Ya creo llegada la hora de ejecutar lo que mis anteriores escritos profetizaban y habían ustedes casi sospechado desde el principio de mi obra. Es llegado el momento de introducirme de lleno en el viscoso y sugerente mundo de la denostada literatura erótica, sin más ambages, dilaciones o excusas metaéticas. Y es que lo sicalíptico ha llamado a mi puerta desde que era niño, desde que Úrsula, la planchadora que venía a casa los viernes por la tarde, me enseñó a dudar de la carne, de su carne oscura, cuando entre sus piernas supe que el calor y el olor eran una misma cosa y que la saliva con la que averiguaba la temperatura de la plancha servía también para crear estalactitas en cuevas de las que salían aleteando unos murciélagos dulces y acariciadores. Los niños detectan el misterio real de los roces, la sorpresa en las costuras; los niños saben que después de la piel hay algo más, expuesto y temible, la felicidad diferida del placer, el hallazgo de aquello que les hará no volver a sentir la impagable molicie de la falta de sentidos. Úrsula, la planchadora apagó mi tacto para que nacieran las caricias, me hizo oler unas flores extrañas que guardaba en lugares muy oscuros y a resguardo, sació mi paladar con jugos salobres y sabores insospechados, llenó mis oídos con nanas impropias, salmodiosas, hechas de pecado sonoro y risa negligente, y me hizo ver extensiones abruptas, sedosas, agrestes y acogedoras como dunas solícitas y sedantes. Aquel verano de pubertad quebrada me introdujo de golpe y a bocajarro en el manglar informe de la pasión, me desveló un futuro de obsesiones ya imposibles de abandonar, mis sueños dejaron el marco rígido de moralidades ya deshechas y tomaron una vereda inquietante, la vereda de la voluptuosidad que se fue desarrollando hasta los inesperados límites en los que me hallo en la actualidad. Todavía siento el dolor garrapiñado que brotaba de los dientes de Úrsula, su pecho pétreo ahogando mi acongojado gemido, mi corta experiencia onanista vapuleada por un dejar hacer inaudito, mis ráfagas de semen aturdido desparramado en trincheras ardientes, belicosas, ignotas. Pero la marca no quedó en mi piel tanto como en el resto de mi cerebro. Descubrí el mundo desequilibrado, el planeta sensitivo y cruel de la pasión sin fin. Mi único eje desde entonces, la única fuerza motriz que guía mis tropismos, porque como dijo Mario V. L. "Toda actividad humana que no contribuya, aun de la manera más indirecta, a la ebullición testicular y ovárica, al encuentro de espermatozoides y óvulos, es despreciable".
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.