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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



20.3.11

193. Americans


          Tuve un novio brasileño que se llamaba. En las noche bahianas salía al claror de la ventana de nuestro humilde bohío y llamábase con una desesperanza tan triste y tan apesadumbrada que ganas daban de acudir a sus lastimeros llamados y decirle: "aquí estoy, mi negro, soy tú". Nunca nadie acudía cuando mi novio se llamaba. Yo, a veces, le acompañaba en sus imploraciones al aire bochornoso, en sus llamatorios nocturnos a sí mismo que ni él mismo respondía. En esos momento me miraba con cara extrañada, me susurraba una palabra de amor nueva, acuñada por él y seguía clamando al aire henchido de golosos mosquitos, llamándose hasta que la turba alvinegra del manglar amaneciente lo rendía y lo hacía derrengarse en la hamaca en donde un sueño atronado le otorgaba olvido pero no descanso. Un día, mientras lavaba mi pollera entre los cañizos, oí su grito, al que siguió una risa abierta y sorprendida, oí su voz doblada en el viento perfumado de la tarde, oí que una voz timbrada y jaranera respondía a una misma voz jaranera y timbrada. Cuando llegué a nuestra casita vi a dos hombres que charlaban enlazados en un afecto verdadero de entrañable camaradería. Se parecían tanto el uno al otro que era difícil diferenciarlos. Esa noche no hice preguntas, ni ninguna otra noche. Los tres somos muy felices.

16.3.11

192. www.hombresdemundo.rip


          Un latino es un medio de ser aborigen, de ser un conjunto de piezas geométricas morenas y azucaradas, de ser un sicomoro y a la vez teniente coronel de algo. Es así, créanme, o no me crean, hagan lo que les guste, que será sin duda, algo relacionado con el sexo o la política, actos, que no acciones, ambos de una grosería infinita. Los sudamericanos latinizados en desposorios matriarcales de hispanidad europea, esos bolivianos panameñados, los guatemaltecos achilenados, o, para acabar, esos paraguayos surinámicos, ¿qué podrían aclarar, añadir, concluir en la denostada propuesta de solidaridad cónica del continente hendido? Nada, no podrían decir absolutamente nada, porque sus oficiales directores de masas, sus asesinos encumbrados por el  homicidio de estancieros y la ingestión de guayaba pasada no asesoran lo suficiente a los ciudadanos, que sólo saben mascar la coca añeja con la que embadurnan sus viejos fusiles, los que en un principio fueron adalides de las más puras democracias del mundo, pero que marcharon en huida, corridos, botados hacia el asiático esplendor de las ciudades de luz sideral. En eso quedó todo, en siglo y medio de esperanzas no tan verdes y de banderas a media asta con carácter de permanencia, de estatismo eterno frente a un horror dosificado. Lo mulato como quiebra del horizonte, y todos mirando si cae o no cae el Perito Moreno.

14.3.11

191. El síndrome de Andropoulos


          Cada latido, un copo de nieve, un invierno pequeño y silencioso; cada pena, un intervalo mudo y blanco, un atisbo de fulgor lejano que se escapa para siempre. Y la noche, la noche que no cesa en su amor por lo inasible, por lo que de verdad duele. Me duermen los aromas de las velas perfumadas, las ceras hirientes de esquirlas lechosas que se derraman tristes y lentas, los rumores de olas de esta capilla húmeda de dioses oscuros y vengativos. Yazgo al unísono con los demonios dulces que me rodean, que me fustigan con sus rojas lenguas arrojadizas, que me laceran inconstantes con sus agudas risas y broncos alaridos. Mi corazón de santo antiguo y olvidado se enmohece en un sin fin de escayola acurrucada, en un piélago de carcoma verdinosa y acre. Veo desde mi altura coleópteras beatas, agridulces acólitos amoratados de golosinas dudosas, presbíteros tersos como el marfil, feligreses amancebados con su sombra puntiaguda persiguiéndoles, veo al párroco arrodillado como si Dios le doliera. Y veo mi aura apolillada y temblorosa, moribunda, a punto de desfallecer de olvido, debilitada por unos átomos de beatitud que la empujan a estos rincones barrocos y asolados, olorosos a esencias de otros tiempos, y donde Bach ya no consuela tanto como alarma.