El anómalo cruza la cancha y se ubica en la zona de la canasta sur con su puesto de armadillos disecados.
Lala, la abuela procaz, coloca la torda amaestrada sobre el círculo central embadurnado de brea hebrea (pegamento judío, engrudo israelí, zaragatona semita...).
Casiopea y su catana se tumba con las piernas en posición de loto invertido en la tercera grada, debajo de los grandes ventanales emplomados.
Del marcador electrónico penden sartas de golondrinas, en número de cien, con las alas cosidas unas a otras.
El equipo arbitral enceguece con licores del Medio Oriente y entabla con risa bobalicona una discusión sobre las bombillas de mate uruguayas versus las bombillas de mate argentinas.
Vendedores de libros y otras golosinas pululan por entre el público inexistente vociferando las excelencias de los unos y de las otras.
El partido comenzará en unos instantes, cuando los fantasmas del equipo de animadoras estrellen los tambores contra el techo tachonado de odres, botas de vino turolenses y concertinas.
La música ambiental cesa y César se esconde tras la pérgola de plexiglás, porque a César le obligan a acudir a la cancha, pero a César no le gusta el deporte, a César le gustan las gachas de avena y el oír el crujido de las vigas de la sala prebostal de la Abadía.
Néfer coge a su tití y lo introduce en el espacio cálido y angosto que delimitan sus pechos de ébano, mientras se acomoda en el palco de honor en espera de la llegada del Presidente.
Los urinarios resplandecen con moscas de luz y vapores fosforados de naftalina.
Fosito mira extasiado a su burro, que viste los colores del club. El burro de Fosito es versátil; a más de ser la mascota del equipo local, es a su vez la estrella porno en una de las barracas itinerantes que amenizan las ferias de los numerosos pueblos de la comarca.
Las gradas en sí siguen sin público en sí. Los jugadores en sí nuca han salido en sí a la cancha, y la expectación en sí no es tal, es casi una ausencia o carencia total de expectación en sí misma.
Los que están, son raros y más bien literarios, casi son, aunque se sabe que no son. En verdad es que casi ni están, aunque para la ficción, para la fantasía, no es necesario tanto verbo ni tanta carne.
El baloncesto es un deporte genéticamente agrio, es lo menos literario que existe en deporte.
Yo soy cojo de alma e incontinente de carácter, el toro es lo mío, y todo aquello que me provoque la vesania necesaria para insultar sobremanera al estamento vegano universal.
"Situm mendiuum propagit nesuun etrosque vitarum".
No hay comentarios:
Publicar un comentario