Las ideas que durante el resto del día aparecen en mi cabeza y que considero dignas de ser desarrolladas en este blog son expulsadas con rapidez porque chocan frontalmente con el espíritu que alienta desde el principio estas páginas, que no es otro que la expresión del automatismo y de la inmediatez de pensamiento en su más libre epifanía, la pura idea plasmada a la velocidad de un resorte estimulado por la más insospechada y fugaz unión sináptica de dos células de mi cerebro (o de las dos células de mi cerebro), velocidad idearia sin tamiz, azar estampado sobre el lienzo maternal que lo acoge todo. Lo demás, todo lo que en el resto del día que no estoy escribiendo estas líneas acude a mi mente no sirve a este propósito, solo servirá aquéllo que acuda en el momento exacto de coger la pluma o disponerme a pulsar la primera tecla.
Quiero expresar entonces (o reiterar) que:
De las cien mil imágenes, ideaciones, pensamientos que desarrollo/desarrollamos más o menos en un día, yo escojo obligadamente la imagen, la idea o el pensamiento que primero nace en mi mente una vez me pongo a escribir, no la que surgió hace un día, una hora o segundos antes. No podría hacer otra cosa si he de atenerme al precepto fundacional de este blog. Esta disciplina me causa, a veces, un gran dolor, provocado por el hecho de tener que deshacerme de ciertas imágenes o pre-conceptos con grandes posibilidades literarias o filosóficas (posibilidades en el fondo irreales, que sólo tienen su existencia en el campo personal, la vanidad se aburre por inoperancia en mi vida); aparto, pues, ideas con muchas hipotéticas y fascinantes proyecciones, necesitadas de un ulterior desarrollo que no tendrán jamás, viéndome, por tanto abocado a luchar con el ingente trabajo que supone elaborar algo que quede estructurado o desestructurado o deconstruido y que nace a raíz generalmente de una efímera estupidez. Aunque, por exponerlo con un ejemplo, en la noche de ayer se me hubiera ocurrido una original y deslumbrante analogía entre los sonetos impares de Shakespeare y el paradigma ecuacional de Rümboldt, motivo intelectual más que suficiente para el desarrollo de una profunda recensión o un análisis pormenorizado, esto no ocurre porque lo que nace en mi mente en el momento de la acción corporal de ponerme a escribir es otra cosa, por exponerlo con un ejemplo, podría ser la cuestión del número de legañas que acumulan los numerosísimos ojos del gigante Argos Panoptes cuando amanece allá, en el monte Olimpo. Pensamientos sólidos y de sólida importancia suceden muy de tarde en tarde (o nunca) y pensamientos de sólida estupidez nos vienen al magín a cada instante. Estadísticamente, por tanto, este blog desarrolla estupideces en su casi totalidad, y es así que su misma esencia es la que conforma la definición de FUMPAMNUSSES!, palabro que ya de por sí es una estupidez automática, pero de una belleza pétrea y seductora, al menos para la sensibilidad de su autor.
Es de conformidad, pues, que este proyecto lo conforma un lienzo en puridad de un solo color interno: el amarillo profundo de la estupidez (la estupidez siempre es amarilla, como verdinosa es la animadversión que sentimos hacia los levantinos, no me pregunten el porqué). Pero en este gran lienzo amarillo pueden permanecer, entre las compactas pinceladas y bruscas empastaciones, delgadísimos resquicios apenas visibles, por los que puede fluir (esto existe sólo como posibilidad) una fuga, una ventana abierta ideal para que una idea feliz escape en el momento óptimo. Sería la conjunción astral que permitiría que Shakespeare y Rümboldt se hermanaran y surgieran en el momento en que tomo la pluma o me dispongo a quebrantar mis falanges sobre el teclado. Desconozco si en alguna de las anteriores 408 entradas de este blog ha ocurrido este hecho en alguna ocasión; lo dudo mucho, pero su simple posibilidad le da carta de naturaleza al improbable suceso. Cosas así ocurren.
Informo de otra traba, que a veces me lleva a una desesperación pequeña, pero desesperación al fin y al cabo, y es que a veces la idea que surge, y que es la que constituirá la base del posterior escrito, es o puede ser tan rematadamente absurda, tan soez o tan cruel, que sería rechazada de manera taxativa por cualquier persona decente y normal. Pero es otro de los principios el imponerme no rechazar nunca la noción primigenia, por lo que debo responsabilizarme y arrostrar las consecuencias inherentes a mi acto creativo. Así que debo rechazar el rechazo. Imaginen, con otro ejemplo, lo que digo: imaginen que la primera idea que se me pasa por la mente es la palabra o el concepto o la imagen "prepucio". Cualquiera la rechazaría, sería comprensible por el poco juego semántico, semiótico o metafísico de la palabra, pero yo no, yo no puedo, yo lo enfrento como un reto (obligado, pero reto al fin) y marcho animoso en pro de un cuento, una historia, un retruécano o un poema en loor del prepucio y sus vicisitudes y circunstancias vitales.
Comprendo que este acto de contrición inversa, esta confesión impenitente, este contar las pequeñas voluntades que sustenta mi edificio bloguero llega tarde, debería haber sido expuesto en el primer momento, pero no ha sido así, como sí ha sido así que mi vida se vaya apagando entre sinsabores acumulados, que mis noches se agrieten con los zarpazos metálicos del miedo, que mis ansias de devorarme a dentelladas no culminen su festín, que mi innecesario orgullo entorpezca mi camino uno y otro día, que la inutilidad de mi jornada inerte decore los minutos que van latiendo en el reloj de mi secreto.
De todas formas, os aclaro, lectores inexistentes, que Teresiña, mi castora de compañía, acude presta cuando la llamo; que el tarro de curry apareció, por fin, bajo el castoreño del padre de Teresiña, y que el inspector Treviño exporta castores, castoreños y tarros de curry desde tiempos anteriores al nacimiento del Apóstata Julián, para ganarse unos eurillos, que incrementen un poquito la mierda de sueldo que le dan en la Comandancia.