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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



20.3.17

399. Judíos

  

          A Franz Kafka, bueno, a él no, a uno de sus personajes (o sea, a Franz Kafka) le sucedió algo extraño al entrar en su apartamento: dos pelotas de pimpón saltaban juguetonas en mitad de la alfombra del salón. Al dirigirse a su dormitorio para colgar en el perchero la bufanda y el sombrero, las pelotitas le siguieron; al ir a la cocina para hervir las espinacas, las pelotitas fueron tras él; al ir a pagar el alquiler a la patrona que vivía en el segundo, las pelotitas bajaron y subieron las escaleras sin dejar de acompañarlo; le siguieron a la oficina de patentes, le siguieron al Café Kramer, le siguieron a casa de Oskar Treckle, le siguieron a la estafeta de correos donde despachó una postal a Berlín para Alma Bauer y le siguieron de nuevo a casa. Obviamente sólo él las veía, nadie más. 

          El devenir del cuento no importa, en Kafka nunca importa el devenir, sólo importa la impronta que deja la realidad dura como el pedernal, que se deja entrever a través de esa otra realidad más tierna y maleable, que es la que nuestra unidimensionalidad nos permite percibir. Pero—no se engañen—ambas realidades son estrictamente verdaderas.

           Es por ello que frente a la imagen de la madre amamantando a su bebé en el banco del parque puede entreverse a un tallador de jaspe de Teherán que llora y es consolado por su hija asmática. Todo es cuestión de concentrarse un poco más, y quién sabe si detrás del tallador de jaspe no hay o habrá un atardecer en un cementerio de Sinaloa, y detrás del cementerio no percibiremos un crimen poco pasional, o incluso superfluo en un barrio de Múnich.

          Pero volviendo a las pelotitas de pimpón todo hace pensar que la escena alarmaría sobre manera a nuestro personaje. Pero no fue así. Las saltarinas esferas de celuloide le dejaban indiferente, se acostumbró a su presencia como el búho a la noche, y aunque no revelaré el desarrollo y desenlace del cuento, sí diré que esa presencia anómala de sucesos extraño a nuestro alrededor, aunque creamos que somos la única persona en percibirlos, no es así. Alguien habrá concentrado en cierto lugar, alguien habrá entreviendo a través de A lo que ocurre en B, o incluso en C. Subrayo tan solo, que somos entes translúcidos y que nuestra vida es como una gasa brumosa que difumina realidades escondidas, objetos, hechos y manifestaciones de la materia o el espíritu que surgen diáfanos a ciertas miradas, cuando el hombre deviene en poeta y la vida toma conciencia de lo que realmente es: una simple metáfora.

4.3.17

398. Ya no me acuerdo


          El hortelano Pick escribía versos que leía a la sepulturera Ulma. Esto, aun siendo falso, no es necesariamente cierto, pues su utilidad intrínseca no conduce en realidad a nada. Lo que sí es cierto es que llueve cerca del embarcadero. No todo. Es cierta la lluvia, no tanto el embarcadero. La verdad es lo contrario de lo que es probable que no lo sea —no con total seguridad—. Dicho esto dispongo mi mente para un cambio radical de sentido, entrando de lleno (o llenando desde dentro) en el detalle, aún sin desbridar, del tema que nos ocupa, a saber: las enaguas de Ulma (Ulma's petticoat) que, aunque parezca título de sainete costumbrista inglés, no lo es, lo parece, pero no lo es. Érase que Ulma sepultaba mucho y bien a los muertos del lugar, a veces no tan muertos, a veces un tanto alejados, no tan del lugar, pero así se ganaba el sustento y algún que otro lujo de boudoir. Su atuendo laboral no difería de su atuendo no-laboral: bragas de organdí, medias de muselina fina, combinación de lino, enaguas de algodón y sayón de estameña recogido a la cintura mediante brocado de terciopelo basto. Así sepultaba, así, así, mientras Pick esparcía semillas de pepino, tomate y nabo en el huerto allende la tapia de la necrópolis municipal. Todo esto, ya saben, aun siendo incierto, tiene visos de cierta certeza. Pick se sube al único árbol de su propiedad, un manzano mocho y quejumbroso, mira, observa, otea a Ulma, la huele incluso, saborea abriendo la boca el aire que viene en su dirección proveniente del lugar que ocupa Ulma en el espacio, en la esperanza inaudita, tremenda en su romanticismo, de que una brizna de su ser corporal penetre en el ser corporal propio. Ciertamente inaudito, sí, pero cierto. Así es Pick, labriego, tópicamente obtuso, tartamudo y desaseado en grado alarmante, pero con dotes y dosis líricas muy por encima de la media en el ámbito agropecuario. Excitado en la rama del manzano mocho, Pick semeja un ave de dos picos contrapuestos. El sol declinante de la tarde y el vientecillo otoñal dora el uno y airea el otro el borde bailarín y acompasado de la enagua de Ulma, que, dale que dale, enarena a paladas la cajita blanca de madera de un recién nacido muerto la madrugada pasada. Y es que no somos nada ni nadie, incluso no somos ni la nada de nadie, aunque esto no es una verdad plena, es solo una verdad de poca categoría, de baja laya. El fetichismo de Pick, eso es lo que ahora importa. Y la enagua de la enterradora. Dos conceptos que se complementan, y no sólo eso, se complementan mediante una especial y específica sinergia. Algo crece más de lo esperado, la suma del fetichismo píckico y la enagua úlmica dan como resultado inesperado un cálido y festivo acaloramiento que sobrevuela la tapia del cementerio, llegando incluso a hacer volver la cabeza a la tontolina de Ulma que ríe al ver a Pick en su equilibrio inestable y ríe aún más al ver desplomarse desde la rama al tonto hortelano que enrojece su faz de manera no voluntaria de dos formas diferentes: una por el rubor que le provoca la situación y otra por la contusión facial contra los caballones de nabos y su almocafre. Bueno, pues siendo toda esta historia un paradigma excelso de lo que constituye una mentira en estado puro, es la verdad también en su estricta esencia lo que dejan entrever ésta y todas las ficciones creadas por el hombre. No sé si me comprenden, bueno, sí lo sé: algunos me comprenden de verdad, a otros esta mentira les parece una verdad ínfima y baladí y algún lector se levantará la tapa de los sesos con el colt de papi tras una lectura más pormenorizada de este cuento moral. El final de la historia es tan inverosímil que parece una medio verdad disfrazada de mentira a medias. Ulma saltó la tapia, Pick volvió a la doble posición erecta, Ulma arrancóse el orillo de su enagua de algodón y vendó la brecha parietal derecha que Pick se hizo al golpearse en la caída con su almocafre, Ulma y Pick contrajeron matrimonio y sarna (por ese orden) y tuvieron no menos de once hijos, diez de los cuales son miembros de la Junta Directiva del Real Betis Balompié, y el otro, también, aunque parezca mentira, siendo verdad casi siempre.