Este enero, denso como la ira de Dios, te deseo con la fuerza de un sismo, con la furia de un cosmos enardecido. Esto, que no es nuevo para ti, y que todos los meses te comunico con palabras diferentes pero de semántica similar, sí va siendo diferente para mí, porque poco a poco la vejez va juntando mis pestañas y enturbiando la mirada de unos ojos que ya no distinguen la seda de tu juventud del raso de tu belleza, que confunden tu piel con tu aroma, tu aliento con el brillo de tu pelo. Y así sucesivamente, en un desiderátum de sinestesias imposibles, que te convierten en un planeta de amor distante, casi imaginado, pero, presente siempre y siempre fugaz como la eternidad verdadera. Los años terminales, ese tiempo de savia sabia, no perturban tanto como disponen a la inercia de la pereza moral. Te veo, y determinas ya el proceso de los últimos años de mi vida. Adquieres para mí esa consistencia de lo indeterminado, ese élan vital que dibuja el trasfondo de mi vida última, el póstumo decorado de color sepia que amortiguará la caída solitaria, porque aunque sabemos que morimos solos (y que somos solos), es más que humano conformar la unión duradera de la entelequia con la dura realidad del fin, esa unión que nos acerca a otro comienzo más difícil aún y de viscosidad infinita. Acaricio tus manos con mis temblorosas manos, casi no me atrevo a lanzarme a tu boca por un miedo inconfeso al delirio de tus labios. Me conformo con la presencia de tu pecho súbito e incandescente, con las tenues dilataciones que lo mecen y motivan. Oigo augurios, difusos y negros como siempre son los augurios. Me detienen en un pensamiento que se va como una alondra espantada. Son augurios de tormenta en el alma y de diluvios celulares en el corazón. Todo distinto y conocido, pero todo deletéreo y terminante. Domino contigo la tristeza, que en el fondo, me alimenta de versos y de la triste filosofía cotidiana. Maquillo las arrugas con el bálsamo erudito de las artes más cercanas y delimito los pasos oyendo los tuyos en un arcano cercano de cocinas y azoteas. Estás no estando más que cuando estás estando.
Te deseo con la lejanía falsa de la distancia imaginada.