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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.1.15

345. Melodías de Broadway



        No sé si Heidegger o Sartre (en el fondo son lo mismo) decían algo así como que el hombre es "un ser para la muerte", "una pasión inútil". La virtud iconoclasta de estos dos pavos metafísicos se regodeaba como siempre en ese pesimismo sin fondo que tanto fervor cosechó en todos los tiempos y que tanto empuje ha dado a la industria de las imprentas y al misticismo agnóstico de esta Europa que nunca ha dejado de ser medieval y antipática. La muerte, sin embargo, no ha sido motivo real de estudio en esta parte del planeta como sí lo ha sido en otros puntos geográficos donde acostumbra a nacer el sol varias veces a la semana. No es que a nuestros chicos del pensamiento profundo no les preocupara el entramado oscuro sospechado más allá de la existencia, sino que durante el poco tiempo que le dejaban sus barraganas para sus aburridos estudios mistiformes, les hacía más ilusión, o les daba más caché, utilizarlo para profundizar en conceptos epistemológicos, debatir mucho sobre la existencia/no existencia de Dios, acrisolar los métodos futuros sobre la investigación lógico-matemática, adaptar el pensamiento filosófico a materias más modernas como la economía o la sociología, rebatirse entre ellos los orígenes del pensamiento, la educación/aprendizaje, el estímulo sensorial del arte, profundizar en el lenguaje, en la estructura de la comunicación, y mil obsolescencias más. Pero la muerte quedó ajena de sus discursos, no se sabe si por superstición (parece ser que un filósofo es un supersticioso desgajado de la unión anómala de dos axiomas blanditos), la muerte no interesó a ninguno de aquellos alemanes tan sólidos, tan kantianos ellos, a níngún buscadioses swedenborgiano, a ningún spinozo anacoreta del empirismo, ni siquiera a los últimos jungueros y menos aún a estos nerviosos estructuraleros postgestalticos que confunden la antropología con las novedades mediáticas de McLuhan. A nadie le interesa de verdad la muerte, pero a mí sí.

          Y les diré porqué. 
          Bueno, no, no se lo diré. 
          O sí, no sé.
          Bueno, ahí va:

          Me ha llegado información reservada. A través de un ángel. Lo primero que me dijo es que la muerte duele. Y mucho. Osea, te mueres y empiezan los dolores, sobretodo en la barriga. Imagínense, todo negro, muchos retortijones de los que no pasan, no te puedes mover ni gritar ni nada, y la barriga duele que te duele, y así nada menos que doscientos años aproximadamente. Luego te enteras, porque te lo dice un hombre que está allí mirándote todo el tiempo, que no hay ni cielo ni infierno, que cuando pasen los dolores de barriga, lo que pasa es que empiezas a oír ruidos y muchas voces en idiomas antiguos, cada vez más voces y más ruidos y con mucho volumen, así otros doscientos años. Y luego más dolores de barriga, pero esta vez con muchos mareos (otros 200 años), y así sucesivamente por toda la eternidad. 
  
          La verdad es que el ángel me dejó triste y compungido. 
          Vaya panorama de mierda.
          Y las facultades de filosofía a punto de ser clausuradas por falta de alumnos matriculados.

23.1.15

344. Vademécum 2015 (Oficial)


          Esta noche, noche de un santo asilvestrado, saldrá mi alcalde, el alcalde albino para unos y el alcalde de cabellera azabache para otros, al balcón de la casa consistorial. Lo hace cada año, lo hace en un estado de extrema ebriedad para algunos y de festiva empatía para otros. Su mujer, la alcaldesa, mujer de extracción plebeya, pero de arraigados principios morales (origen y arraigo no siempre antitéticos), la mujer del alcalde, decía, se arrodillará frente a su esposo en el balcón antedicho y le efectuará la ofrenda anual consabida entre los aplausos de muchos y los denuestos y silbidos de otros muchos. Doce estudiantes de bachillerato, los seis mejores y los seis peores en sus calificaciones, nerviosos, compungidos, desesperados, van a ser arrojados desde la balaustrada del balcón del ayuntamiento una vez embadurnados de brea y encendidos como antorchas. Les han dado de merendar copiosamente antes de la luminosa defenestración. Tan solo uno de ellos ha aprovechado la ocasión y se ha embutido de manera sosegada su merienda y la de cinco compañeros más. Los otros once no han comido nada y han llorado bastante.
          Las celebraciones festivas en este pequeño país en que vivo siempre se acompañan de algunos rituales de muerte. Cuando vence una facción política, la misma noche de las elecciones es devorado vivo un periodista, unas veces por el partido vencedor y otras por el partido derrotado. En la fiesta de las postulantes, una de las lindas damiselas es donada a la sala de leprosos terminales para solaz y disfrute de los pobres infectados. En carnaval se diezman las comparsas y los elegidos son pasto de los escualos del Acuario Real.
          En sentido contrario (a contrario sensu), como concepto especular, convertimos en un acto de vida cualquier conducta o actividad colectiva o individual que genere muerte por sí misma o a través de terceros. Se premia la sociopatía, la vesania psicopática, la perversión de las costumbres, incentivando a esos esforzados ciudadanos que así se conducen por la vida con cargos públicos de responsabilidad, bien remunerados, cargos que desarrollados con entrega y eficiencia, generen confianza social, confianza que a su vez generará inversiones extranjeras y, por consiguiente, riqueza para el conjunto de la sociedad y, siguiendo una lógica y máxima sociológicas, el aumento demográfico tan deseado y necesario para la nación.
          Todo ello no es otra cosa, no es más, que seguir el axioma de castigar lo bueno y premiar lo malo, concepto empírico estadísticamente comprobado en infinitas ocasiones y que se proclama como base para el mejor desarrollo de una sociedad moderna y garantía en la consecución de las metas que dicha sociedad se propone.
          Por tanto, conmemoramos esta última noche del año con la muerte sacrificial de estos doce nobles muchachos, que producirá más pronto que tarde, el advenimiento de la decadencia social tan deseada y necesaria para el florecimiento de nuestra corruptible, corruptora y corrupta clase política, tan denostada como envidiada, pero siempre entrañable, como entrañable es nuestro melancólico osito de peluche infantil que conservamos en nuestro armario ropero, aunque por una de las cuencas vacías de sus ojitos aparezca la patita de una araña con pelitos y un sinfín de gusanitos viscosos y malolientes.

          Somos viajeros del mal, somos arúspices del bien,
          aposentados en el iris de un dios ajeno,
          en la cola peluda de un diablo feroz,
          en el ala alba de un ángel celestial,
          en la crin poderosa de un caballo de guerra
          en el crepitar de la estrella errante,
          en el agujero oscuro de un universo bifronte.