En este sistema formal en el que vivo, lleno de teoremas de difícil comprensión, observo aturdido circunstancias proclives por doquier. Pareciera que el concepto de proclividad alimentara todos los conjuntos, subconjuntos, unidades y subunidades de este ente indiviso en que me muevo. Dicho de otra manera: todo tiende, nada llega a su meta. Debiera estar arraigado en la conciencia el concepto de imposibilidad, tal y como el concepto de las líneas paralelas logra que veamos la inanidad de seguir extendiendo la longitud por ambos lados de las dos rectas. Pero hete aquí que nada se demostró en este último ejercicio geométrico. Se supuso, pero no quedó demostrado. Lautaro Merni, a principios del siglo XIX, presumió la tendencia en el tiempo y en el espacio de la unión metafísica de las paralelas. Era, demostrada matemáticamente, una proclividad más. Acabarían uniéndose en un mundo diferente, en un plano no euclidiano. Tan llamativo descubrimiento no supuso (nadie conoce los postulados de Merni) ni avance ni retroceso, fue tan solo un ejercicio de distracción numérica y enjuague filosófico sobre conceptos de practicidad casi nula en un mundo donde el pragmatismo se hacía con la hegemonía del pensamiento occidental. Es por esto que, habiendo asimilado los principios del amigo Lautaro, habiendo conversado con la naturaleza de las cosas y con los medios que las rodean, después de haber pormenorizado con lo tangible y lo intangible de creencias y adhesiones, he llegado a unas conclusiones en cuanto a la proclividad que jamás voy a contárselas a ustedes ni a compartir con nadie. Hasta ahí podía llegar la broma.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.