiempo nocturno que de manera arbitraria me dirige quizás hacia la muerte de la vida o hacia la muerte de esta otra muerte que llamamos vida. Cada día más, sospecho que la vida realmente no es, que lo que realmente es, es la muerte, esto que sobrellevamos histriónicamente con la nariz del alma tapada para no oler la cadaverina que nos rodea. Pero el camino me entretiene y le quita algo de presión al dogal que me lacera el cuello. Hoy está siendo el Odradek quien me evade de la nada para consentirme otra nada enfundada en juego, un asalto en el camino que nivela con su inconsecuencia la inconsecuencia misma de este camino, tan extraño, que me ha llevado esta noche a encontrarme con él, con el Odradek y con la luna luminosa. Ahora son más hilos los que el Odradek ha segregado del carrete que forman sus dos circunferencias estrellada unidas en su centro por un eje cilíndrico, que sirve además para que se enrollen los diversos hilos que el Odradek recolecta o produce. Una pieza alargada acabada en ángulo recto en otra pieza de la mitad de la longitud de la primera se halla adosada a la cara externa de una de las dos placas redondas y estrelladas, lo que otorga cierta estabilidad al conjunto de las piezas ensambladas (véase la figura arriba). El objeto (el Odradek en sí mismo) mide aproximadamente 70 cm de largo, 16 cm de alto y 12 cm de ancho. El rayo de luna mide un segundo/luz también aproximadamente, y yo mido 1,77 metros (esta vez, con exactitud). Llevo toda la noche detenido en el camino observando la escena. Apenas nada se ha movido (tan solo el desplazamiento a la derecha algunos grados del Odradek y el rayo de luna, pero de eso hace ya muchas horas). El tiempo se ha detenido, lo que explica la quietud de la luna y de sus cuantos de luz. Sí ha aumentado el número de hilos segregados por el Odradek, y ya no tengo ganas de reír, sólo siento una nostalgia vaga, cierta melancolía de metales herrumbrosos, siento la pena fabril de los desmantelamientos siderúrgicos, sí, me invade la enorme tristeza telúrica que nace del magma primigenio del centro de la Madre Tierra.
Caminaré de nuevo, dejaré detrás al Odradek, me llevaré conmigo el rayo de luna o su recuerdo, me llevaré el olvido de la risa y el melancólico vacío que dejan todos los metales. Caminaré por el valle de la muerte con movimientos mínimos como aquéllos que ejecutaba el Odradek, aquél que encontré una vez una noche en un camino de castaños infinitos.
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