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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



19.7.14

321. El color de los ojos cerrados


          El obispo Polichinella de la diócesis del Languedoc se ordenó sacerdote un día de marzo de 1811. Llovía y Dios negociaba con los hombres una fecha provisional para el Día del Juicio Final.

          Mi tata Hipólita se moría de la risa cada vez que yo cantaba "El hijo del ganadero" en una versión lacustre que me enseñaron los elfos de Puente Genil.

          La masa del positrón es de papa, no de masa. La masa de los jeringos de Planck es de masa, no de papa. 

          La letra O es como la letra T, pero distinta. Esto, que parece obvio, lo es. No le den más vueltas.

          Spinoza, un buen día, mientras desollaba topos para su cena, indujo (que no dedujo) que Descartes y Scoto eran unos sofistas de la (h)ostia. Esa noche apenas cenó y se acostó pronto.

          Lamartine siempre quiso ser dos, y a punto estuvo una vez de conseguirlo. Fue cerca de su casa de campo, en Pouvilly. Hacía frío, la nieve estaba pronta. Casi fue dos durante un ratito. Luego volvió a ser casi uno hasta su muerte.

          En Sevilla hay una calle que se llama Pez Espada. Allí hay un bar que se llama casa Apolonio. En el urinario de caballeros hay pintado con excremento un epigrama que dice así: "Volverá el hombre, y esta vez para nunca".

          Mi cantante preferido es Henry Stephen. Es negro, panameño y lleva atado al hombro el arnés del mono que le acompaña en sus actuaciones. Ya no, porque el mono murió de unas fiebres.

          Ayer leí en un libro esta frase: "La mujer que te mata es siempre tu madre en la próxima vida".

          La palabra "heurística" es aquélla con el significado más abstruso del idioma. Por otro lado, la más fácil de comprender es "culo".

          El número de teléfono móvil de María Josefa Sánchez Ceballo es 673 589 882.

          Los amores en el norte de México son muy parecidos a los amores del sur de Texas. A éstos últimos los acompaña como música de fondo los acordes del acordeón del Flaco Jiménez, a los primeros, los sones de los narcocorridos de Los Tucanes de Tijuana.

          He sido operado seis veces, pero no de lo mismo. Me hubiera gustado intervenirme quirúrgicamente de lo mismo once veces, pero no pudo ser, y ya no me queda tiempo.

          "El clima cambia a la gente". Esto es mentira. Tampoco las mentiras cambian el clima de ningún sitio, ni el clima hace que las mentiras cambien según las latitudes. Ni la gente puede hacer nada con el clima y sus mentiras.

          Hablemos de deportes: la medalla de bronce en la modalidad atlética de tiro de jabalina en los Juegos Olímpicos celebrados en la ciudad belga de Amberes en 1920 fue ganada por el atleta finlandés Paavo Jaale-Johansson.

          Hoy, como LMDMV no está, comeré cosas fritas en el bar de abajo.
       

320. La tisis de Kafka


          Pontificar desde el dolor, sobre las ascuas del holocausto o en la cima llameante de la hoguera es una actitud propia del medievo. Hoy, al menos, los que vivimos en Los Ángeles, hemos realizado cambios sustanciales y trocamos la fe por heridas verdaderas y sinsabores muy modernos. El sufrimiento ya no vende tanto si no es disfrazado de aventura prime time, y yo, que detesto la copla y el positivismo en general, me veo abocado a unas larguísimas tertulias sobre temas, como el nacionalismo, que ni me interesan ni me motivan lo suficiente para seguir sufriendo. Adulto y sabio, como soy, con las intactas ansias de ser portugués, me veo abogado. En el espejo me observo con detenimiento y veo a un apuesto leguleyo del norte de Los Ángeles con aspecto de agente de bolsa de New Jersey, y sufro mucho por causa de mis ansias de parecer ciudadano de Funchal o de Oporto. Canto fados como nadie, y como nadie planto nardos y trompetas delicados en jardines inexistentes de la baja California. Me llevo los libros de las bibliotecas de pueblo, los leo y los quemo, a veces los quemo primero y leo entonces sus cenizas premonitorias de literarias catástrofes. Bebo vino, o no. Mato comanches y ato hurones por la cola, de siete en siete, y arrojo los manojos río abajo con denodado trabajo, porque mis piernas andarinas ya no son las que fueron. Viviendo en California uno siempre acaba en el desierto, se torna uno amarillo, se le seca a uno el paladar y a otros se le seca el revólver. Aquí todos tenemos revólver y serpientes enroscadas en alguna parte del alma. El americano que quiere ser portugués sufre tanto que apenas se siente herido por la aridez del desierto, al que considera un mero accidente geográfico o un decorado insustancial de una película llamada al fracaso. El abogado del espejo al que me veo abocado, el de la cara de broker de New Jersey, sonríe de vez en cuando, se acaricia la entrepierna y frunce el ceño en un gesto entre pícaro y ominoso. Es la imagen menos portuguesa que puede presentar un hombre. Tengo un amigo de la infancia, maestro zen..., pero ésta es otra historia que, aunque se imbrica con la biografía de Fernando Pessoa, cuya lectura estoy ultimando, no procede referirla en estos breves apuntes, que tan solo pretenden ser un somero bosquejo para un futuro sainete vanguardista que tengo intención de llevar a escena, una vez encuentre a varios septetos de actores que no tengan escrúpulos y tengan profesionalidad suficiente para saber interpretar con un mínimo de convicción el papel de hurones, que atados por sus respectivas colas, son arrojados al río por el protagonista, un rubio portugués hacedor y cantador de fados, abogado y abocado a un sufrimiento intenso y eterno.