Dentro de algún tiempo estaré algo muerto, y será entonces cuando empiece a oler mal. Cuando ese momento llegue, es casi seguro que no habrá nadie allí para olerme, o para lo que fuera menester en tan aciaga circunstancia, y si ocurriera lo contrario, es decir, si hubiera alguien allí en esos tristes momentos, sería que habría muerto de una muerte mala, de una mala muerte, de una muerte con cuerpos presentes, individuos que les cogió cerca y que, por ende, olerían las primeras vaharadas de mi putrefacción, y que pondrían las consecuentes caras de desamor, asco e impaciencia, o de sendos estados a la vez. Ahora, no obstante, huelo que da gloria, huelo a esencias almizcleñas de verbena y cardamomo, a néctares untuosos de ámbar gris y anís sarraceno, a mirra natural y espliego turco,
y a lágrimas de tapir maceradas en cardenillo. Mi profesión de perfumista me da para eso y más: soy el perfumista oficial de todos y cada uno de los presidentes habidos desde el comienzo de esta Quinta República, y entro y salgo del Elíseo como si fuera mi propia y habitual casa de lenocinio. De de Goulle a Macron, de Pompidou a Sarkozy, a todos he dirigido el flush-flush de mi perfumero egregio y a todos ellos les he escaldado un poquito la sotabarba con mis etéreos ungüentos, que les aplico con gusto sumo e incontestable placer. Todos los presidentes de Francia son o fueron eximios manfloritas no practicantes, a excepción de Hollande, que era no sólo practicante sino promotor de muchas y novísimas maniobras de sexo multimodal. Al carecer de olfato para todo (padecía y padece el síndrome de Pallette, consistente en la falta de los sentidos del olfato y del gusto, acompañado de desgaste óseo acelerado en las tibias), al carecer, decía, pues, de olfato, Hollande y yo apenas nos saludábamos, porque utilizaba tan solo un perfume ("
Traición Oscura" de Dolce & Gabanna
®) para enceguecer a sus amantes, a los que gustaba (y gusta, según me cuentan) irrigar sus conjuntivas en el momento del éxtasis con dicha esencia en espray, esencia conformada a base de bergamota y pimienta rosa. Yo, por supuesto deambulo por otras órbitas muy superiores y no mancillo la prosapia de mi arte con sustancias tan pedestres y aromas tan de barrio como la pátina grimosa esa de D&G. Todas mis creaciones son originales, nacidas de mi ingenio perfumista, tan cercano al espíritu alquímico que presidió la vida y obra de muchos de mis ancestros. París, ciudad de la luz, siempre ha olido a caca, a
pure merde, que dicen ellos, sobre todo en los aledaños de Montmartre, en la margen derecha del río, del Sena, creo que se llama. Muy cerca de la colina, en los subterráneos de una pequeña iglesia, en una especie de cripta se fundó en 1534 la Orden de los Jesuitas, una orden no especialmente sucia (como los dominicos descalzos), pero que siempre ha olido muy mal, algunas veces, espantosamente mal, circunstancia esta que fuera la causa soterrada de las muchas expulsiones geográficas que ha sufrido la Orden. El Padre Arrupe mitigó en parte el problema manteniendo contactos con los afamados laboratorios Parera, sitos en Sitges, que proporcionaron frascas de Varón Dandy
® a todos y cada uno de los seminaristas de la Orden, para que no dejaran un solo día de echarse un chorreoncito del mencionado potingue, y que aminorase, aunque fuera sólo en parte, el hedor de las tufaradas inherentes a la idiosincrasia odorífera de la, por otra parte, ejemplar e imprescindible orden religiosa. A punto de mi fallecimiento, tengo 96 años y tres procesos neoplásicos activos, no he dejado de trabajar ni un solo día. No me he casado nunca porque el sexo y el amor me han parecido siempre procesos que acaban inexorablemente en malos olores, a los que soy genéticamente intolerante. Vivo en el distrito XVIII, cerca del Sacré Cœur, huele mal, pero cerca de mi casa hay un
bistró donde sirven el vino caliente más espléndido que se puede tomar en esta ciudad, lo sirven muy especiado, con una mezcla prodigiosa, que lleva hierbaluisa, mejorana y canela.
Me hubiera gustado perfumar a Madame Le Pen, próxima Presidenta de la República con total seguridad en un breve plazo de tiempo, y primera mujer que alcanzaría tan prestigioso cargo. Pero no va a poder ser, mi tiempo llega a su fin.
Por tanto y por siempre: ¡Vive la France!