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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



30.3.18

426. Pemán y la pornografía


          Alguien me ha introducido a la fuerza en este saco y me ha dispuesto encima de lo que creo son los lomos de una acémila de carga. Pegando voy tumbos y más tumbos por un camino que resiento tortuoso, agreste y silencioso. Respiro con dificultad, doloridos todos y cada uno de mis huesos, sediento y confuso a consecuencia de este extraño acontecimiento que me ha conducido hasta aquí. Grito en la semioscuridad de esta celda de tela, increpo al individuo que sin duda guía la bestia y del que sólo logro oír sus parcas interjecciones para encaminar al animal. Huelo a burro o a mula. Me desespero, en fin. Sólo recuerdo el golpe en la nuca, la conmoción y el despertar en el estado y situación en que me encuentro. Soy miembro del cuarteto músico-vocal "Los Rancheritos de Guanajuato", grupo de invidentes mariachis especializado en rancheras de vanguardia y corridos hardcore. Nuestra fama nos precede por donde vamos y las polémicas van jalonando nuestro devenir por este proceloso sendero del arte musical de México. Salíamos de nuestro último recital en el Moctezuma City Hall de Aguascalientes, cuando hicimos una parada para comernos unos tamales en una cantina de las afueras de Santa Úrsula Patatxhula, cuya especialidad son los calopes de chinuro, pero también cocinan unos tamales muy, pero que muy chingones, y en eso estábamos cuando al entrar un servidor en los excusados y apoyar mi fagot eléctrico entre el lavabo y el mingitorio de loza, sentí un fuerte golpe en la nuca que me rompió la mera madre. No recuerdo nada más. La humedad que siento ahora en la entrepierna se debe a que acabé orinándome en los pantalones y, como se ha puesto a llover, la humedad se ha equilibrado por todo mi cuerpo. Me pongo a llorar y a llorar. Más y más lágrimas dirigidas a la humedad plena de cuerpo y alma. El golpeteo de los cascos del animal contra las piedras del camino están multiplicados por tres o por cuatro, lo que me hace pensar en más mulas o más burros, y que quizás mis compañeros hayan corrido la misma suerte que yo. Pero no he oído sus gritos ni sus lamentos, quizá estén muertos o todavía inconscientes. ¡Chingada suerte la nuestra!
          La comitiva se detiene. La lluvia cesó hace rato. Ahora hace un calor insoportable. Alguien se acerca al saco. Comienza el apaleamiento. Me ovillo como un feto. Recibo cincuenta golpes, lo sé porque mi verdugo los cuenta en voz alta. Me revuelvo sin perder la fetal postura defensiva. Oigo cómo crujen algunos huesos al quebrarse. El dolor anula la capacidad de gritar, el grito ahogado hace el dolor más agudo. La marcha se reanuda. Este laceramiento universal del cuerpo me impide perder la conciencia. ¿A quién beneficia—me pregunto—secuestrar y apalear a un pobre músico ciego ensacado y llevado a lomos de una mula? ¿Adónde me llevan y para qué? Al anochecer, nuevamente oigo contar hasta cincuenta tres veces, pero esta vez el acompañamiento percusivo no lo recibe mi cuerpo, lo que sugiere que Fito, Arsenio y el Gordo Lima se hallan en el mismo infierno. No nos movemos del lugar hasta la amanecida. Así fue nuestro primer día de secuestro y tortura. Llevamos cinco día, llevamos cinco tandas de cincuenta palos diarios, no comemos ni bebemos, ayer sólo pude oír tres serie de palos, es probable que el Gordo Lima no haya resistido más. Mañana o pasado mañana no quedaremos ninguno. 
          Los corridos y las rancheras son cantos populares mexicanos muy entronizados en la historia reciente de todos los pueblos de este gran país. El mexicano adora a sus intérpretes, a los cantantes y mariachis que los enarbolan por todos los pueblos y ciudades de la República. Reflexionando sobre el estado de la actual y espeluznante situación de Los Rancheritos de Guanajuato, he llegado a la conclusión siguiente: haber intentado introducir ciertas escalas dodecafónicas o ensamblar pasajes de serialidad átona a los estribillos de algunos corridos y rancheras, junto a la sustitución drástica—lo reconozco—de los instrumento tradicionales (violín por secuenciador Moog, trompeta por teremín, guitarra por mi fagot eléctrico y voz solista por carraca tribal de las Islas Mauricio), es probable que haya escandalizado y violentado a ciertos puristas del folclore patrio, y que hayan visto en nuestro trabajo un desprecio y burla a la grande y rica tradición musical mexicana. Si fuera así, bien que lo sentimos.
          Pero aquí viene otra ven este pinche joto cabrón hijo de las siete chingadas, seguro que con el palo en la mano y con ganas de contar. Con lo fácil que lo tenía yo en Santa Teresa, a las órdenes de Don Artemio, tan sólo yendo dos diítas a El Paso, y toda la lana del mundo, y todas las chavas de Sinaloa a mis pies, pero no, a mí me tuvo que dar por la música de Stockhausen, Ligeti, Reich y Penderecki. Y así me va, y así me va a ir, porque dos tandas de palos más y me voy pa siempre al carajo.

10.3.18

425. La taberna mística


          El anómalo cruza la cancha y se ubica en la zona de la canasta sur con su puesto de armadillos disecados.
          Lala, la abuela procaz, coloca la torda amaestrada sobre el círculo central embadurnado de brea hebrea (pegamento judío, engrudo israelí, zaragatona semita...).
          Casiopea y su catana se tumba con las piernas en posición de loto invertido en la tercera grada, debajo de los grandes ventanales emplomados.
        Del marcador electrónico penden sartas de golondrinas, en número de cien, con las alas cosidas unas a otras.
          El equipo arbitral enceguece con licores del Medio Oriente y entabla con risa bobalicona una discusión sobre las bombillas de mate uruguayas versus las bombillas de mate argentinas.
          Vendedores de libros y otras golosinas pululan por entre el público inexistente vociferando las excelencias de los unos y de las otras.
          El partido comenzará en unos instantes, cuando los fantasmas del equipo de animadoras estrellen los tambores contra el techo tachonado de odres, botas de vino turolenses y concertinas. 
         La música ambiental cesa y César se esconde tras la pérgola de plexiglás, porque a César le obligan a acudir a la cancha, pero a César no le gusta el deporte, a César le gustan las gachas de avena y el oír el crujido de las vigas de la sala prebostal de la Abadía.
       Néfer coge a su tití y lo introduce en el espacio cálido y angosto que delimitan sus pechos de ébano, mientras se acomoda en el palco de honor en espera de la llegada del Presidente.
        Los urinarios resplandecen con moscas de luz y vapores fosforados de naftalina.
          Fosito mira extasiado a su burro, que viste los colores del club. El burro de Fosito es versátil; a más de ser la mascota del equipo local, es a su vez la estrella porno en una de las barracas itinerantes que amenizan las ferias de los numerosos pueblos de la comarca.
          Las gradas en sí siguen sin público en sí. Los jugadores en sí nuca han salido en sí a la cancha, y la expectación en sí no es tal, es casi una ausencia o carencia total de expectación en sí misma.
        Los que están, son raros y más bien literarios, casi son, aunque se sabe que no son. En verdad es que casi ni están, aunque para la ficción, para la fantasía, no es necesario tanto verbo ni tanta carne.
          El baloncesto es un deporte genéticamente agrio, es lo menos literario que existe en deporte. 
          Yo soy cojo de alma e incontinente de carácter, el toro es lo mío, y todo aquello que me provoque la vesania necesaria para insultar sobremanera al estamento vegano universal.
          "Situm mendiuum propagit nesuun etrosque vitarum".