Denosté en público a un señor que tenía la cara del prioste Johannes de Friburgo. Luego, en el anfiteatro, reposando mi mejilla izquierda en el aterciopelado y sonrosado pecho de Lady Brahburst, me acorde de él y me sentí triste y turbio como los landós de Ackerville cuando parecen desaparecer en el camino de entrada a la mansión de Lord Peerhurst, en Sussex. Nunca debí denostar en público a aquel señor que tenía la cara del prioste Johannes. No me gusta sentirme triste y turbio como los landós de Ackerville cuando parecen desaparecer en el camino de entrada a la mansión de Lord Peerhurst, en Sussex. Me gusta sentirme como el duendecillo del campanario octogonal de la ciudad de Groningen. Este duendecillo fuma en cachimbas de espuma de mar sentado en el balaústre de la iglesia que le sirve de refugio y hogar. Cuando algunas veces lo veo, me pregunta por mi espalda y por la señora Altmund, mi confesora y mi corredora de apuestas en el hipódromo de Cambray. No son todas estas cosas para pensarlas aquí en el anfiteatro, sobre el sosegante pecho de Lady Brahburst. Ahora debería incorporarme y besarla con una pasión comedida, pero la función va a empezar. En el entreacto la acometeré con un deseo menos controlado, más viril y desenfrenado.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
12.4.09
3. Es un hecho
Denosté en público a un señor que tenía la cara del prioste Johannes de Friburgo. Luego, en el anfiteatro, reposando mi mejilla izquierda en el aterciopelado y sonrosado pecho de Lady Brahburst, me acorde de él y me sentí triste y turbio como los landós de Ackerville cuando parecen desaparecer en el camino de entrada a la mansión de Lord Peerhurst, en Sussex. Nunca debí denostar en público a aquel señor que tenía la cara del prioste Johannes. No me gusta sentirme triste y turbio como los landós de Ackerville cuando parecen desaparecer en el camino de entrada a la mansión de Lord Peerhurst, en Sussex. Me gusta sentirme como el duendecillo del campanario octogonal de la ciudad de Groningen. Este duendecillo fuma en cachimbas de espuma de mar sentado en el balaústre de la iglesia que le sirve de refugio y hogar. Cuando algunas veces lo veo, me pregunta por mi espalda y por la señora Altmund, mi confesora y mi corredora de apuestas en el hipódromo de Cambray. No son todas estas cosas para pensarlas aquí en el anfiteatro, sobre el sosegante pecho de Lady Brahburst. Ahora debería incorporarme y besarla con una pasión comedida, pero la función va a empezar. En el entreacto la acometeré con un deseo menos controlado, más viril y desenfrenado.
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